‘Akelarre’: una fábula feminista en tiempos de cacería de brujas

Cine

Con el poder de la narración, seis jóvenes vascas se enfrentan a los hombres necios de la Inquisición, tomando la brujería de la cual las acusan y volviéndola en su contra en esta cinta ganadora de cinco premios Goya.

Amaia Aberasturi interpreta a Ana en 'Aquelarre'. (Kowalski Films)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

En 1484, Inocencio VIII rompió la tradición de sus predecesores. Concluyó que había mujeres diabólicas: brujas. Por eso en 1487 dos dominicos publicaron el Malleus Maleficarum, manual para interrogarlas, torturarlas y, desde luego, quemarlas. Ciento veintidós años más tarde, en 1609, tuvo lugar el proceso de Labort, un insidioso juicio en el que se basa (tangencialmente) la película Akelarre, dirigida por el argentino Pablo Agüero y magníficamente escrita por la francesa Katell Guillou.

Akelarre es una deliciosa fábula en torno a los problemas de ser mujer en un mundo dominado por hombres. Y aunque tiene dos o tres problemas, la película no está exenta de una belleza que, por lo contenido de sus recursos y su resolución prodigiosa, hay que ver. Como las Mil y una noches (la que tradujo Burton), Akelarre está llena de una sensualidad sorprendente. Poco importa que el trasfondo histórico sea equívoco y que el director haya pasado trabajos en la traslación a España de un libreto que originalmente tenía lugar en Francia.

A pesar de las falacias históricas, este guión recuerda el trabajo de otros dos magníficos escritores: Guillermo del Toro y Jean-Claude Carrière. Como en El laberinto del fauno, Akelarre nos conduce por inhóspitos parajes de España para contar la historia de una niña. Esta chica ha llegado a convertirse en mujer. Ana no sólo conoce el poder de la fantasía; ha aprendido también el de la sensualidad.

De Carrière como guionista, Akelarre recuerda lo contenido de los recursos. Al igual que en La controversia de Valladolid, no necesitamos de grandes escenarios para entrar en la épica, ese género que, a pesar de grandioso, no necesita ser siempre grandote. Además del guión, el secreto de Akelarre estriba en sus actrices pues, ya se ha dicho, no hay buena película que esté mal actuada. Las de Akelarre han llegado a hacer tan suya la historia, que a lo largo de la película las vemos transformándose, encontrando en sí mismas un poder que estaba en ciernes. Con este poder, Ana y sus amigas se enfrentan al hoy famoso “pacto heteropatriarcal” que a todos parece ocupar tanto. Y es que sí, Akelarre se une a la causa feminista dibujando a unos malos comme il faut. Porque ¿hay algo más despreciado hoy día que la Inquisición española, el catolicismo y la Corona de Castilla?

En resumen, Akelarre es un filme políticamente correcto y recurre, como todos hoy por hoy, a los sospechosos comunes. Tanto que los antagonistas resultan más bien caricaturas: el secretario inquisitorial que come mucho, odia mucho, pero, faltaba más, se persigna, también, mucho; el médico en quien adivinamos indecibles perversiones sexuales y, claro, un juez, el auténtico malo, una suerte de Satán de ojos verdes y barba cerrada que enfrenta a estas muchachitas del País Vasco con todo el poder de la falocracia. Y ellas, acusadas de brujería, ¿qué van a hacer? Pues enfrentar a estos hombres necios encantándoles, dándoles, como Scherezada, una serie de historias que poco a poco van encendiendo la imaginación y, más, la lujuria del perverso, católico inquisidor.

Hacia el clímax, el guión ha conseguido regalarnos preguntas maravillosas: ¿existe en realidad la brujería?, ¿quiénes son estas mujeres que montan un aquelarre?, ¿qué sucede exactamente en la escena final? En la respuesta a estas cuestiones está la clave de una fábula que más que hablar de lo femenino habla del poder de narrar. Y del poder de la seducción.

Akelarre está disponible en Netflix.

AQ​

LAS MÁS VISTAS