Hay alguien que intuye la inminente caída de un mundo enajenado por la internet, la telefonía celular, las redes, YouTube y el entretenimiento sin pausa de las apps y los streaming. Ese alguien también augura que sin luz, sin dinero y sin todo aquello que configura la civilización poca gente va a sobrevivir, así que es necesario adaptar los cuerpos para la era de las calamidades. El tiempo apremia, urge concebir la nueva raza, la estirpe que hará a la humanidad resurgir de las cenizas.
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Quien vaticina el fin del mundo no es un necio ni un ingenuo, es un idealista. “Prever la catástrofe es una utopía en sí”, y es por eso que Donatienne Chambray, la mujer más rica del planeta, invierte su fortuna en un laboratorio donde la ciencia va a contrarreloj del holocausto: ahí se modifica a los especímenes que refundarán la especie con implantes, prótesis y otro tipo accesorios, aunque en un principio fueran vagos, parias o salvajes; de ahí saldrán seres, si no perfectos, con mejor capacidad de supervivencia. Eso es lo que sabe Daniel, el emisario de ese incierto porvenir y narrador de Algo muy serio, novela de la artista y performancera francesa Gaëlle Obiégly (Canta mares, 2023, con traducción de Melina Balcázar), en la que el cyborg no se asume como un ente superior sino al contrario. Es demasiado humano: sus anhelos, inquietudes, fobias y complejos permanecen intactos, nada parece haber cambiado en él, quizás un poco su apariencia, pero también es improbable.
A Daniel le injertaron un chip de perfeccionamiento cognitivo. Su misión es escribir las memorias de su benefactora, Donatienne Chambray, para antes del cataclismo, así que auxiliado por el módulo, Daniel trabaja como esclavo, mejor dicho, como autómata de lunes a sábado porque el domingo lo desconectan, le devuelven el libre albedrío y la facultad de pensar al viejo estilo.
¿Quién es, entonces, ese personaje ambiguo que se asume como hombre–máquina seis días a la semana mas en uno recupera su estado original? Decíamos que es un cyborg, a partir de la definición como ser intervenido por la tecnología, mas como producto mecanizado es incompleto. El chip no modifica sus atributos naturales ni trastoca sus instintos (la orientación sexual, principalmente), no altera sus puertas perceptivas. Tan solo es un sirviente a control remoto; un gadget de carne y hueso, supeditado al algoritmo.
Algo muy serio acontece en un paisaje gris. Austero, indiferente. Así lo ve Daniel, así lo narra, pues como sugiere el título de la novela, mucho o nada es trascendente. Poco importa en el escenario bajo amenaza de desastre. A nadie le preocupa porque no cree o porque ignora lo que va a ocurrir, lo más probable es que se trate de un delirio. El sentido de la vida, entonces, también experimenta una suerte de intervención. Mediática, a merced del imperio digital.
Algo muy serio no es una novela sci–fi sino un relato de la tecnocultura. En sus páginas, como en las de La posibilidad de una isla de Michel Houellebecq (en la que, por cierto, el protagonista y sus clones también se llaman Daniel), se confrontan los misterios aún por descubrir de la condición humana con el velo opaco de una transformación que no es palpable. A ciencia cierta, no sabemos cómo funciona el chip. No hay un recuento de los prodigios mentales o de la evolución cognitiva del cyborg. No hay indicios de una rotunda metamorfosis existencial ni revelaciones sobre la influencia tecnológica en el alma. La novela de Gaële Obiégly se enfoca en aquello que hay fuera y dentro de nosotros (“la naturaleza del hombre es el artificio”) y su cyborg, a pesar de todo, conserva lo que es, protege su identidad a través de lo que retorna a su cabeza todos los domingos. Tal y como dice Houellebecq: “la historia individual crea al individuo”.
AQ