Desde 1952, cada diez años, la prestigiada revista Sight and Sound (del British Film Institute) pide a ciertos estudiosos del cine que construyan un canon con las cien mejores películas. Cuando, en 1952, comenzó la selección, el primer puesto fue para Ladrones de bicicletas. Entre 1962 y 2012 fue Ciudadano Kane y en 2012 el honor correspondió a Vértigo, de Hitchcock.
- Te recomendamos El año en que llegó Matías Laberinto
Resulta interesante el dato en torno al Día Internacional de la Mujer, pues en 2022 por fin los estudiosos de Sight and Sound concedieron que “el mejor cineasta del mundo” podía ser una mujer. Los cánones están cambiando. Sucede como con el recuento que hizo Mark Cousins en The Story of Film (el libro, no la serie). Un irlandés mira hacia el resto del mundo y pone, por ejemplo, al cine mexicano a la altura que le corresponde y afirma, además, que cine clásico es el de Japón, no el de Hollywood.
Pero ¿nos damos cuenta de que el canon lo siguen dictando los mismos de siempre? Nos entusiasma, por supuesto, que Sight and Sound considere Jeanne Dielman, 23, Quai du Commerce, 1080 Bruxelles (dirigida por la ciudadana belga Chantal Akerman) como la mejor película en la historia del mundo porque es de una mujer, pero es necesario notar que es una revista inglesa la que nos dice lo que tenemos que ver.
¿Qué hacer? Construir nuestro propio canon resulta pretencioso, pero al menos vale la pena comprometernos con una realidad que no nos diga lo que es el centro, sino que lo pensemos nosotros mismos. Justo por eso resulta tan importante meditar la cultura, el arte y, en suma, el cine. Ello implica también, claramente, reconocer lo que Europa nos ha dado como latinos, como mexicanos, como hispanoparlantes. El Neorrealismo italiano es tan importante en nuestra cultura porque ha inspirado a directores de culto sí, pero también a campesinos, indígenas, homosexuales y, por supuesto, mujeres.
Por eso vale la pena revisar la obra de Dominga Sotomayor, cineasta de quien ya hemos hablado aquí. La artista chilena y su amiga española Carla Simón producen una obra de cine epistolar (algo que hay que ver) a través de MUBI. La obra Correspondencia podría servir, de hecho, como base para un canon, si no más nuestro, al menos mejor pensado. Un canon capaz de considerar la importancia de Alcarràs de Carla Simón. Y es que, en esta obra, Simón consigue llevar el Neorrealismo italiano hasta donde Ermanno Olmi no pudo, ni siquiera con aquella extraordinaria película que se llama El árbol de los zuecos.
En Alcarràs, la directora experimenta con una nueva forma de narrar. Y puede decirse (porque resulta fácil) que su película es eso que llaman pomposamente “una película coral”, pero no es del todo cierto. Si es coral Alcarràs no es tanto porque la historia esté narrada desde diversos puntos de vista sino más bien porque, al romper las fronteras entre la ficción y el documental, produce en torno a este pueblito catalán una sensación similar a la que genera el silencio después de la música.
En efecto, cuando la familia de productores de duraznos en torno a la cual gira esta extraordinaria película de Carla Simón escucha a lo lejos el ruido de las excavadoras (en el momento climático de la obra) entendemos que ha llegado uno de esos cambios históricos que marcan ciertas obras de arte. Ese sonido, la excavadora al final de Alcarràs, nos recuerda que hubo un mundo en que la gente comía lo que cultivaba, gente que vivía en contacto con la tierra, una tierra que hoy se ve desgarrada entre industriales y ecologistas.
Alcarràs
Claudia Simón | España | 2022
AQ