En el diccionario íntimo de Alejandro Zambra, la paternidad y la escritura ocupan sitios vecinos. No concibe un escenario de antagonismos donde esas dos palabras rivalicen de manera inconciliable. De ahí que el título de su libro más reciente concentre ambas nociones: Literatura infantil (Anagrama, 2023).
El tiempo de la paternidad es el tiempo de las decisiones urgentes. Cuando supo que sería padre, el escritor chileno afincado en México suspendió indefinidamente la novela que por entonces tenía en marcha. Así, Poeta chileno volvió al cajón de los manuscritos. Zambra quería instaurar un espacio literario para recibir a su hijo en el mundo. Tomó notas durante el embarazo de Jazmina, la madre de Silvestre, y transitó por distintos registros: su escritura partió del recuento diario y osciló después entre la prosa-poesía, la autobiografía, el tratado —en la más didáctica de sus acepciones— y la ficción pura.
Esa amalgama de géneros obedece al descubrimiento mismo de la experiencia paterna. “Es una escritura muy libre. Obedecía al asombro y a los replanteamientos que implica convertirse en padre”, explica Zambra en entrevista con Laberinto.
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En Literatura infantil hay una mirada muy atenta al paso del tiempo. ¿La paternidad cambió el ritmo de tu escritura?
Sí, pero yo no creo que rivalicen, porque la escritura se trata de eso. Estamos todos en una batalla permanente contra el tiempo cronológico, tratando de disfrutar del tiempo en un nivel superior. Hoy, más que nunca, es evidente que quien escribe o lee está en una posición anacrónica, en un cierto desafío a la productividad. Y el que cría también. La crianza se parece al espacio de la creación: también requiere de un tiempo distinto. El problema de la crianza es que no tenemos ese tiempo, nos aferramos a unas ciertas convenciones a las que el mundo nos obliga. ¿Cómo criar a un niño si necesitas hacer muchas otras cosas, y muy rápidamente experimentas la necesidad de desoírlo o de imponerle tu propio ritmo? Esa es la verdadera dificultad. Por eso pienso que la literatura y la crianza no pueden rivalizar, porque no son enemigas.
Tu libro podría compartir anaquel con Umbilical, de Andrés Neuman, un libro que también explora la paternidad desde la óptica del escritor. En una entrevista a propósito de ese libro, Neuman se preguntaba por qué cortar las uñas de su hijo no era un tema digno de narración.
En Poeta chileno hay una escena muy importante en que el hijastro le dice al padrastro que le corte las uñas. Creo que llegué a esa escena justo en el momento en que yo le corté las uñas a mi propio hijo. Es un momento muy conmovedor, porque sientes que puedes hacerle daño. Y eso tiene que ver también con la representación de la felicidad. En el momento en que estás con tu hijo en brazos, sintiendo algo muy parecido a la plenitud, también piensas que se te puede caer, que es muy fácil que todo se vaya a la mierda. Es impresionante esa sensación de fragilidad que lidia con la plenitud.
Además, imagino, es una sensación que será permanente.
Yo creo que a mí me va a costar ser un padre que acompañe y no estorbe. Me imagino que ese es el desafío futuro. Seguro es el problema clásico de algunos: quieres ser amigo de tu hijo y luego enfrentas los procesos de construcción de autoridad. Me encanta una frase de Massimo Recalcati, a quien cito en el libro y quien se ocupa de ese tema. Él dice: “Siempre esperándolos sin pedirles nunca que regresen”. Yo quiero una polera que diga eso.
Jazmina Barrera, en Linea nigra, habla de la maternidad como un terremoto. ¿Algo similar podrías decir desde tu óptica de padre?
Claro, los dos tenemos en común que venimos de países sísmicos (risas). Yo siento que son libros hermanos y cómplices. Además son escrituras paralelas en el tiempo, desde que nació el niño. En algún momento ensayamos una escritura juntos, pero también tenía mucho sentido este cauce paralelo. Estaba sucediendo más o menos lo mismo, pero la escritura demostraba que había una diferencia muy grande. Eso también está ligado a los desplazamientos y al sentido de lo nacional. La paternidad para mí vino junto con el extrañamiento del lenguaje y del territorio. Agradezco esta clase de problemas a mi edad, porque yo trabajo con las palabras, entonces desplazarse en el interior de la lengua castellana podría ser un conflicto muy grande. Yo siempre escribí muy en chileno, mi lenguaje es un chileno coloquial por el que diría, incluso, que he luchado. He vivido en inglés en algunos periodos y no siento ninguna presión sobre mi español de Chile. Pero viviendo en mexicano, todos los días siento algún cambio.
¿Para ti en qué consiste vivir?
Me haces una pregunta que requiere unas 1400 páginas, pero no quisiera eludir el romanticismo radical. Simplemente ahora existe alguien por el cual moriría: me interpondría realmente entre la bala y ese ser humano. Y eso cambia todo lo cambia todo. Si cambia tu idea de la muerte, cambia tu idea de la vida. Siento también un impulso mayor hacia lo colectivo. Una pregunta que uno se hace cuando tiene este espacio del amor puertas adentro es cuántos metros de felicidad necesita, entendiendo que la felicidad es algo muy resbaladizo, muy difícil de definir y siempre tiene sombra. Pero esta pregunta es esencial: cuántos metros de felicidad necesito, cómo se expresa, cómo círculo por el mundo, por qué sectores me interesa circular. Esa es la pregunta que me interesa responder.
ÁSS