Almudena Grandes: la España de Franco era un país de locos

Entrevista

En su última novela, la escritora madrileña explora los alcances de la represión sexual y política y las resistencias individuales para enfrentarla en la intimidad.

Almudena Grandes es autora de 'La madre de Frankenstein'. (Ilustración: Ángel Boligán)
Carlos Rubio Rosell
Ciudad de México /

Uno de las primeras conclusiones que se extraen de la lectura de La madre de Frankenstein, novela que acaba de publicar la escritora madrileña Almudena Grandes, es que se trata de una obra de marcado carácter político. Al respecto, Grandes dice que hay buenas razones para pensar que el carácter de esta novela es político porque el tipo de represión y de clandestinidad de los que se habla en esta obra no son las previsibles. 

“Aquí se habla de una represión aparentemente invisible, transparente, sobre la intimidad de las personas. Y hay también una clandestinidad sentimental. Eso concentra el aspecto político de la novela en el hecho de que no hay pistolas ni acción armada”.

En cualquier caso, Almudena Grandes señala que todo el proyecto en el que se enmarca esta obra, titulado Episodios de una guerra interminable y compuesto por seis novelas, es político, porque lo que pretende es contar los 25 primeros años de la dictadura de Francisco Franco desde el punto de vista de los que resistieron contra la dictadura con toda clase de armas: primero la lucha armada, después la lucha política, luego la lucha diplomática, y, en el caso de La madre de Frankenstein, la clandestinidad sentimental y la represión hacia las mujeres respecto a su intimidad, un terror que la escritora califica de total.

Unos días antes de la cuarentena por la pandemia de covid-19, Grandes (1960) recibió a Laberinto en su casa de Madrid, un amplio y luminoso departamento donde en los últimos diez años se ha dedicado a la escritura de los Episodios de una guerra interminable, que comenzó con Inés y la alegría, seguida por El lector de Julio Verne, Las tres bodas de Manolita y Los pacientes del doctor García, y que concluirá con Mariano en el Bidasoa, uno de cuyos temas será el nacimiento de ETA y cómo la gente de izquierda vio a ese grupo terrorista.

Respecto a La madre de Frankenstein, Grandes explica que sus personajes viven sumergidos en un clima de miedo y, sobre todo, en un asfixiante ambiente de silencio. “En esta novela se aprecia que el silencio fue fruto del terror —destaca la autora—, el terror de los años cuarenta que le costó la vida a más de cien mil personas en tiempos de paz, que arruinó a multitud de familias, que dividió a muchísimas parejas y que le costó la prosperidad a millones de españoles; un terror cuya fría expresión fue el miedo, porque en los años cuarenta en España nadie hablaba con nadie y nadie hablaba de nada. Ese momento fue ideal para que floreciera lo que se llamó el nacional-catolicismo, que parece una ideología pero que en realidad no lo es, sino que es una especie de engendro ideológico de ocasión que combinaba el puritanismo más rígido de la Iglesia católica con el autoritarismo de un Estado fascista, lo que nos sitúa en un país donde todo es pecado y donde todos los pecados son delitos, algo que llevaba a la gente a jugarse no sólo la vida eterna sino también la cárcel, y donde la denuncia era la forma más exitosa de ascender socialmente, generando al mismo tiempo una clandestinidad sentimental, pues debajo de la aridez había corrientes cálidas donde era posible la amistad, la complicidad, el sexo y el amor, sin que nadie supiera nada ni pudiera denunciarte”.

"En España, el terror de los años cuarenta que le costó la vida a más de cien mil personas en tiempos de paz".
Almudena Grandes Escritora

Este clima se aprecia claramente en un pasaje donde la autora escribe que esta historia trata de “la tragedia de una chica y el chantaje de una monja”. “En ese sentido —indica Grandes—, hay una idea que resume la novela: la principal diferencia entre vivir en una dictadura y vivir en una democracia es que en una democracia las personas que están en libertad son libres; pero en una dictadura puedes estar en libertad, pero no ser libre, no tener capacidad de tomar decisiones libremente”.

María Castejón, el personaje central de La madre de Frankenstein, representa fielmente lo que fueron las mujeres españolas en aquella época. Grandes puntualiza que ese personaje padece, por un lado, una serie de experiencias por las cuales “las personas de orden se ven con derecho a intervenir en la vida privada de la gente, y, por otro, refleja una represión específicamente femenina, pues las mujeres eran el objeto de deseo y el proyecto de pecado. Una mujer en esa España sólo podía sobrevivir si se convertía en la policía secreta de sí misma, porque cosas tan inocentes como enseñar los brazos o ir sin medias arruinaban su reputación. Pero había una cosa todavía más grave y que se ve en la novela: el amor era lo más peligroso que podía haber. Si una cedía a la tentación de enamorarse de un hombre que no fuera exactamente el que la sociedad pensaba que estaba destinado para ella, lo primero que aprendía era que lo suyo no había sido amor; había sido vicio, perversión, etcétera. Y si te ocurría enamorarte, te convertías en un desecho social, condenando a las mujeres a estar solas o arrastrarse por el fango eternamente. Esa dureza de la vida de las mujeres españolas en los años cincuenta la representa María Castejón. Pero por otro lado está el hecho de contar la novela desde un manicomio de mujeres, donde tienen lugar muchos pasajes de esta historia, lo que hace que ese espacio se convierta en un microcosmos que ejemplifica y expresa las partículas tóxicas que se respiraban en un macrocosmos que era un país de locos”.

Otro de los personajes centrales de La madre de Frankenstein es el doctor Germán Velázquez, un psiquiatra exiliado en Suiza que vuelve a España para poner en práctica un estudio clínico de clorpromazina en el manicomio de Ciempozuelos. “Este personaje representa muy bien esa especie de condena del exiliado que se siente culpable porque le ha ido bien, y cuando vuelve a España se encuentra en un país que reconoce pero no entiende nada de lo que pasa, pues los códigos de comportamiento, las actitudes, han cambiado”.

Germán también refleja que la libertad está muy amenazada en todos los frentes. “Es un hombre que está en una ratonera, y que al volver a España se quita un problema que tiene en Suiza, de donde sale la historia de la familia judía Goldstein, que protagoniza otra parte de la novela. Esa familia me permite generar una distorsión de los afectos, de la seguridad, porque en el fondo todos son como náufragos amarrados a un madero. Y es que toda guerra es una tragedia, y pasar por una experiencia como pudo ser la derrota de la República española o el Holocausto es algo que marca indeleblemente. Pero lo que en verdad he querido contar mediante el personaje de Germán es que los resistentes que he conocido, los que habían estado en España, a pesar del sufrimiento, de la cárcel, de las palizas, eran gente más alegre y conforme con su vida que los exiliados que tenían siempre la amargura de no haber estado y no haber sufrido, no haber participado. Los Goldstein dejan a un hijo en Alemania, se van a Suiza y se sienten culpables de no haberlo salvado, y Germán también”.

Almudena Grandes, autora de 'La madre de Frankenstein'. (Foto: Héctor Tellez | Milenio)

En el centro de esta novela, como un personaje tutelar, destaca la feminista española Aurora Rodríguez Carballeira. Almudena Grandes confiesa que llevaba 30 años dándole vueltas a esta filicida, una mujer culta, educada y feminista que el 9 de junio de 1933 entró en la habitación donde dormía su hija, la célebre militante socialista y teórica de la liberación sexual Hildegart Rodríguez, y le disparó cuatro tiros. Y que desde que leyó la historia clínica de esta mujer, condenada a 26 años de cárcel, 22 de los cuales los pasó recluida en el manicomio de Ciempozuelos, escrita por el psiquiatra Guillermo Rendueles, comenzó a pensar que España entera, en los años posteriores a la Guerra Civil, se había convertido, literalmente, en un manicomio.

“Aurora cumplía todos los requisitos para convertirse en el modelo de mujer de la España republicana: era muy inteligente y culta, era autodidacta (el psiquiatra nacional-católico Antonio Vallejo Nájera llegó a decir que era el resultado de lo que pasaba cuando una mujer leía sin dirección espiritual), una mujer rica e independiente que emprendió proyectos por su cuenta sin tener que casarse, y no rehuía la vida pública. Y, ante todo y sobre todo, era una enferma mental, una paranoica que creía que había venido al mundo para labrar la felicidad de la humanidad y que se sentía perseguida por el MI5 y las potencias internacionales. Pero cuando leí su historia clínica, cuando leí que en los años cuarenta sabía lo que era la vasectomía y los psiquiatras que la trataban no; cuando leí que afirmaba que la sexualidad femenina era más poderosa que la masculina y se reían de ella todo el tiempo, entonces empecé a pensar que todo estaba al revés. Por otro lado, está la psiquiatría, que otorga a los malos psiquiatras el poder universal sobre la vida privada de sus pacientes, y que en aquella España franquista fue una pieza fundamental del régimen porque otorgó un barniz científico a la represión física y moral, encabezada por Vallejo Nájera y su teoría del gen rojo que decía, a partir de sus teorías sobre eugenesia, que el marxismo era un gen intrínsecamente vinculado a la inferioridad mental, de lo que deducía que los marxistas eran seres mentalmente inferiores a los que se les debía extirpar ese gen para que la raza española mejorara. Hoy puede parecer una película pero fue real, y permitió la supresión de los portadores, cosa que se hizo abundantemente, o hizo posible que cuando se llegaba tarde y los portadores ya habían tenido hijos, les quitaran a esos hijos y les dieran en adopción a familias ejemplares. Así que eso dio justificación científica a fusilamientos y robo de niños, una de las grandes aportaciones españolas a la infamia universal, algo que no se inventó en Argentina sino en España. En ese contexto, otros psiquiatras del Opus Dei afirmaban que la homosexualidad era una enfermedad que se podía curar y que el lesbianismo no existía y que era una desviación”.

En ese contexto, Almudena Grandes relata que el catálogo de cosas peligrosas o inmorales de esa España era infinito. “Una mujer no podía tener un amigo hombre, o si se le ocurría darle un codazo en la calle a un hombre que no fuera su hermano o su padre se convertía en una mujer de mala reputación. Había miedo incluso a que la gente se diera cuenta de que a una persona le gustaba leer por las noches. Muchos niños se criaron en esa España oyendo a sus madres todos los días decirles: en el colegio no se cuenta nada de lo que se habla en casa. Eso fue muy importante para la salud mental de los españoles”.

Por todo ello, esta novela guarda un potente mensaje universal. “El fascismo es universal y utiliza los mismos métodos, carga contra las mismas personas, medra de la misma manera y, sobre todo, ilustra los riesgos a los que podemos enfrentarnos de dejarnos arrastrar por dictaduras como la franquista, donde existía una unión íntima entre la Iglesia católica y el Estado”. Por otro lado, esta novela recuerda que el machismo “no es un decálogo, sino una ideología odiosa que humilla a las mujeres y que en aquella época era muy tolerado por el Estado. Por desgracia, las historias del clásico señorito hijo de puta seduciendo y abandonando a una chica pobre y sin recursos es una historia inmortal. Y uno de los personajes vive ese clasismo terrible y esa limitación de la libertad, porque no se podía hacer nada fuera del carril social al que estabas asignado por nacimiento, elegir una profesión, casarte, tener hijos, educarlos. Y eso también tiene qué ver con un país de locos”.

En última instancia, La madre de Frankenstein es un relato sobre la rebeldía de mínimas biografías en la capital de un país ocupado, sometido a la humillación perpetua de su miedo y sus culpas, algo que refleja, admite Grandes, el espíritu de la serie Episodios de una guerra interminable. “En ese sentido, sigo el modelo de los Episodios nacionales de Galdós, un escritor grandísimo que nos enseñó una forma de contar la Historia, donde las vidas privadas de la gente pequeña sirven para contar la gran historia pública de las naciones. En los Episodios nacionales los narradores son siempre gente corriente: soldados, niños de la calle, algún maestro jubilado, guerrilleros, curas, siempre hay alguien anónimo que representa a personajes reales que no importan, y luego están los grandes personajes de la Historia que entran y salen. En esto he seguido el modelo de Galdós, contando la historia desde el punto de vista de los perdedores de la guerra y, al mismo tiempo, de las personas más cargadas de esperanza, las más alegres y tenaces”.

ÁSS

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