Al morir Jonathan

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Presentamos un fragmento de la novela recién publicada en español por Canta Mares

La prosa del escritor francés no fue bien recibida en su época
Laberinto
Ciudad de México /

Tony Duvert


Narrativa 

Una carta había anunciado a Jonathan la visita de Bárbara y de Serge, su hijo. Los había conocido por un amigo, dieciocho meses antes. Los había frecuentado en París por el niño. Serge tenía entonces seis años y medio; Jonathan, veintisiete.
El niño y el hombre se habían caído bien a su manera. Sin embargo, Jonathan, empujado por mil dificultades, pronto se fue de París para refugiarse en aquel rincón del campo, sin romper con nadie.
Desde entonces ya no hablaba, respondía raramente las cartas, no recibía amigos, y su vida íntima se reducía a caricias solitarias con recuerdos que lo eran menos. Trabajaba poco, componiendo solo algunos dibujos a tinta o a lápiz. Su galería le pagaba buen dinero, que Jonathan no empleaba.
La idea de volver a ver a Serge lo trastornó. Bárbara abandonaría al niño una semana, haría un viaje breve al sur y lo recogería a su regreso. Libre de marido, se libraba también de Serge por aquí y por allá, porque le gustaba vivir como soltera. En la época en que Jonathan vivía en París, cuidaba al niño y dormían juntos; por la mañana, lo bañaba, lo vestía, lo llevaba a la escuela. Su amistad era tan extraña que Bárbara se sintió aliviada cuando Jonathan se alejó. Serge, muy colérico antes de conocer a Jonathan, se había mostrado amable con él, pero únicamente con él. Después de su partida, se volvió retraído y abúlico. Eso convenía a Bárbara.
Jonathan se preguntó por qué se atrevía a confiarle de nuevo al pequeño. Eso parecía una transacción. Con frecuencia, Bárbara estaba corta de fondos y, si tenía los medios, Jonathan la ayudaba sin reticencia. Dos meses antes, le había hecho un préstamo que no era tal, pues él no sabía prestar. Bárbara le había agradecido en dos hojas de cháchara, donde la única singularidad era un pasaje a propósito de Serge: porque sus otras cartas no hablaban nunca del niño.
Ese regalo inesperado había intrigado a Jonathan. ¡¡Espero que recuerdes de vez en cuando a mi adorable hijo!!... ¡¡¡Parece que te ha olvidado de verdad!!!... Le hablo de ti — ¡queríamos incluso ir a tu famosa expo en diciembre!... Pero no, eso no le interesa al señor… Ten en cuenta a su edad se olvida rápido quizás es mejor ¿no crees?… ¡¡¡Pero no sabes lo adorable que es ahora!!!, escribía Bárbara, en su lenguaje de trazos y puntos. Añadía que Serge se disciplinaba por fin en la escuela, la adoraba, cada vez más se refugiaba en su cama por las noches, todo un pequeño amante; se estaba volviendo llorón pero era tan gentil. ¡¡Y claro que me gusta más eso que cuando rompía todo en la casa!!... ¡Ah, estos niños!...
Esas noticias gloriosas habían desesperado a Jonathan.
En cuanto a la carta que prometía la estancia del hijo, evocaba también el apuro económico en que se encontraba. La maniobra era tan exagerada que Jonathan temió que Bárbara viniera sola.


Traducción y prefacio de Pedro Alejandrez Muñoz.

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