Antonio Ortuño ha escrito algunas de las ficciones más arrojadas que la narrativa mexicana le ha entregado al mundo durante los últimos quince años, incluyendo una novela finalista del Premio Herralde —Recursos humanos— y una colección de cuentos —La vaga ambición— que consiguió el Premio Ribera del Duero de Páginas de Espuma. A esa trayectoria hay que agregarle los 3 mil 500 textos, entre columnas de opinión, entrevistas, crónicas y reportajes, que ha publicado desde que se inició en el periodismo en 1997.
“He sido periodista al menos tantas horas y días como escritor”, escribe Ortuño en el prólogo de El caníbal ilustrado (Dharma Books, 2019), una antología que “reúne decenas de artículos sobre asuntos literarios, redactados para diarios, semanarios, revistas y portales web”.
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En más de 300 páginas, el escritor tapatío se regocija tratando asuntos relativos a “los libros, la escritura y la lectura, el mundo literario y sus mezquindades, el embate del pop y la transformación de la vida literaria”.
Hablé con Ortuño antes de la presentación de su libro en la reciente FIL de Guadalajara.
—Antonio, hace varios años que dejaste de trabajar en redacciones, pero te has mantenido cercano al periodismo. ¿Qué le aporta a tu literatura esa relación?
Me da disciplina. Ahora soy columnista en El País; me encanta tener una columna, porque me obliga a documentarme, a conservar aunque sea una parte mínima de ese rigor, de actualidad. Es algo que disfruto: mi día empieza con café y periódicos; sería muy difícil acostumbrarse a otra cosa.
Además, mi práctica literaria ha estado siempre ligada a la práctica periodística. No encuentro ni siquiera la necesidad de cambiarlo. Me interesan muchas cosas que me ha dado el periodismo, intereses que van más allá de las cuestiones estrictamente íntimas, como la posibilidad de voltear a ver otras realidades. Para un escritor eso puede ser muy interesante. A la vez, la literatura me ha dado muchas cosas para la práctica periodística: el humor, la prosa, la posibilidad de romper con cierto lenguaje demasiado estereotipado, demasiado cuadrado, cierto desenfado para escribir.
—Es significativo que menciones el humor, porque en muchos de los textos reunidos en El caníbal ilustrado se advierte la línea de Jorge Ibargüengoitia.
Claro, porque para mí Ibargüengoitia fue un escritor absolutamente formativo en todo sentido por su capacidad de utilizar el lenguaje cotidiano mexicano y convertirlo en literatura y en muy buen periodismo. Eso para mí fue fundamental y fascinante desde el primer momento. Además, el escepticismo de Ibargüengoitia y su capacidad de autoironía me encantan. Es algo que en cierta medida trato de honrar cuando escribo artículos periodísticos, porque para mí el epítome de un artículo periodístico es un artículo de Ibargüengoitia: es divertido y agudo; es periodismo, pero es literatura a la vez.
Desde luego que he leído otro montón de cosas, no trato de ser simplemente un discípulo lineal de Ibargüengoitia. Vivo en otra época, soy otra persona, me interesan otras cosas, he leído a autores distintos, pero sí es una presencia que no sólo no niego, sino que además enarbolo.
—Y esa época que te ha tocado narrar involucra necesariamente a las redes sociales. Eres un autor que interactúa mucho en Twitter y tienes una gran capacidad de diálogo tanto con tus lectores como con tus detractores.
Claro, pero en realidad lo hago porque para mí es un juego. A veces el tono tan crispado de las redes hace que las cosas parezcan mucho más serias de lo que son en el fondo. A mí me gusta que la gente tenga humor y cuando lo encuentro y hay un toma y daca, lo disfruto. Puedo a veces ser muy rudo con la gente, sobre todo si me agreden, pero trato de ser respetuoso.
Desde luego, Ibargüengoitia era muy misántropo. A mí eso me divierte, pero creo que las redes sirven un poco para quitar este pedestal que tiene el que escribe. Uno lanza sus grandes verdades, pero otro te contesta.
"Claro que la gente lee cultura, pero el interés de los medios es hablarle a los poderosos y la cultura les parece secundaria".
—Saqué a colación Twitter porque hace un tiempo sostuviste ahí un debate sobre suplementos y cierto tipo de periodismo cultural, que es uno de los temas a los que más tinta —y críticas— le has dedicado.
Fue un debate que nació como una especie de broma entre [Emiliano] Monge y un servidor. Viendo ciertos suplementos durante cuatro o cinco semanas, notamos que ninguno de los temas que aparecían en portada correspondía a un vivo. El suplemento era una colección de epitafios. Y eso no quiere decir que esos textos sean malos, sencillamente que la parte de periodismo cultural estaba completamente descuidada. Imagínate que el suplemento deportivo fuera todo sobre Alfredo DiStefano, la siguiente semana fuera sobre Johan Cruyff y la siguiente sobre Pelé. Sería un suplemento histórico, no sería propiamente uno periodístico. El periodismo tiene que convivir con la actualidad, no puede prescindir de ella.
Tuvimos un debate muy sabroso con Alejandro Toledo, que es un historiador literario y un gran editor, a quien le fascinan estas rarezas, estas cosas poco conocidas, volver a traer temas a la mesa. Él defendía esa postura y fue un debate muy padre por eso, pero yo sigo sosteniendo que no puedes hacer periodismo sobre el pasado. El pasado es una referencia, un contexto, pero el periodismo tiene que aborda la actualidad. Y si la literatura no es buena, pues peléate con esa literatura de actualidad que no es buena, pero habla de la actualidad, porque el periodismo está para eso. Lo otro es Historia.
—¿Consideras que nos queda a deber el periodismo cultural de México?
Nos queda a deber, pero no podemos culpar a los periodistas. Ellos son las primeras víctimas de la situación en que está el periodismo cultural. En realidad es culpa de los directivos de los medios, que se escudan en que la gente no lee cultura. Claro que lee cultura, pero el interés de los medios es hablarle a los poderosos y la cultura les parece secundaria. Las víctimas son los periodistas, que cada vez tienen menos apoyos. Es muy difícil investigar y reportear, porque vas de rueda en rueda de prensa, simplemente cubriendo la agenda para no quedarte atrás. Ahora tienes que estar sacando videos, lanzando tuits… Es un nivel de exigencia absurdo para el periodista cultural y no se le deja crecer.
—Y al final las víctimas son también los lectores…
Claro, los creadores encuentran menos espacios de difusión y al lector lo están llenando de grilla. Todo es la puta mañanera y parece que no existe otro tema en el país. Y cuando mencionan el tema cultural es porque hablaron de ello en la pinche mañanera. Los espacios están artifiicalemente reducidos. Eso no representa el interés de la gente. Si a la gente sólo le das eso, no va a hablar de otra cosa, pero porque tú lo estás forzando.
—El Caníbal es un catálogo de tus intereses y obsesiones, pero es una reunión de textos publicados a lo largo de varios años. ¿El paso del tiempo se manifiesta también en tu escritura?
Claro, el texto más viejo tiene 22 años y el más reciente se escribió 15 días antes de que hiciéramos la recopilación final del libro. En ocasiones hay dos o tres artículos consecutivos sobre un mismo tema, en los que hay ciertas situaciones que evolucionan, porque también cambia el punto de vista. Yo era mucho más agresivo cuando empecé a escribir y con los años he tratado de ver muchos más matices, de pensar mucho más las cosas, buscar otras perspectivas y tomarlo con un poquito más de calma. Creo que es algo que me gusta y que nutre el libro. Eso te dan los años: la posibilidad de ver más matices.
—¿Qué te curte más, los años o los fracasos?
Uf, yo creo que ambas cosas. El libro es muy autoirónico en muchos sentidos, porque la víctima implícita o explícita de muchas de las salvajadas que se cuentan ahí soy yo. El escritor joven al que le regresaron el libro de la editorial con una carta de rechazo para otro también fui yo.
La autoironía es un buen punto de partida para analizar las cosas, porque aporta esa calidez de la experiencia. Convertir eso en periodismo es sacarse del centro; no escribirlo en primera persona, sino tratar de encontrar lo que hay de universal en la propia experiencia.
—Si ser periodista es ser aprendiz, ser escritor, ¿qué es?
Ser periodista es ser aprendiz porque el periodista no tiene que saber todo, sino tiene que saber de dónde sacar la información. Por definición, el periodista va a tener que seguir aprendiendo toda su vida. El escritor, más que aprendiz, es un artesano. Tal como pasaba en los talleres medievales de oficios, llega el momento en que haces una obra maestra —que no es el pináculo de una carrera—, cuando dominas ya los suficientes recursos para poder poner tu taller, darle clases a los otros porque ya conoces el oficio. La obra maestra es la que te saca de ser aprendiz y te lleva a poder poner tu propio taller y poder enseñarle a los que vienen.
El periodista es el outsider permanente, porque no es parte del medio político y no es parte del medio literario. Eso también me gusta, esa posibilidad de poder dar dos pasitos a un lado. Como creador tienes que ser suficientemente ingenuo para proponer cosas, como periodista no puedes ser ingenuo.
ÁSS