Ahora que recuerdo

Toscanadas

Lo que importa no es la información de la anécdota, sino su relato, como lo demuestran las anécdotas vertidas en el libro de José Esteban.

En la anécdota lo que importa no es la información, sino su relato. La albóndiga es la misma, pero la salsa es lo que da delicia.
David Toscana
Madrid /

Por estos días ando gogoleando y me topé con un antiguo subrayado en su relato “Iván Fedorovich Schponka y su tía”. Dice así: “En fin… hacía lo que hacen esos ciudadanos que van todos los días al club. No para oír nada nuevo, sino para reunirse con los mismos con los que desde tiempos lejanos se han acostumbrado a charlar”. Gogol lo suelta como una crítica burlona, mas lo cierto es que también existe el placer de repasar lo conocido. Una canción se escucha muchas veces, podemos leer una novela en más de una ocasión, recitar un poema una y otra vez. Y lo mismo ocurre con las anécdotas que relatamos o escuchamos relatar con los amigos. Nadie rechaza una sabrosa cochinita pibil diciendo: “Pero esto ya lo conozco”.

Esta noche vendrán a cenar a casa Mónica Lavín, Tanya Huntington y Pancho Hinojosa. Estoy seguro de que relataremos la anécdota del frío tercer jueves de noviembre en Montreal en el que Pancho se apareció ya entrada la noche con una botella de Beaujolais Nouveau; y convirtió el triste ambiente canadiense en una fiesta para celebrar a Baco, Dioniso, la vida, la amistad y las bellas artes. Y la relataremos a pesar de que entre los cinco presentes sólo Mónica la desconoce. Seremos cuatro actores felices de tener una persona en la butaca del teatro.

La semana pasada estuve en la presentación del libro Ahora que recuerdo, del egregio José Esteban, hombre docto, graduado en Sigüenza. Se trata de un libro compuesto enteramente de anécdotas en las que hay vida, muerte, amistad, indiscreciones, muchos libros y mucho alcohol. Fue una de las más festivas presentaciones de libro a las que he asistido, pues estuvo compuesta de anécdotas que compartieron el autor y J. J. Armas Marcelo, mayormente incluidas en el propio libro. Entre el público había amigos de ambos, así es que al modo en que se hace con los trovadores, no faltó quien dijera: “Cuenta la de Bryce Echenique” o “Háblanos del entierro de Baroja” o “De cuando toreaste con Cantinflas”.

Y resulta que ahora que leo el libro me dejo seducir por las anécdotas desconocidas, pero más placer me da encontrar aquellas que ya conocía, y que se han relatado más de una vez en las tertulias del Café Gijón. Así pues, lo que importa no es la información de la anécdota, sino su relato. La albóndiga es la misma, pero la salsa es lo que da delicia.

Recordar es vivir, dice la vieja frase. Y resulta que los recuerdos llegan en forma de relato, y se expresan en forma de relato. 

Y sin embargo, la reiteración tiene sus límites. Creo que ni el desocupado lector ni mis indulgentes editores de Laberinto me permitirían republicar alguna Toscanada del año pasado.

LVC​ | ÁSS

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