Los acuerdos son esos gestos
que lo desconocido tiene con nosotros
y que, como las migas de pan en el cuento de hadas,
nos permiten reconocer el camino de regreso a casa.
No dependen de nosotros;
son concedidos por la totalidad
en momentos clave
para que seamos capaces de reconocer
que vamos bien.
Pero claro que es posible dejarlos pasar…
o no ser capaces de verlos, oírlos,
sentirlos, atenderlos.
Entonces el centímetro cúbico
de suerte concedido
volverá al horizonte abstracto
de donde se desprendió
para encontrarnos.
Pero, ¿qué o quién
nos envía esos acuerdos?
¿Quién quiere que seamos capaces
de reconocer que vamos a casa?
Tal vez somos nosotros mismos
que en el camino hemos ido dejando migajas
desperdigadas como un reguero de estrellas…
Una sorprendente Vía Láctea
para recordarnos
que estamos extraviados…
pero no tanto.
O tal vez se trata de otra cosa,
y hay algo… o alguien…
que hace lo necesario
para que regresemos
al punto de partida
hasta cumplir un ciclo.
Esas migajas son las letras
de nuestro íntimo alfabeto.
ÁSS