Dramaturgo, productor, director y actor, Adrián Vázquez (Tijuana, 1980) creó hace nueve años dos personajes icónicos del teatro mexicano, que han contado juntos su historia de tintes rulfianos, muertos, enamorados, sentados en su famosa banca desde aquel estreno en La Capilla en 2014: Wenses y Lala.
“Wenses y Lala es una comedia ante todo, donde va inserta una historia de amor de unos personajes que se conocen desde una edad muy temprana y permanecen juntos por siempre”, comenta Vázquez sobre este diálogo en el más allá de una pareja que desde la infancia padeció la violencia en un país donde, según el dramaturgo, es más potente el discurso que, a través de la ficción, lleva a la reflexión, que mentarle la madre a un gobernante o político, para lograr algún cambio positivo.
Actor de películas internacionales como Atrapen al gringo (2012) o Elysium (2013) y nacionales como Polvo (2019), por la que recibió una nominación al Ariel, y El último vagón (2023), Vázquez se inspiró en la historia de sus padres y en los lugares donde vivió de niño a las afueras de la ciudad bajacaliforniana, aunque admite que quizá de manera inconsciente Juan Rulfo se pudo colar en su obra.
“La inspiración tiene que ver con el lugar en donde me tocó crecer, las afueras de Tijuana, donde se podían ver esos paisajes, cielos limpios, grandes extensiones de tierra, sin humanos, paisajes con los que existe una identificación muy bella. La historia de Wenses y Lala está totalmente inspirada en la vida y amor de mis padres, que estuvieron juntos desde muy temprana edad hasta que hace poco mi jefa se adelantó; esta relación entre Wenses y Lala es verlos otra vez a ellos amándose y discutiendo en buena lid todo el tiempo. La pieza sí tiene una noción personal, pero es ficción, un mundo aparte, para nada es autobiográfico, aunque sí está inspirado en ese mundo de mi infancia tan añorado por mí.
“Fíjate que Juan Rulfo no entró de manera consciente en Wenses y Lala, pero Rulfo es de los grandes referentes que tengo de literatura a lo largo de mi vida; empecé a leerlo en mi adolescencia y cada vez que tengo oportunidad lo revisito y está arraigado de manera intrínseca de mi ser”, refiere el fundador y director de la compañía Los Tristes Tigres en entrevista a propósito de la nueva temporada de su comedia sobre el amor y la violencia que duran más allá de la muerte, que coincide con el deceso en octubre de Clara Aparicio, esposa e inspiración del autor de Pedro Páramo y El llano en llamas.
Aunque Wenses y Lala fue creada y escrita para Teté Espinoza, que la ha encarnado en muchas temporadas a lo largo de estos 9 años y más de 600 funciones, la obra de Vázquez ha sido pasarela de actrices como Mariana Cabrera, Pamela Ruz y Sofía Sylwin, quienes le han impreso sus sellos. En su nueva temporada en La Teatrería, del 14 de octubre al 17 de diciembre, Fátima Molina regresa al teatro después de 16 años en cine y televisión para ponerse el hermoso vestido blanco que Teté Espinoza dejó temporalmente para irse a otra comedia social, Rosy (de la brasileña Cecilia Ripoll), en el foro Lucerna.
Molina (Ensenada, 1986) comenta que la atrapó esta pieza teatral por los personajes tan bien dibujados, pero, en particular, por el hecho de que se pasan dos horas sentados en una banca contando su historia.
“No podía creer cómo en nuestras mentes, por la forma en que ellos te narraban, podías ir a lugares inimaginables, a otras épocas. Wenses y Lala te lleva a lugares adonde ninguna película o serie te lleva, es algo que solo pueden hacer tu mente y tu energía, aunque cada experiencia es personal”.
Sobre la violencia detrás de esta historia de amor, Molina considera que, a lo largo de la historia, la violencia ha acompañado a los mexicanos, solo que ahora es más notoria porque hay más población y porque tecnología y medios de comunicación se enfocan en ella y la difunden más.
“Eso hace que estemos de la mano de esa violencia, tristemente, y del amor que seguimos anhelando encontrar, y no nada más de pareja, el amor de tu madre, en un amigo, amiga, es algo que, cursimente o no, mueve al mundo. Queremos ser vistos, queridos, reconocidos; y cuando eso pasa, damos lo mismo, cuando nos aman tanto hacemos lo mismo. Por eso es tan adictivo el amor”, dice la actriz de Sueño en otro idioma, El último vagón y Señorita Pólvora.
Y “amor” es la última palabra que se pronuncia al finalizar esta obra sobre dos niños huérfanos a causa de la violencia en un país que no cambia aunque cambien los presidentes y los partidos en el poder, porque justo la relación entre Wenses y Lala perdura más allá de la muerte, el real escenario de la pieza que se ha presentado en La Capilla, La Teatrería, la sala “Xavier Villaurrutia”, los foros Shakespeare y Lucerna, los teatros de la Ciudad “Esperanza Iris”, Nuevo Versalles, Banamex Santa Fe y “Julio Prieto”.
La violencia, la orfandad, la amistad, la educación, el despertar sexual, la relación de pareja y familiar y el perdón son temas que se van hilando en la puesta en escena donde Adrián Vázquez y ahora Fátima Molina comparten su diálogo con un público que no para de reír aunque la obra se tiña de tragedia.
Wenses, tímido, casi no habla, pero cuando habla su escaso vocabulario potencia el significado; Lala, locuaz, animada siempre, erótica, nunca deja de ser niña en su amor hacia el hombre con el que “siempre se sintió segura”. Dos actores, vestidos a la usanza del campo, con acento del norte, sin más escenografía que una banca donde dialogan sentados, recuerdan, liberan la imaginación del público.
El pasado 27 de marzo, Día Mundial del Teatro, Los Tristes Tigres cumplió también 18 años, durante los que ha montado obras de Vázquez y otros dramaturgos que, como el amor entre Wences y Lala, buscan perdurar en la escena por años: Los días de Carlitos, No fue precisamente Bernardette, Más pequeños que el Guggenheim (de Alejandro Ricaño), El hijo de mi padre, Algo de un tal Shakespeare...
Después de nueve años ¿quiénes son Wenses y Lala para Adrián Vázquez?
Wenses es un ser con un espíritu puro, un alma limpia, alguien de una sola pieza que cree en los valores que a los seres humanos nos hacen humanos: el amor, la lealtad, el trabajo, la correspondencia… Algo que es muy bello, pero de ninguna manera cursi, porque él no lo anda pregonando, es su naturaleza, lo asume. Eso nos vuelve entrañable a Wenses: que sea tan puro en esencia, un hombre de una sola cara, de una sola faceta, pero con el sentido del humor muy mexicano, muy arraigado al norte del país. Intentar describir a Wenses es tratar de hacerlo con una persona en su totalidad, no acabaría. Wenses es muchas cosas porque es muy humano, un ser puro. Y Lala es lo mismo, pero en el sentido opuesto: es un alma genuina, pero llena de amor, de vivacidad, un ser encantador por su manera de ver la vida siempre proactiva, plena de energía, de lucidez. También tiene un sentido del humor muy loco, no para de hablar, su naturaleza se refleja hablando y hablando.
Justo el lenguaje me parece un personaje muy importante en Wenses y Lala.
Más allá del lenguaje es el ideolecto de los personajes: cómo piensan y, en ese sentido, cómo se expresan, incluso con qué acento tan particular se expresan. Para nosotros eso es fundamental, porque nos ubica en un lugar particular que, lejos de separarnos del espectador, vuelve universales a los personajes, sabemos que pertenecen a un lugar, pero su humanidad es universal. Para nosotros es muy importante concebir que pertenecen a un lugar que no es la ciudad, que aunque está dentro de nuestro bagaje nos resulta lejos, pero a la vez entrañable, cercano. Intentamos eso con todas las obras que escribo y/o producimos en Los Tristes Tigres, todos nuestros personajes tienen una manera de hablar, de expresarse y de comunicarse, a veces con la palabra, como en Wenses y Lala o los unipersonales; otras, con gestos, la energía, el movimiento, como en Los que sobran, Visceral o incluso Tonta. Encontramos en el discurso escénico la posibilidad discursiva de contactar con el espectador.
¿Qué le han dejado nueve años de Wenses y Lala como dramaturgo, director y actor?
Por principio, mucho aprendizaje, no solo en cuanto a lo escénico, sino, más valioso, en cuanto a lo humano. La retribución que da el espectador dentro de sala o después, ningún actor o actriz tendría la posibilidad de regresarla, de pagar lo que nos ha dejado. En cuanto a experiencia, Wenses y Lala es única, especial, infinita en cuanto a aprendizaje. Por eso llevamos tanto tiempo en cartelera, porque es algo que no queremos dejar de hacer, de experimentar: contactar de manera genuina con el espectador.
Con Fátima Molina ya son cinco actrices que han encarnado a Lala. ¿Qué sello le han dado?
En esencia, el personaje de Lala no varía, eso no cambia, el espectador se lleva la misma idea de conocer a ese ser puro, parlanchín, lleno de energía, de carisma que contagia empatía, eso no cambia. Pero también hay aspectos de la naturaleza orgánica en cada una de las actrices que le imprimen su sello. Mariana Cabrera es una chica muy muy norteña, con una manera de reír o burlarse que es muy típico del norte (“dar carrilla”) y eso le da justo la imagen de una norteñita muy, muy especial. Sofi (Sylwin), que tiene los rasgos su personalidad más dulce, una piel como de porcelana, parecería que es más frágil, pero cuando la vemos contactar de manera energética, no lo es, eso nos parece revelador.
“Teté (Espinoza) no se diga. A Teté se le escribió el personaje justo pensando en su personalidad. Teté es uno de esos personajes que uno se encuentra en la vida y que ama o ama, no hay otra manera de describir. Por eso, en la vida y más en el teatro, más con el talento que ella tiene, verla en el escenario, disfrutarla, compartir con ella, te enamoras. Ese personaje fue escrito para ella y encontramos en su naturaleza muchas resonancias con lo que es Lala. Ahora está Fátima Molina, norteña también, tiene un sentido del humor muy agudo; es muy tajante y directa con lo que quiere en la vida. Es una Lala más madura, pero más burlona; y entregada, generosa y amorosa. Eso vuelve únicos a los personajes.
Había pensado en Esmeralda Pimentel ¿qué características podía ofrecer al personaje?
Todo. Esmeralda es una actriz todoterreno. Cuando pensé en ella es porque ya la he dirigido y sé de la capacidad que tiene; de haberla invitado habría hecho una Lala encomiable. Pero no alcanzamos a platicarlo.
¿Ha considerado la posibilidad de dejar el papel de Wenses a otro actor?
Ya lo hicimos. Hay dos actores que han hecho un par de funciones cada uno: Javier Oliván y Rafael Balderas. Me hicieron el favor de cubrirme en alguna temporada cuando algo se nos atravesó.
El sustrato de Wenses y Lala no solo es su amor, sino también la violencia en la que transcurrió su vida. Wenses estalla contra gobernantes y políticos. ¿Es el enojo de Adrián Vázquez?
Lo expreso a través el arte. Cada ser humano puede contribuir desde su trinchera a un cambio. En este caso, a los creadores escénicos lo que nos corresponde es, desde la escena, hacer buenos productos escénicos, buenas puestas en escenas, con discursos potentes, que hablen desde nuestra realidad, pero también que ofrezcan posibilidades de soluciones, que nos hagan saber o sentir el mundo en que habitamos. Pero, nuestras obras no son para nada ni aleccionadoras ni de protesta. Lo que hacemos es teatro, lo que nos interesa es contar buenas historias a través del teatro. Es más potente el discurso que, a través de la ficción, nos hace reflexionar, que el gritarle a un presidente. Esa labor le corresponde más a un activista; nosotros tenemos que hacerlo desde la ficción y que corresponda a los personajes que están siendo afectados. Y en Wenses y Lala se logra con cabalidad.
AQ