La realidad nos acosa. Nos amenaza con caudillos como Putin que no vacilaría en usar armas letales, con grupos de ultraderecha como los de Marine Le Pen o de Santiago Abascal (cuyos pares, como Viktor Orban, ya gobiernan países de Europa del Este), con los populismos de izquierda latinoamericanos que han agotado las promesas más inverosímiles, con los anuncios de la escasez de fertilizantes y las subidas inflacionarias. Sociedades más fracturadas, más fragmentadas, más conflictivas. Incluso en gobiernos recién estrenados como el de Chile, la impopularidad ya amenaza al presidente Boric.
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En la Argentina el presidente Alberto Fernández y su vice presidenta Cristina Kirchner no se hablan hace un buen tiempo. En Estados Unidos, los discípulos del fallecido Rush Limbaugh conducen programas radiales adictos a Trump, con millones de seguidores. No es el apocalipsis todavía pero los cascos de algunos caballos ya suenan. Sólo queda lugar para ver cómo se repiten algunos arquetipos bajo la forma del humor. La reciente elección francesa ha sido calificada como una contienda edípica entre quien mató a su padre y quien se casó con su madre.
La economía es a nuestro tiempo lo que fue la teología a los habitantes de la Edad Media. Hoy los economistas son como los intérpretes de las Sagradas Escrituras de entonces. Sólo que no hay escrituras y no son nada sagradas. El prestigioso Paul Krugman en The New York Times se anima a hacer algunas profecías pero también anuncia que no está seguro de ellas y la revista The Economist señala que no podemos asegurar los plazos de la inflación. Cuando los intérpretes del dinero no saben qué decirnos, estamos a la deriva. Todo es incierto, todo puede estallar en cualquier momento. Y allí aparecerá un líder radical para definir un supuesto camino.
Todo se va y todo viene y vuelve a irse. El gran sociólogo polaco Zygmunt Bauman definió un aspecto esencial de la conducta de nuestro tiempo. En su obra canónica La modernidad líquida (2000) y en otras que siguieron como Amor líquido y Vidas desperdiciadas se refiere a la costumbre de obtener y desechar objetos todos los días. La gente con recursos compra cosas que sabe que va a eliminar en poco tiempo. Esta mercantilización de los objetos ocurre en todos los órdenes de la vida. Las relaciones de amistad o de amor tampoco pueden ser duraderas. La idea cristiana de “amar al prójimo” ha sido reemplazada por “el miedo al extraño”. De nada sirve la frase “hasta que la muerte nos separe” porque lo único que importa es el presente. La idea del prójimo es anacrónica.
En este mundo, el ruido es un requisito. Ruidos de los celulares, de las bocinas, de las pantallas. El ruido, un narcótico para atontarnos. Lo que cuenta es el sonido de las monedas, tal como lo definió Philip Larkin: “Escucho el canto del dinero”. Y sin embargo, aún tenemos la ocasión eventual de algunos lujos. El silencio, la lectura y quizá la esperanza.
AQ