La muerte del padre es el hilo con el que Annie Ernaux hilvana la historia de El lugar, novela breve publicada en francés en 1983, traducida en 2002 por Tusquets y descatalogada —como el resto de su obra en español— durante muchos años por esa editorial hasta que este 2022 la autora, nacida en Lillebonne en 1940, obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
La novela cuenta, de manera casi quirúrgica, la relación de una hija —Annie— con su padre. Lo hace con aparente frialdad, sin emoción, como si estuviera escribiendo un informe burocrático, sin pretender, lo dice ella misma, conmover a nadie.
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El padre muere, a los 67 años, y ella reflexiona sobre la distancia que a partir de la adolescencia surgió entre ambos. Rememora sucintamente la historia familiar, la pobreza atávica, los esfuerzos de sus padres para lograr una vida mejor, la muerte de su hermana menor, la oportunidad que tiene ella de salir de su pueblo, ir a la universidad, casarse y ascender socialmente, ante el orgullo callado de su padre.
Desde las primeras páginas, Ernaux plantea lo que va a hacer: reunir los hechos, los gestos, las palabras de su padre, que ella compartió, y contarlos sin ningún adorno, sin pretender hacer literatura: “Nada de poesía del recuerdo, nada de alegre regocijo. Escribir de una forma llana es lo que me resulta natural, es como les escribía en otro tiempo a mis padres para contarles las noticias más importantes”.
Habla también de las costumbres de su pueblo, donde, como suele suceder en todas las comunidades pequeñas, nada escapa a la vista de los vecinos: “ni la hora a la que el marido había vuelto del bar, ni la semana en que los paños higiénicos debían balancearse al aire”.
El estilo directo, seco, con frecuencia resulta chocante, y sin embargo la lectura no se detiene; es el relato de una vida común, de trabajo sin cesar, sin heroísmo, sin nada memorable. Por eso dice la también autora de Pura pasión y El acontecimiento:
“Es en la manera en la que la gente se sienta y se aburre en las salas de espera, se dirige a sus hijos o se dice adiós en los andenes de las estaciones, donde he buscado el rostro de mi padre. En esos seres anónimos con que tropiezo en cualquier parte, portadores, sin saberlo, de signos de entereza o de humillación, he vuelto a encontrar la realidad olvidada de su condición”.
AQ