Para Ana V. Clavel (Ciudad de México, 1961), hablar del corazón no es algo nuevo. A lo largo de sus libros se ha dedicado a hurgar en los resortes que marcan su funcionamiento. Varias de las ideas o tesis sostenidas en títulos anteriores se articulan en Breve tratado del corazón (Alfaguara), una novela que se sostiene en cuatro voces independientes pero unidas por un fino hilo color rojo, como marca la tradición china, envuelto por una prosa sugerente. A través de sus personajes, la escritora profundiza en las pulsiones y pasiones que nos definen como seres humanos y como país.
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—El corazón es un asunto que habías desarrollado en otros libros. ¿Con esta novela podríamos decir que lo redondeas?
No necesariamente, de pronto desde el subconsciente trabajas una urdimbre cuya forma final desconoces. En las minificciones de CorazoNadas me burlé del ícono que representa al corazón. En un primer momento, El amor es hambre se llamó Corazón de lobo y trataba de una caperucita gourmet que fantaseaba con la idea de comerse el corazón de su amado. En Breve tratado del corazón regreso a situaciones que aparecieron en mi primera novela, Los deseos y su sombra. Me refiero a ese personaje invisible que anda deambulando por la Ciudad de México y que ahora toma forma con Casandra. Lo cierto, en todo caso, es que el asunto me interesa.
—Casandra, un personaje inspirado en un caso real.
Nació a partir de una chica que apareció descuartizada en los andenes del metro San Antonio. Yo vivo cerca y la noticia me conmocionó. Cuando estaba armando la novela me pareció interesante retomar al personaje en calidad de alguien que pierde la vida pero se queda como alma en busca de una reubicación.
—¿Cortázar fue referencia al momento de estructurar las cuatro historias que se narran en el libro?
Parte del trabajo de Breve tratado del corazón consistió en colocar las piezas de ese rompecabezas al estilo de Cortázar. En un momento pensé incluso en Rayuela, salvadas las proporciones. Se me ocurrió sugerir un pequeño tablero de navegación a través del cual proponer que si lees las historias de manera invertida es posible reconceptualizar el flujo sanguíneo de la novela.
—A través de estas cuatro historias hablas del corazón y sus aristas. Por un lado recuperas una cita, “El corazón es el sexo humano”, de Hélène Cixous; y por otro hablas de la muerte.
El corazón es como un laberinto y me interesaba abordar sus distintas tentativas. Al recabar la información histórica y literaria descubrí que es algo muy vasto. Cifrar en la narrativa toda la emotividad es una necesidad humana, algo a lo que llamo el síndrome de Sherezada: nuestra casi innata necesidad de contarnos historias y de encontrarle relación a esa trama que vamos urdiendo con nuestra propia vida o con las historias de los otros. Gracias a esto podemos dotar a un elemento como el corazón de una carga narrativa extra. Sucede algo similar cuando escribes un libro y empiezas a elucubrar todas las posibilidades. Para esta novela me pareció que valía la pena ironizar sobre la imposible tentativa de, en unas cuantas páginas, armar un tratado acerca del corazón. Finalmente, las pulsiones y deseos son lo que verdaderamente nos hace humanos. Dice Savater: “el hombre es lo que no es” para referirse a las carencias humanas.
—A partir del corazón se puede hablar de todo.
Sí, aunque curiosamente de lo que menos hablo es del amor. En el libro predomina un espíritu de época: el corazón inquieto que busca su razón de ser. San Agustín sostenía que la inquietud del corazón se debía a la búsqueda de Dios. Pero para quienes somos agnósticos, la inquietud que nos queda es la de no saber a dónde nos dirigimos y más cuando enfrentamos una realidad tan caótica, violenta e inexplicable. ¿Quién nos iba a decir hace veinte años que el país se iba a convertir en esto?
—¿Por eso también le da tanto peso a la territorialidad?
La terrenalidad me permite situar la historia en un aquí y un ahora. Por más que recrees una ficción literaria y armes una metáfora sobre un tema tan relacionado con las pasiones, las pulsiones de tu presente se filtran. Aunque hables de casos singulares, vistos en perspectiva son parte de un mosaico más amplio.
—Que conforman una ciudad que a la luz de su novela puede pensarse que tiene el corazón herido.
Estamos llenos de historias como la de Casandra, víctimas colaterales que mueren por estar en el lugar equivocado.
—Los asesinatos o feminicidios son asuntos a los que ya también se ha referido.
Desde luego, esta complejidad me desquicia y entristece, pero prefiero situarla en un nivel de la pérdida de lo humano. Me resulta igual de conmovedor o dramático que sea un niño, hombre, anciano o mujer. Sé que está a flor de piel la indignación que por siglos se ha acumulado alrededor de la dominación masculina, pero no puedo pensar que unos casos son más relevantes que otros. Es algo que nos compete a todos. Si Casandra es mujer es porque nació de una noticia ocurrida muy cerca de mi casa. Todo esto me parece muy descorazonador.
—Si pudiera hacer una analogía con el estado de salud del corazón de México, ¿cuál sería el diagnóstico?
Hay una novela magnífica de Carla Faesler, Formol, y tiene que ver con la idea del último corazón azteca que se rescata y se queda en las nieves del Popocatépetl. Es una ficción extraordinaria y con una gran fuerza poética. La autora sugiere que el corazón de México está en formol, es decir, muerto. Yo no puedo verlo de esa manera. Para mí la enfermedad que padece México es la falta de empatía y compasión.
ÁSS