Adiós al maestro, al amigo

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Figura clave del periodismo cultural mexicano, Huberto Batis falleció el 22 de agosto en la Ciudad de México y de esta manera lo recordamos

Recuerdo del gran talento que fue el maestro Batis (Foto: Luis Jorge Gallegos)
Catalina Miranda
Ciudad de México /

Ha llegado el momento temido, el que tantos no queríamos enfrentar. Ha pasado a mejor vida el que fue mi gran maestro desde la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y luego en la Redacción de sábado de unomásuno

Huberto Batis nutrió con sus conocimientos y con su pulcro ejemplo durante 55 años a cientos de escritores, periodistas y editores. Por mi parte, puedo decir que me dio vida intelectualmente hablando; su trabajo me motivó a tomar por los cuernos la difícil labor de la edición y a fundar la Editorial Ariadna y la Colección Laberinto de Papel, en la que publicamos, él y yo, codo a codo, literalmente, el primer libro: Huberto Batis. 25 años en el suplemento sábado de unomásuno (1977–2002); después La flecha en el arco, La flecha en el aire, La flecha en el blanco y La flecha extraviada, que contienen sus reseñas publicadas en sábado y en otros medios impresos. A las flechas siguieron Memorias del sábado perdido, en la Colección Los Recuerdos del Minotauro; después Estudio preliminar a los índices de El Renacimiento (su tesis de maestría en la UNAM), en la Colección Los Libros del Minotauro; posteriormente editamos Henry Miller y Anaïs Nin, y Virginia Woolf. Selección de los diarios, en la Colección Teseo Enredado.

Tengo la satisfacción de que Huberto Batis me apoyara hasta el último momento, realizando el cuidado editorial de Protagonistas del suplemento sábado de unomásuno. Huberto Batis, apenas en 2017, que contiene 104 entrevistas a colaboradores de sábado: poetas, narradores, críticos de cine, de artes plásticas, de literatura, ilustradores, y más.

Seguiré trabajando con el mismo ímpetu que él me enseñó, seguiré fiel a la labor editorial que me insufló y seguiré promoviendo sus libros y su trabajo intelectual, siempre fiel al excelente amigo, al maestro. 

En la tesis universitaria que logré presentar en la UNAM sobre sábado, siendo Huberto Batis mi asesor, anoté en la dedicatoria que la labor de Huberto Batis en el periodismo cultural mexicano me recordaba el cuento “El gigante egoísta”, de Oscar Wilde, ya que Huberto, como el Gigante, derrumbó los muros que impedían el paso a su jardín para que todos los niños fueran a jugar ahí. Así, Huberto echó abajo los muros del elitismo y dio libre paso a escritores jóvenes, viejos, desconocidos, con prestigio y sin él, de todas las tendencias políticas y culturales, poniendo un ejemplo de pluralismo y diversidad sabiamente aplicados. 

Huberto: un día me dejaste jugar en tu jardín, que fue sábado de unomásuno. Seguirás jugando en Editorial Ariadna porque sabemos que la palabra impresa es eterna, vigente hasta la posteridad. Me gusta recordarte como aquel niño al que describí en el ensayo publicado, también en Editorial Ariadna, en Huberto Batis, entre libros.


Recordamos al maestro Huberto Batis con una hermosa estampa de su carácter e incansable labor hecha por Alegría Martínez


“No es difícil imaginarse a Huberto Batis durante su infancia en Guadalajara. Si ahora, a los 70 años cumplidos, su entusiasmo, su curiosidad desmedida, su capacidad de responder a cualquier estímulo sorprenden por su vitalidad, el Huberto niño, en casa de sus padres, debe haber sido el inquieto, el curioso, el preguntón, el torbellino, quizá hasta el hiperactivo que todo coleccionaba: estampillas que pegaba en álbumes, arañas y alacranes, piedras, canicas, pájaros, tuercas, huesos humanos, tarjetas postales, lagartijas disecadas, revistas de monitos. ¿Qué no habrá guardado Huberto en el clóset que había acondicionado como su guarida? Es lógico pensar que en el cuarto de su infancia se encuentra el antecedente directo de su oficina en unomásuno, en donde se podía encontrar desde una serpiente disecada en actitud de ataque hasta una Biby Gaytán de cartón de tamaño natural, para no hablar de sus galletas antediluvianas y sus arrayanes cristalizados tapatíos (para su exclusivo consumo)”.

Seguramente, antes de aprender a empuñar el lápiz, Batis aprendió a usar las tijeras, porque desde niño empezó a recortar y a coleccionar fotografías de escritores, artistas y por supuesto de vedettes, programas teatrales de mano, invitaciones a exposiciones, fotogramas de cine, material que conservan sus archivos, y que le sirvieron no solo para ilustrar sábado sino también Cuadernos del Viento, La Capital, Banxico —la revista del Banco de México—, Revista de Bellas Artes, el Boletín de la Facultad de Filosofía y Letras, y otras publicaciones en donde su mano estuvo presente, como Punto Cero, en la Ibero, la Revista de la Universidad de México (diez años) y hasta una revista médica y otra erótica que dirigía Gustavo Sainz.

Contaba Huberto Batis que desde niño, en la casa de sus padres, en Guadalajara, adquirió una educación muy completa, gracias a que su padre, Agustín Batis y Güereca, que era médico, fue un hombre culto, que incluso tocaba el piano y el violín. Gracias a él y a su madre, María Luisa Martínez Ulloa, “Yo mamé, además de letras, artes y ciencias”. 

En Guadalajara, Batis estudió con los maristas y luego con los jesuitas, “que no supieron aplacar mi afición a devorar literatura, tan abundante en mi casa que los estantes invadían todos los cuartos. Me sabía de memoria y en fila los títulos de la Colección Austral que mi padre compraba por suscripción a medida que iban apareciendo. Comencé por los libros de forro rojo, de policías y aventuras; seguí por los azules, las novelas sentimentales; luego los morados, poéticos…” (Lo que Cuadernos del Viento nos dejó, Diógenes, 1984, Colección Las Ursulinas, dirigida por él mismo y por Juan García Ponce).

La voracidad del lector era equivalente al ímpetu con el que surgiría el escritor, a quien Huberto dio vida desde la adolescencia: “Empecé a escribir, en Guadalajara, en la secundaria y en la preparatoria con los jesuitas, y luego en sus casas de formación, donde teníamos una revista que se llamaba Folklore (así, en alemán), que no era nada folklórica ni tenía nada que ver con lo costumbrista ni con lo popular, que es lo que connota la palabra. Llegué a escribir ahí cuentos y también a dirigirla. Llevábamos una especie de talleres de narrativa y poesía, dirigidos por maestros excelentes, como Alberto Valenzuela Rodarte (autor muy conocido que publicaba en la revista ábside), Enrique Ríos Turnbull y Xavier Ortiz Monasterio, quienes nos corregían minuciosamente los textos. En el Juniorado (estudios humanísticos) se acostumbraba hacer concursos literarios. Una vez yo gané el primer lugar con un relato largo, una especie de novelita, que he perdido, aunque la he buscado por años entre mis papeles. Era la historia de un misionero en China, quien terminaba martirizado; desde luego, el relato era el reflejo del ambiente místico en el que estaba. También escribí una narración —para niños— de un perro corriente que se escapa y viene a la Ciudad de México, donde se enamora de una perra fina, de casa rica, y ahí se mete y vive con ella (lo cual revela mis ganas de hembra y de salir de la castidad, obediencia y pobreza del monasterio), o sea que me proyectaba en mis narraciones. También conservo un truculento cuento policiaco. Estos dos últimos sí los tengo editados, pues hacíamos diez o quince ejemplares, ilustrados por Federico Escobar, y los regalábamos a los amigos. Además hacía narraciones en latín macarrónico, e incluso traducía literatura moderna (The End of the Affaire de Graham Green; Don Camilo, de Giovanni Guareschi) al latín”.


(Huberto Batis: 25 años en el suplemento sábado de unomásuno. Fragmento de la entrevista de Catalina Miranda, Editorial Ariadna, México, 2005).

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