La cicatriz que nos deja Chéjov

Toscanadas

Hagamos una lluvia de ideas sobre temas de la condición humana y Chéjov ya estuvo ahí, tiñendo todo con la sapiencia del que comprende, no del que juzga.

Retrato de Antón Chéjov, escritor y dramaturgo ruso. (Foto: Wikimedia Commons)
David Toscana
Ciudad de México /

Leer las obras completas de Chéjov resulta complicado, pues no sé si exista un fiable registro de todas sus obras. Tengo cuatro tomos de Aguilar. Los primeros dos se titulan Cuentos completos. El tercero es Novelas completas. Y el cuarto, Teatro completo. Pero hay muchos textos que no están incluidos. Pasa también con la reciente edición de Páginas de Espuma, que en cuatro tomos ofrece los cuentos completos, pero por ahí y por allá, en inglés y otros idiomas, hallo cuentos que no están incluidos. A su vez, éstas y otras antologías pueden presentar textos que el propio Chéjov pidió que no se incluyesen en las compilaciones de sus obras. Además hay que leer su correspondencia y otros escritos que también forman parte del quehacer literario de este genio.

Pero completa o no, una buena antología chejoviana es al mismo tiempo un compendio de sabiduría. He escrito ya varios artículos en los que traigo a colación alguna historia de Chéjov para hablar de eventos contemporáneos, de un personaje del presente, de una inquietud de nuestros días. Si nos parece banal la manera en que la gente sigue hoy a las estúpidas celebridades sólo porque son celebridades, eso ya lo había tratado Chéjov. Si pensamos en los sueños que se derrumban, los planes que se descarrilan, las aspiraciones que no se cristalizan, ahí está Chéjov para indagarlo con humor o solemnidad. Si Tolstói necesitaba un novelón para hablar de la infidelidad, a Chéjov le bastaban pocas páginas, y por eso podía volver al tema una y otra vez, siempre cambiando las circunstancias y el punto de vista.

El desamparo, la corrupción, la angustia, el amor, el desamor, el erotismo, el ridículo, cualquiera de los pecados capitales o veniales; el miedo, la hipocresía, la ingenuidad, el arte, la literatura, el feminismo, el machismo, el interés, la humillación, la fuerza o debilidad de carácter; la educación, la abundancia, la pobreza, en fin, hagamos una lluvia de ideas sobre temas de la condición humana y Chéjov ya estuvo ahí, tiñendo todo con la sapiencia del que comprende, no del que juzga.

A veces pienso que nos hubiese podido dar mucho más de no haber muerto a los cuarenta y cuatro años. Pero también pienso que esa consciencia de su finitud fue la epifanía que lo iluminó para entender la vida. Tenía apenas veinticuatro años cuando comenzó a toser sangre. Por eso comprendió tan bien la relación entre la vida y la muerte. Muchos, muchos personajes suyos mueren, pero nunca se van a la tumba sin darnos una lección de vida. Muchos, también, están en este mundo con el espíritu muerto; pero su descorazonadora apatía está ahí para azuzarnos. Sus hombres y mujeres van llenos de cicatrices emocionales, y eso nos deja Chéjov, incluso cuando nos hace reír: una indeleble cicatriz.

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