En el inicio de la República de Platón, Céfalo pronuncia unas palabras para dignificar la vejez. Incluye el cuestionamiento a Sófocles sobre su vida sexual en la ancianidad, a lo que el dramático contesta: “Me he liberado de ello tan agradablemente como si me hubiera liberado de un amo loco y salvaje”. Difícil hallar sinceridad en estas palabras. No me parece un amo sino una fantástica musa y siempre será penoso que nos destierre de su abrazo.
En sus últimos días, al rey David le quisieron regalar el gusto por la carne. Buscaron por todo Israel a la más bella de las vírgenes para que compartiera el lecho. “Y ella abrigaba al rey, y le servía; pero el rey nunca la conoció”. No estoy seguro de cómo “le servía”. Situación similar se resuelve de manera distinta en La fiesta del Chivo.
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En estos asuntos mejor es pensar en Abraham y Sara. En una escena poco estimulante para película porno, ambos nonagenarios se ponen a refocilar alegremente hasta que ella queda embarazada de Isaac. Escena parecida veríamos en un filme sobre Zacarías e Isabel. “Cuán bellas tus arrugas, cuán incitantes tus pliegues y callos”, dirían los subtítulos, cuando en la lengua original apenas se escucharía “C’mon, give it to me!” Cada quien imagine el casting.
Sin el conformismo ni la edad de Sófocles, Philip Roth presenta a un personaje en La contravida que elige el riesgo mortal de una operación antes que vivir sin potencial amatorio. “Pero no creo que morir fuese lo que más lo aterrorizaba; era tener que afrontar la impotencia durante el resto de su vida”. Dicho sea de paso, “disfunción eréctil” es mi eufemismo predilecto.
Ocupándose de ese tema, La sangre erguida de Enrique Serna podría subtitularse Todo lo que usted siempre quiso saber… Entre muchas situaciones e información, podemos leer: “La sociedad moderna acepta ya la homosexualidad, el sadomasoquismo, las operaciones para cambiar de sexo, pero la impotencia nunca podrá aceptarse a sí misma, porque nadie quiere llevar un estigma que no deja ningún placer… nosotros mismos elegimos la inexistencia, pero evitamos, al menos, la molesta visibilidad de los paralíticos y los leprosos”.
En su Diccionario filosófico, Voltaire tiene un apartado sobre la impotencia. En su revisión histórica, apunta: “Para cumplir las promesas divinas era necesario que todos los judíos se ocuparan sin descanso en la gran obra de la propagación. No cabe la menor duda de que la impotencia es una maldición, y todavía no habían llegado los tiempos en que los hombres se castraban para conquistar el reino de los cielos”.
Y es que Cristo recomienda volverse manco o tuerto si la mano, el brazo o el ojo son ocasión de caer, y por mero buen gusto no habló de amputarse aquello por lo que se cae antes que por los ojos, manos o piernas. Pero Pichulita sabe que el infierno está en no tener.
AQ