No arregles lo que funciona. Así reza el sentido común. Pero el arte tiene poco de sentido común. Tal vez por eso Tony Kushner (ganador del Pulitzer por Ángeles en América) decidió involucrar a Steven Spielberg en el proyecto de adaptar Amor sin barreras, una película que en 1961 no pretendía otra cosa que usar el Romeo y Julieta de Shakespeare para crear una fantasía de música y baile. En poco más de dos horas asistíamos a espectaculares coreografías, canciones que terminaron por volverse clásicos pop y a un montaje que erizaba la piel. La música de Leonard Bernstein ahondaba en la tradición de Aaron Copland y la historia tenía su dejo de actualidad.
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¿Quieres iniciar la Tercera Guerra Mundial? Preguntaba Anita a María. Y sí. Nacida en Puerto Rico, María tendrá la mala fortuna de enamorarse del chico malo del barrio. Tony trabaja en una tienda de abarrotes y quiere portarse bien, pero sus viejos compinches harán todo para involucrarlo en la sucia tarea de limpiar de puertorriqueños el barrio. El amor entre Tony y María resulta imposible, lo cual, por supuesto, lo vuelve más atractivo. Y los jóvenes insensatos ¿qué van a hacer? Él y ella se conocen durante un fatídico baile y al son de un mambo (según la versión hollywoodense) ponen, el uno en la otra, su corazón. El desastre está servido, pues el destino, auténtico motor de la tragedia, ha decidido que los amantes conozcan la muerte.
La obra original parece escrita para que Spielberg se luzca. El director conoce cada célula de la sensibilidad estadunidense, tiene un amplísimo conocimiento de la técnica cinematográfica y es un maestro en aquello del montaje, la puesta en escena. Desde el guión hasta el cuarto de edición, Spielberg es uno de esos que se involucran tanto con sus proyectos que les inyecta vida.
Y efectivamente, la nueva versión de Amor sin barreras está llena de los guiños que han hecho grande al cine de Spielberg: aquí están las texturas, reflejos y charcos, las ventanas con espejos que se abren y cierran; las telas, colores y movimientos de cámara. Aquí está, en fin, todo aquello que confabula para resultar atractivo en una película. Sin embargo, si uno tiene la curiosidad de revisar la primera película, encontrará un par de cosas. Primero, Steven Spielberg está más resuelto que Wise y Robbins (directores de la versión de 1961) a realizar una adaptación de Shakespeare. Para ello ha decidido acentuar un par de diálogos, quitar mucha música e, incluso, cambiar el orden de las escenas. En el balcón, por ejemplo. La versión de Spielberg hace hincapié en el hecho de que los amantes están saboreando sus nombres. Aquí resulta muy efectiva la adaptación. Pero no tanto en lo segundo que uno encuentra en la confrontación entre ambas versiones. Porque Spielberg ha decidido también producir con esta obra algo más político. El problema es que, al hacerlo, le está quitando la simplicidad que necesita una historia tan machacada. Y es que, en el fondo, ¿a quién le importa un Romeo y Julieta lleno de guiños a la situación política, la miseria y el racismo estadunidenses? Uno lo sabe. Y no necesita de Spielberg para educarse en esta clase de cosas.
Lo que atrae de Hollywood es el fuego de artificio, la hermosura de la frivolidad. Pero Spielberg no parece haber escuchado aquello de que, cuando algo funciona, mejor no lo compongas.
'Amor sin barreras' de 1961 está disponible en Amazon Prime Video y 'Amor sin barreras' del 2021 está disponible en Disney+.
AQ