Alfred Hitchcock: el genio, el pervertido

Casta diva

El creador se burla de sus personajes, los tortura y los premia; los humanos no sabemos qué es bondad o maldad, cambiamos los valores a nuestra conveniencia.

El director británico Alfred Hitchcok murió el 29 de abrilde 1980. (Archivo)
Ciudad de México /

Norman padece su existencia a la orilla de una carretera, esperando que por ese camino llegue la mujer ideal para ser asesinada, como en un sueño su vida es un estado de tránsito, hotel, camino inhóspito, y su rutina sin sentido de la realidad. Norman Bates es hijo único, inquilino único, amante sin mujer, es un fantasma abandonado de su propia historia.

Hitchcock inventa un análisis científico de la personalidad de Norman, dirigiendo desde el diván de un consultorio psiquiátrico induciendo cada decisión de su personaje, se dio cuenta que hacemos más esfuerzo en demostrar una patología que en reprimirla. En ese hotel de paso, un ser insignificante se empecinó en tener una vida extraordinaria, así lo decidió su creador, su Dios, desde el guión hasta la iluminación, en la frialdad de la fotografía en blanco y negro.

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Norman es un buen hijo, tiene a su madre disecada, un cadáver seco, y le habla, él le presta voz, y responde, se pelea con ella, le dice que ahora sí encontró a una “buena chica”, que no es como todas, como todas las que habrán viajado por esa carretera, las que habrán dormido un momento en ese hotel. Le da una cena a su inquilina, es un buen hombre, los seres humanos no sabemos qué es la bondad o la maldad, inconstantes, cambiamos sus valores, los degeneramos a nuestra conveniencia, las castigamos o premiamos, más dispuestos al crimen que a la virtud, nos bastan las apariencias para juzgar y condenar.

La joven va a tomar un baño, la habitación es austera y limpia, Norman hace el aseo y cuida el hotel, es un hijo ejemplar, la joven es rubia, como le gustan a Norman, a imagen de su creador. Ella se mete a la ducha, el baño es blanco, la cortina es blanca, limpio, como la piel de ella, y el mal aparece, con el poder que le confiere la ventaja de nuestra credulidad. El buen hombre, el buen hijo, el dueño del hotel, la acuchilla, ella grita y su mano ensangrentada se resbala por la pared de mosaicos blancos, la sangre se mezcla con el agua en el piso y se va por el drenaje.

​​Qué limpio es Hitchcock, la mancha de sangre es el delito, negra, es la tinta de su guión, es la maldad misma, agua, baño. Norman hace el aseo, y deja la habitación impecable, así es la maldad, no deja huellas para seguir adelante, no tiene memoria, por eso es insaciable. Ese lugar inhóspito, anodino, puede contener algo más terrible que su apariencia, en ese hotel que es nuestro cuerpo, en esa carretera que es nuestra vida, hay sitio para lo más degradante o lo más sublime, el límite es imperceptible, y una vez roto no hay camino de regreso en esa interminable línea de asfalto, que no lleva a ningún sitio.

El poder del creador está en torturar y premiar a sus hijos, Hitchcock se burla de Norman, y luego lo premia, hace que la ley detenga esa vida perfecta, y entonces, en una demostración de arrogancia y superioridad, el creador le da más poder a su hijo, y nos demuestra que su bondad le impide matar a una mosca, que en una magistral actuación, camina por su mano, y nos susurra que tal vez toda esta historia es una gran equivocación, que Norman es inocente y que tuvo que vivir esa existencia, sólo para que un día una mosca se posara en su mano.

ÁSS​

  • Avelina Lésper

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