Es famosa la pregunta que de distintos modos hizo George Steiner sobre el arte y el salvajismo de los alemanes. Yo la tomo de su libro Errata: “¿Cómo podemos comprender psicológicamente, socialmente, la capacidad de los seres humanos para actuar, para responder, por ejemplo, a Bach o a Schubert por la noche y torturar a otros seres humanos a la mañana siguiente? ¿Hay congruencias íntimas entre las humanidades y lo inhumano?”.
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Aunque siempre confirmó que no tenía respuesta, habló de otras personas que daban explicaciones que él no acababa de aceptar. Que si todo arte contenía algo bárbaro. Que si la esquizofrenia colectiva. Que si parte del cerebro continuaba llevando un hombre prehistórico.
Por supuesto, tampoco yo intentaré responder a tal pregunta, pero sí voy a hacer notar algo: que muchísimos humanistas andan por la vida divorciados de las humanidades; su verdadero amor es la erudición. Su espíritu no acaba de asimilar de qué tratan las artes. Escuchar a Schubert, conocer de memoria versos de Rilke, leer a Plutarco en griego, puede alimentar el corazón o sólo el cerebro. Sobre esta gente Montaigne escribió que “la doctrina que no pudo llegar a sus almas se detuvo en la lengua”.
¿De qué sirve citar a Sócrates diciendo “La vida no examinada no merece la pena ser vivida” si no se hace al menos un intento por examinar la propia vida? ¿Por qué los versados en la filosofía estoica suelen tener más en común con Epicuro? ¿Por qué los especialistas en Nietzsche viven más de sus citas que de su ejemplo? ¿Por qué los que justifican a Ana Karenina o a Emma Bovary creen que su mujer es una pérfida cuando hace lo mismo? ¿Por qué quienes aman a don Quijote eligen lo ordinario?
El ejemplo en la iglesia católica es claro. ¿De qué le sirve a tanto sacerdote citar de memoria cientos de versículos de la Biblia y argumentar de la mano de Santo Tomás, si luego se dedica a ultrajar niños? Amigos curas, no malentiendan Marcos 10:13, “le presentaban niños para que los tocase”, sino recuerden Lucas 17:2, “mejor le fuera que se le atase al cuello una piedra de molino y se le arrojase al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos”.
Para los antiguos griegos, la historia, la filosofía, el teatro, todo lo escrito estaba para agrandar los horizontes del hombre, para agrandarle el alma. Algo parecido redescubrió el ser humano durante el Renacimiento. Luego se topó con el mismo hallazgo durante el Siglo de las Luces. Habrá que descubrirlo de nuevo.
Entretanto, amigo lector, pregúntese o examínese al modo socrático para resolver si aquello que lee o escucha se le queda en la lengua o se va al alma. Regresamos entonces a la pregunta de Steiner y vaya uno a saber si un alma grande ha de tener atributos de calidad o sólo de tamaño.
AQ