Adolfo Castañón: “Nos hace falta meditar sobre el México en que vivimos”

Entrevista

La aparición de dos nuevos títulos que enriquecen su bibliografía y su reciente arribo a los 70 años son los pretextos ideales para este recorrido por la obra y vida del editor, traductor y autor de libros como Agua ensimismada.

Adolfo Castañón, poeta y ensayista. (Wikimedia Commons)
Óscar Garduño Nájera
Ciudad de México /

Libros por aquí y por allá. La mayoría en desorden, amontonados en un apretado librero, lomos de ediciones que se antojan hermosas y antiguas. Así es el sitio donde Adolfo Castañón me recibe luego de abrirme la puerta de su casa e invitarme a subir por unas escaleras de caracol. Se le ve tranquilo. Me invita a sentarme a una mesa, tras ofrecerme café frío y agua. Guardo silencio luego de ponerle play a la grabadora. Me interesa que sea él quien arme la introducción. Su voz es serena. Se podría decir que corresponde a la voz de alguien que ha sabido construir su mundo a través de las lecturas y de los distintos géneros literarios que ha ejercido con maestría a lo largo de los años. Tal y como demuestran los dos libros que convocan a la entrevista: En una nuez: guía de mis libros (1977-2022), Bonilla Artiga Editores 2022, y Catorce voces sobre los 70 años de Adolfo Castañón, Bonilla Artiga Editores 2022, dos libros que, a decir del propio Adolfo, se complementan: el primero de ellos reúne los más de 140 títulos que derivan de un arduo y destacado trabajo literario y de una incansable labor intelectual; el segundo se trata de catorce voces que rinden un merecido homenaje literario a Adolfo Castañón.

“Yo nací en un entorno donde había libros; no me enseñaron a leer a palos porque los libros estaban ahí: era como un pescado que nace en el agua, pues a este pescado no necesitan decirle que se mantenga en el agua, ahí está”, dice el autor de La gruta tiene dos entradas: II (Editorial Vuelta (Las Horas Situadas), 1994) al comenzar la charla.

—Ese es el primer camino que toma hacia sus primeras lecturas, sus primeros libros…

Mi camino hacia los libros tiene que ver con la voluntad de autoconstrucción de mi propio padre, que se unió posteriormente a la de mi madre, a quien también hay que darle su crédito. Yo nací el 8 de agosto de 1952 y me llamo Adolfo no por Adolfo López Mateos, con todo respeto, y lo mismo con Adolfo Ruíz Cortines, sino por un filósofo: Adolfo Menéndez Samará, quien era maestro de mi padre y fue uno de los fundadores de la Universidad Autónoma de Morelos, incluso fue maestro de Margo Glantz (aparece en sus memorias).

—¿Cómo es que le ponen entonces Adolfo?

Mi padre se recibió de abogado el 8 de agosto, el mismo día en que yo nací y el mismo día en que Menéndez Samará cumplía años, entonces cuando Samará felicita a mi padre por haber pasado su examen, mi padre le contesta: “Usted también me tiene que felicitar porque hoy en la mañana he sido padre”. Y Samará lo ataja: “Ah, pues entonces ese niño se tiene que llamar como yo”. Luego, tiempo más tarde, estudié primaria y secundaria en escuelas oficiales; estudié también en la Facultad de Filosofía y Letras, estudié idiomas alentado por mis padres, y en el año del 73 hice un viaje que duró casi un año a Europa.

—¿Es el que hizo con mil dólares?

Ese “viajecito” me ha dado de comer toda la vida; fui a Francia, Italia, Grecia, Israel, Turquía; de vuelta a Francia, España y México.

—¿Ya se había propuesto esa ruta?

Tenía dos cosas en mente: preguntas un poco mitológicas, “¿de veras existió Atenas, Roma, el Templo de Salomón?, quiero ir a verlos”. El Coliseo (de niño jugaba con soldaditos romanos), “¿existió el Coliseo?, yo quiero ir también a verlo.

—Y se lanzó a la aventura…

Se dio la circunstancia: alguien en la Facultad de Filosofía y Letras, que ya falleció, Nelson Oxman, que además era amigo de Roberto Bolaño, me dijo que en Israel se podía ganar uno la vida como albañil construyendo el centro turístico de Eilat: pagaban quinientos dólares diarios, había que trabajar mucho, pero el sueldo estaba garantizado. Mi plan era llegar a Israel, pero cuando llegué, los soldados de la entrada (todavía no estaba en guerra, la guerra vendría después) se rieron de mí y me dijeron: “tú no vas a ir muy lejos, así que escoge: o te regresamos en el próximo avión o te vas a trabajar a un kibutz”, y escogí irme a trabajar a un kibutz. Los soldados me preguntaron si sabía manejar y entonces me fui a trabajar a un Kibutz que se llama Hulda, que se sitúa entre Rehovot y Jerusalén, cerca de un campo de aterrizaje de aviones Phantom y cerca, también, del Instituto Weizmann de medicina nuclear en Rehovot. Allí estuve trabajando en un horario muy particular: de cuatro de la mañana al mediodía, del medio día a las ocho de la noche, de ocho de la noche a cuatro de la mañana. Pero para mí fue muy aleccionador porque me hizo saber que había países, por ejemplo Israel, donde no se detenían… seguían, seguían y seguían, veinticuatro por veinticuatro. “¿Se te descompuso el tractor?”, en una hora ya te lo están reparando. Y esa idea de que hay que trabajar todo el tiempo se me quedó como muy metida, tatuada: había que trabajar y trabajar.

—¿Tuvo intercambio epistolar con sus padres en ese tiempo?

Muy poco, porque era muy difícil. Sí tengo por ahí alguna carta y hasta llamadas por teléfono. Recuerdo que la primera vez que llamé por teléfono a mis padres, desde Atenas, casi ni podía hablar por la emoción, me puse a llorar. Al salir de Israel, en lugar de regresarme a México o irme a Europa a gastarme el poquito dinero que tenía, decidí irme a Turquía porque alguien nuevamente me dijo que ahí iba a encontrar trabajo…

—¿Y si encontró?

Ya no recuerdo, tendría que ver mis agendas, pero vamos a decir que trabajé como dos meses en una editorial pirata haciendo traducciones del inglés al francés de una guía de turistas, y en esa editorial pirata me dieron trabajo, de comer, techo y digamos que fueron mis amigos. Entonces con ese dinero me pude comprar un boleto para tomar el barco e ir de Marsella a París, porque yo siempre guardaba los mil dólares, los cambié y los mantenía en un cheque; no los quería cambiar y lo hice ya hasta el final.

—¿Los tenía como una reserva?

¡Claro!, total que con ese barco pasamos por Esmirna, Nápoles y finalmente Marsella, donde había un grupo de franceses y me invitaron a una comuna y ahí encontré a la que actualmente es mi esposa, Marie y le pedí que viniera a México. Pasa el tiempo, yo me regreso y Marie me manda a decir por carta que ya viene para acá, que me tomó en serio, que llega tal día.

—¿Cuántos años tenía?

Veintiuno o veintidós… entonces ya no logré entrar, aunque sí traté, a la Facultad de Filosofía y Letras porque se me atravesó La Cultura en México, que dirigía Carlos Monsiváis, a quien conocí gracias a David Huerta; se me atravesó la corrección de estilo de la revista Plural, que heredé de Armando Pereida, novelista guatemalteco que todavía vive en México; se me atravesó la colaboración con Federico Campbell, que dirigía Mundo Médico, y de quien me hice amigo; de hecho él es el editor de mi primer libro, Fuera del aire (La máquina de escribir, 1977).

—Vamos a En una nuez: guía de mis libros (1977-2022).

Se trata de una guía de mis libros, pero en realidad es una especie de autobiografía de la época, porque ahí están mis libros, pero esos libros fueron editados por amigos y compañeros en el tiempo, entonces el primero fue editado por Campbell, pero atrás o alrededor de él estaban David Huerta, Coral Bracho, Jorge Aguilar Mora, Juan Villoro, Carlos Chimal, Alberto Blanco, entre otros.

—Luego llegó El reyezuelo, publicado por Editorial Tea en 1984.

Ese lo editó Roberto López Moreno, quien por cierto acaba de ser homenajeado, que era mi amigo desde entonces, y atrás de El reyezuelo libro está El reyezuelo que se publicó en el número siete de la revista Caos, que dirigían Héctor Subirats y José Luis Rivas auspiciados por el anarquista Ricardo Mestre Ventura… entonces para mí En una nuez… es como una historia de vida; lo empecé a hacer cuando me dieron el Premio Alfonso Reyes, en el 2018, y me dije: “ya llegó la edad de los reconocimientos, es hora de que te apures y es hora de que pongas en orden tus papeles”, y lo hice, pero de manera sui géneris, porque saqué de los libreros mi bibliografía, mis papeles con la idea de hacer algo y organizarlo, pero para conseguir eso me llevé cuatro años y conté con la colaboración de Eduardo Campo, Verónica Baez, Cristina Villa, Leticia Gaitán, Maricarmen Gutiérrez… logramos hacer toda la organización y me resultó ser enormemente reveladora para mí, de mi propio pasado.

—Y seguramente descubrió detalles que no recordaba…

Para empezar, había libros que no tenía, por ejemplo Agua ensimismada (Gobierno del Estado de Veracruz, 2006), publicado en Jalapa en la Colección Poesía. Pero también algo que me dejó temblando un poco es aquella lección israelita de trabajar, trabajar, trabajar, se me quedó muy metida y pues resulta que yo he sido un trabajador de las letras.

—Y muy prolífico.

Desinteresado, prolífico, organizado, porque para hacer estas cosas uno debe de tener cierta organización y también mucha voluntad. Hay algo que dice Santa Teresa que a mí me gusta repetir: “¿Qué mandáis hacer de mí?... que a todo digo sí”, y yo me la pasé diciendo que sí a muchas cosas a lo largo de la vida.

—¿A los trabajos que cayeran?

No tanto que cayeran, pero sí que tuvieran para mí un cierto interés. Por ejemplo, uno de los trabajos que llegó y que resultó definitivo para mí fue la traducción de George Steiner, ¿quién iba a decir que yo iba a traducir?, pero mi ceguera me hicieron comprometerme con Jaime García Terrés, quien es una persona muy importante en mi vida, gracias a él yo traduje el libro de Steiner, y atrás de esta ficha editorial viene el editor responsable, que es el mismo García Terrés, pero atrás estaba Pedro Torres Aguilar, y en medio estaba Felipe Garrido, porque él era el gerente de producción del Fondo de Cultura Económica en ese momento, y digamos que los trabajos que he asumido han sido de alguna manera casualmente y también por iniciativa propia. Por ejemplo, yo fui muy amigo de Saúl Yurkievich, el crítico y poeta argentino, y cuando murió le dije a Gladis, su esposa, que me gustaría hacer dos cosas en torno a Saúl: primero un libro que fuese la recopilación de los artículos de Saúl de la colección de Bonilla que se llama Las semanas del jardín, y se hizo, pero cuando terminamos con los artículos de arte de Saúl, yo le propuse a Gladis reunir mis escritos en torno a Yurkievich, y ella dijo que sí, pero con la condición de que los ilustrara Julio Silva, el amigo de Julio Cortázar y quien trabajó con él en los libros de Último round y La vuelta al día en ochenta mundos.

—¿Qué más es En una nuez…?

En cierto modo es una especie de pequeña guía por la historia de la literatura mexicana, latinoamericana y quizás un poco mundial a través de la pupila, del trabajo de Adolfo Castañón, quien ha tenido la fortuna de darle la mano a Saúl Yurkievich, Julio Silva, Octavio Paz, José Luis Martínez, Gonzalo Rojas, Carlos Fuentes, Luis Carlos Aragón, George Steiner porque trabajar en una editorial no es cualquier cosa, y yo como editor tuve la fortuna de ubicarme en el trabajo de otros, no solo comentándolos, sino también traduciéndolos, investigándolos. Por ejemplo, otro autor que tengo en la memoria es Eugenio Montejo, o haciendo arqueología: yo no conocía a Arnaldo Orfila, pero me tocó, gracias a la iniciativa de Jaime Labastida, rehacer el epistolario Orfila-Octavio Paz y agregarle las notas.

—¿Qué era lo que lo llevaba, lo que lo atraía a estudiar más a estos autores?

Tiene que ver con una especie de hambre que tiene que ver, a su vez, con una historia de familia, de conocer lo que hay detrás, como ocurrió con Alfonso Reyes, de quien el Fondo de Cultura Económica publicó en forma digital El epistolario con Pedro Henríquez, pero yo hice trampa: armé la edición privada, la segunda parte del epistolario de Alfonso Reyes que publicó José Luis Martínez; yo rescaté el segundo y el tercer tomo, y lo hice por iniciativa propia; después el Colegio de México, gracias a Javier Garciadiego, me apoyó y resultó que hice un trabajo monumental que me llevó como 10 años hacer junto con un equipo, porque muchas de las cosas que he hecho a lo largo del tiempo han sido en equipo. Esta guía es como una especie de mirador de un abismo y tiene dos portadas; pero detrás del libro está la colaboración de Alma Delia Hernández, Isaura Contreras, principalmente Cristina Villa, y muchos amigos que me ayudaron con la investigación de las notas. ¿Y por qué hice esto?, porque yo quiero estar cerca de ellos, estar sentado al lado de Alfonso Reyes, de Pedro Henríquez Ureña, de Julio Torri, porque eso era lo que para mí valía la pena.

—Y dialogar con ellos…

Dialogar con ellos, medirse con ellos, tocarlos, abrirlos, lo que me lleva a otro horizonte: hice la antología de los Escritos mexicanos de Alfonso Reyes que publicó la Academia Mexicana de la Lengua, y para hacer ese libro me inventé una guía que se resolvió en un libro que es Alfonso Reyes en una nuez (El Colegio de México, 2018), y ese libro, que es el índice consolidado de nombres propios, títulos y obras en las obras completas de Alfonso Reyes es en realidad la alusión clave de Una nuez de Adolfo Castañón.

—Sumando, también, el epígrafe de Shakespeare con el que abre el libro…

Claro, Shakespeare y todo lo que trae Alfonso Reyes alrededor. Es una tarea de vida, resumiendo un poco, porque no lo he dejado de hablar; también he tratado de no perder la energía y administrarla, encauzarla en un flujo que no sea nada más para mí, porque finalmente los libros son colectivos, públicos, el poema no es del poeta, sino del lector, de las investigaciones; las traducciones no son nada más del que las realiza, sino que son para los demás… entonces, regresando a Una nuez, no es un ejercicio de encarecimiento de primera persona, es un ejercicio público, que tiene que ver en cierto modo, como diría yo, con la autobiografía de una época, pero también con la enseñanza de lo que el día de mañana un escritor puede hacer en torno a su propio quehacer.

—En esta parte, desde que usted trabajaba en Europa, desde que andaba de viaje, de mochilero, ya de alguna manera, lo supongo, usted ya desarrollaba parte de su creación literaria…

Un poquito, de hecho en Fuera del aire (La máquina de escribir, 1977) hay algunos textos que forman parte de mis apuntes de viaje de aquella época; también traducciones, yo siempre ando cargando cuadernos o libretas, mi género literario preferido es el cuaderno.

—Y tiene muchos…

Ahí tengo un montón de cuadernos, aunque ya con la creación digital el tema de los cuadernos se vuelve poco práctico, pero igual sigo teniendo cuadernos, tengo agendas, cuadernos de viaje, cuadernos de apuntes y tengo un cuaderno de lo que ahora estoy trabajando, ¿qué pasa con todos esos cuadernos?, se convierten en un espacio para apuntar cosas que van a ir a alojarse en la computadora, porque el cuaderno ya se convirtió en la computadora. Los apuntes que ahora hago tienen que ver con los comentarios que realizo, cada día, a los poemas que publica Felipe Garrido en el marco de la Academia, y yo les hago una pequeña banderilla. Volviendo al tema del cuaderno, siempre los he tenido, pero ahora hago una postulación híbrida entre el cuaderno de papel, el cuaderno mental y el cuaderno electrónico; alguna vez también he dictado, y eso también es interesante, son formas de producción, por ejemplo en la traducción, en algunas ocasiones yo dictaba la traducción, después se la pasaba a una secretaria, quien la transcribía, y luego yo la revisaba. Hay otras cosas que guían mis libros que son, en realidad, solo una muestra, porque hay programas de televisión, de radio, artículos, y otras manifestaciones que no he logrado recuperar.

—Además de que se encuentran muchos videos de lecturas que usted hace en voz alta…

Sí, por ejemplo, yo no he hecho un catálogo de YouTube…

—¡Exacto!, y eso incluso le daría para otro libro…

Sí, aquí está, por lo pronto, lo que es el libro y, como dije, tuve la fortuna de estar acompañado por distintas personas para poder hacerlo. Tanto y tan bien que de este libro, donde hice la Correspondencia de Durango o los libros de Alfonso Reyes y Henríquez Ureña, salió este otro (Catorce voces sobre los 70 años de Adolfo Castañón), que es el libro donde la editorial Bonilla convocó a catorce autores contemporáneos, más jóvenes que yo, para dar testimonio de nuestro quehacer. Estoy contento, agradecido con el periódico MILENIO, con José Luis Martínez S., con usted mismo, porque el día de mañana eso va a formar parte de esto.

—Hábleme un poco de cómo llega a Octavio Paz, una de las figuras emblemáticas en torno a su obra y a su parte crítica, ¿cómo se acerca a él?, ¿cómo se dieron sus primeras lecturas?, ¿cuándo es que le nace el interés de estudiarlo más a fondo?

Conocí a Octavio Paz en el 74, y sigo trabajando en él. Comencé a leer a Paz en la Facultad de Filosofía, tal vez a finales de la preparatoria, el primer libro que leí de él fue, quizás, Ladera este. Los lectores no leen los libros en orden, los leen en desorden, por ejemplo yo leí primero Posdata y luego el Laberinto de la soledad; primero leí Ladera este y después Libertad bajo palabra, pero tuve la fortuna de conocer al autor y a finales del 75 tuve la oportunidad de colaborar con él en la revista Plural, y desde entonces tuve una relación amistosa con Octavio Paz, quien fue mi maestro y mi amigo. Octavio Paz nació en 1914, mi padre en 1916, y se conocieron, ya que tenían amigos en común. Uno de los libros más famosos de Octavio Paz es Piedra de Sol, y la primera edición trae un estudio de Raúl Noriega, que fue el editor, periodista e historiador que se interesa en el calendario azteca y quien, además, era el jefe y amigo de mi padre en la Secretaría de Hacienda, incluso Raúl Noriega fue uno de los testigos en mi boda, así que Jesús Castañón, mi padre, y Octavio Paz Lozano forman parte de una misma generación, esa de los que nacieron antes de 1917 y a quienes les tocó una idea de México muy particular, porque ellos veían a México y a la Constitución como si fueran una niña que había que defender, que no había que tocar, que había que cuidar. Mi padre hizo estudios sobre los constitucionalistas del 17, del 57 y del 24; tiene todo ese pensamiento político, a ellos les tocó ser jóvenes en un México que estaba en construcción, lo que James W. Wilkin llamaría el proceso constructivo de la Revolución Mexicana, les tocó vivirlo, ver cómo México iba construyendo y creando instituciones, de hecho les tocó asistir al nacimiento de ellas y colaborar: mi padre trabajó en la Secretaría de Hacienda y Octavio Paz trabajó en relaciones exteriores; todos ellos fueron parte de un cronotopo que tiene que ver con el periodo institucional, tutelado, gobernado por el Partido Nacional de la Revolución Mexicana, el Partido de la Revolución Institucional, o sea el Partido de la Revolución Institucional (PRI).

—¿Cree usted que fue una gran época para México?

Claro, es una gran época de la cual todavía tenemos ecos: acaba de morir a los cien años Luis Echeverría. Por ejemplo, el Templo Mayor, que está en el Centro Histórico, no hubiera sido posible hacerlo emerger sin la decisión del presidente José López Portillo, quien le creyó a Miguel León-Portilla y a Eduardo Matos que había que destruir esos edificios coloniales.

—Y de hecho aún estamos viviendo ese México…

Fue el México que les tocó vivir a Octavio Paz y a Jesús Castañón. Un México dentro del cual todavía estamos, y en ese contexto, volviendo a Paz, creo que la historia literaria, política, la propia biografía de Octavio Paz, se cifra no solo en su vida, sino en la vida del país y en la del mundo, porque Paz puso en conexión a México en el mundo en un momento muy particular donde en México convivieron, debido a la Segunda Guerra Mundial, migrantes rusos, norteamericanos, franceses, alemanes, italianos, centroamericanos, españoles. México se convirtió, en cierto modo, en la capital del mundo y todos ellos, Octavio Paz, mi padre, Luis Villoro, Emilio Uranga, Rufino Tamayo, los Contemporáneos tuvieron que ver de alguna manera con ese México y nosotros somos herederos y tributarios de ese gran banco de bienestar imaginario y cultural que es todo el legado que ellos hicieron.

—Hábleme de ese tiempo de Octavio Paz…

Su obra está escrita a su propio tiempo: los primeros poemas de Crepúsculos de la ciudad, el tiempo que se va acercando hasta llegar a nosotros es el tiempo político, el tiempo artístico, histórico, tanto en la parte indígena, como en la parte del siglo XIX, y en la parte de la Colonia. Por eso una de las grandes aportaciones de Octavio Paz es el haber realzado, retomado, reciclado la importancia del periodo colonial; no lo hizo solo, porque eso ya venía desde Alfonso Reyes, lo hizo también Mariano Picón Salas, lo hicieron los historiadores, pero Paz con su libro de Sor Juana Inés de la Cruz nos dio un hilo para conectarnos de manera muy viva entre el México de la Colonia, el México de castas, el México susceptible de ser reorganizado cuando pasa el mando en España de los Austrias a los Borbones y empiezan las reformas borbónicas.

—Y México también tiene que cambiar…

Tiene que sincronizarse con eso y de alguna manera repercute en el periodo de la Independencia. Todo eso está en la partitura de la obra de Octavio Paz, y por eso su obra sigue siendo un momento importante en la cultura contemporánea, específicamente en la cultura de México, tanto y tan bien que la obra de Paz tiene varias ediciones, tanto la grande como la pequeña. Sucedió algo muy curioso, yo diría que mágico o raro, ya que al morir Paz intestado, por las razones que sean, y no tener herederos y sin un albacea, resulta que Paz no es de nadie y es de todos, y esto es un espacio por una parte trágico, pero también mágico y auspicioso, y creo que debemos aprovecharlo.

—En cuanto a la creación literaria, ¿en qué género literario es en el que más se siente a gusto usted?

En la conversación. En el soliloquio y en el cuaderno y en la intermitencia, porque a veces me siento más a gusto escribiendo un poema, traduciendo un texto y también guardando silencio… creo que nos hace falta guardar silencio, meditar, crear conciencia del México en el cual vivimos y del que estamos rodeados, de una maquinaria de muerte, de desaparecidos, de una economía oscura, de focos explosivos, ante todo eso hay que tener una gran humildad, un gran respeto. Hoy empecé mi mañana con una notita que decía: “No tengo silencio para agradecer tus palabras”, creo que tenemos que guardar silencio para agradecer lo que estamos viviendo, aunque sea muy duro.

—Guardar silencio…

Ante los mineros insepultos, ante los migrantes que están en los tránsitos de los trenes, ante los desaparecidos, de los que no sabemos de dónde vienen y a dónde van, tenemos que ser respetuosos y saber guardar silencio. Yo tengo un poema que se titula “El México de antes” y habla un poco de lo que ya no sabemos contar, tiene que ver con los 43, y yo digo que son más de 43 porque estamos rodeados de algo muy imponente.

—¿Y frente a este México cree usted que todavía tiene cabida la poesía?

¡Sí, por supuesto!, yo lo digo de una manera enfática porque la poesía es una afirmación de libertad, de meditación, de creencia en la palabra, de pacto con el otro, el que le dice a uno una canción, un poema, un cuento, en cierto modo le está transmitiendo la historia de la humanidad, lo que nos queda son los libros de rezos, lo que nos queda son los libros de poemas, lo periódico, el bendito periódico.

—¿Y cuál es su opinión de los poetas jóvenes, los lee, los frecuenta?

Sí, no puede uno no hacerlo. Creo que los autores jóvenes están expuestos a una gran cantidad de tentaciones y de distracciones. Sin embargo, hay una gran riqueza y una gran diversidad y fertilidad en los autores jóvenes que se expresan de manera atípica y no convencional y creo que hay que alentarlos. Mi querido amigo Felipe Garrido, en su sección de un poema al día, nos ha dado una lección de capacidad de escucha de los autores jóvenes. No puedo leer a todos, pero voy tratando de anotar el poema del día, por ejemplo ayer me llegó una nota de una poeta de Jalisco que se llama Carolina Becerras y que publica en la editorial Sonámbula; anteayer tuve que comentar el poema de Marlen Curiel Fernán; en agosto me hizo llegar un libro un joven Sajil, que son de los más jóvenes, aparte de los más madurillos, como, por ejemplo, uno que tengo el gusto de tenerlo cerca y que se llama Fabián Espejel, que era de los alumnos de Alicia Reyes, quien tenía un seminario, un centro de lectura en la Capilla Alfonsina, donde formaban escritores y les decía qué hacer y cómo hacer; ahí están Beatriz Saavedra, Fernando Corona y otros que ya no son tan jóvenes porque ya tienen sus 40 años, porque hay escritores jóvenes que pueden tener 18, 21, 22, y también hay otros escritores jóvenes que a veces se nos escapan de la vista y que son, por ejemplo, ese señor maduro que a los 50 años decide que quiere escribir, esos escritores también son jóvenes y los tenemos un poco olvidados.

—¿Considera que ellos también son escritores jóvenes?

Bueno, uno que de pronto empieza a escribir un poema a los 50 años y que antes no había escrito poemas es un escritor joven, aunque no lo sea cronológicamente, biológicamente, sangre joven es un escritor literariamente inocente, joven, yo considero que sí, de esos me llaman la atención, hay unos casos curiosos y también hay otros que no aparecen en el horizonte literario que son los que escriben, le dan a leer su cuento a sus hijos, y el hijo de pronto nos hace llegar sus poemas o sus cuentos, de esos hay muchos, y en ese sentido yo tengo una gran, no esperanza, sino certeza de que México es un país de lectores y de escritores natos, porque hay gente que escribe y que lee bajo las piedras a pesar de lo que se diga y cuente, y sí, están las campañas de alfabetización, pero también están los alfabetizados que escriben y que se toman en serio la cosa; si no, no sería posible que hubiera toda esta producción de revistas y periódicos, que no son baratos, y que se consumen… También hay un consumo digital, la red nos ha enseñado que también hay una gran vivacidad y voracidad en ese orden.

—Además de que es usted un gran caminante, veo que también le gusta mucho la música.

Sí, puedo oír música clásica, latinoamericana, contemporánea, francesa, y hay un músico que también es poeta, y que en la primera edición de su libro Ómnibus de poesía de Gabriel Zaid se le escapó, pero ya en la segunda edición lo incluye, hizo esta maravilla de libro de las obras completas de Cri-Cri. ¿Y por qué es importante Cri-Cri? Porque es el gran artesano de la transmisión de la música, la poesía, el baile, los valores. Cri-Cri fue reconocido editorialmente por un personaje al que no le terminamos de agradecer que exista y que se llama Gabriel Zaid, quien es uno de los grandes arquitectos de la lectura en México, por eso muchas personas se saben de memoria las canciones de Cri-Cri.

AQ

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