La tradición musical romántica y popular mexicana seguía muy viva (en la segunda mitad de los sesenta y primeros años setenta del siglo XX). Autores, compositores e intérpretes de viejo cuño como (…) Agustín Lara, Pedro Vargas, Toña la Negra, los finados Jorge Negrete y Pedro Infante, las Hermanas Landín, Claudio Estrada, Chucho Navarro, Amparo Montes y el mismísimo “grillito cantor” Francisco Gabilondo Soler, entre tantos otros, estaban presentes en los mercados de discos y en el cada vez más saturado cuadrante nacional.
A la hora de revisar la lista de compositores que registraron sus canciones entre 1967 y 1968 queda claro que todavía el repertorio popular y romántico, caribeño, latinoamericano y mexicanista gozaba de relativa salud y no parecía encontrarse tan de retirada. Entre los más destacados se contaba todavía con figuras como Luis Alcaraz, Lorenzo Barcelata, Roberto Cantoral, Consuelito Velázquez, Víctor Cordero, Gonzalo Curiel, Chava Flores, Rubén Fuentes, Lalo Guerrero, Pepe Guízar, José Alfredo Jiménez, los Hermanos Martínez Gil, Juan Mendoza, Ray Pérez y Soto, Álvaro Carrillo, Miguel Pous, Cornelio Reyna, Los Hermanos Rigual, José Sabre Marroquín, Cuco Sánchez y Juan Záizar(1).
Si bien la mayoría pertenecía a una generación ya consagrada en el quehacer musical mexicano, algunos mostraban cómo la vertiente romántica nacional se estaba renovando con particular denuedo. Tal vez uno de los compositores jóvenes más prolíficos en aquellos días fue el yucateco Armando Manzanero, quien había sido arreglista y acompañante de “la novia de la juventud mexicana”, Angélica María, en sus inicios como baladista y rocanrolera. Manzanero era el principal representante de una especie de revitalización de la balada romántica que a mediados de los años sesenta ya requería cierta modernización con carácter de urgencia. Lo demostró con piezas de gran éxito comercial como “Esta tarde vi llover” y “No”. Para 1968 este compositor yucateco parecía ser la garantía de triunfo de cualquier artista emergente en el medio comercial, y él mismo no desaprovechó esta circunstancia para lanzarse como solista en un primer disco que llevaba el sugerente título de A mi amor…con mi amor. En la contraportada de aquel LP, un comentarista anónimo lo presentó con las siguientes frases:
“…Cuando la música romántica atravesaba por la peor etapa de su vida, cuando los ritmos trepidantes y electrónicos invadían la atmósfera de norte a sur y de oriente a poniente… cuando la juventud en masa volvía la espalda al espíritu y se entregaba en cuerpo y alma al vértigo de ritmos monocordes y exóticos, surgió Armando Manzanero…” (2)
Este yucateco chaparrito y cortés no tardó en ingresar al mundo de los discos de plata, de oro y de platino, convirtiéndose rápidamente en artículo de exportación hacia América Latina y el resto del mundo. Con él y con su meteórica aprobación internacional, México parecía renovar su prestigio como semillero de compositores de habla hispana. Se trataba, al parecer, de una estrella no tan fugaz en medio de la noche romántica. El medio comercial no supo encontrar otro compositor mexicano de su talla para aquel fin de los años sesenta e incluso hasta muy avanzado el siglo XX y los inicios del XXI.
Se ha llegado incluso a decir, con cierta perspicacia, que su influencia en la música romántica mexicana a partir de aquellos años sesenta lo convierte en el epónimo de una era que lleva su nombre: la era Manzanero. Así lo afirma Roberto López Moreno secundado por Enrique Martín Briceño en el libro Manzanero (Gobierno del Estado de Yucatán / Secretaría de Cultura del Gobierno de México) que acaba de publicarse como homenaje a este exitosísimo compositor mexicano. Editado por Alberto Tovalín, cuyo estilo de hacer libros merece un monumento a estas alturas, con un prólogo de Pavel Granados y un magnífico texto biográfico de Enrique Martín Briceño, así como con viñetas escritas por el propio Manzanero, Edgar Cruz, Omar Guzmán, Juan Palacios, Carlos Monsiváis y Ricardo Rocha, y una iconografía abundantísima y muy disfrutable, este libro es una de esas piezas bibliográficas que desde ahora resulta imprescindible entre estudiosos y diletantes de la música popular mexicana. Cierto que el propio Armando Manzanero ya había publicado un par de libros de apuntes memoriosos desde 1995, mismos que tituló primero Con la música por dentro en la editorial Planeta y después lo dividió en una serie llamada Remembranzas en la que incluyó Relatos de mi infancia, El primer paso y finalmente La última canción. Pero justo es decir que Manzanero es desde luego quizás el acopio más acucioso sobre la vida y la obra de este compositor. Además, cuenta con una discografía bastante completa realizada por Emiliano Buenfil Mendoza y con un diseño espectacular de Francisco Ibarra Meza.
Debo reconocer que primero al hojearlo y después al leerlo y escudriñarlo con más cuidado, este libro me llevó a mi primera juventud durante la cual el rock, la música latinoamericana y la música de protesta eran quizás mis principales intereses musicales. Las baladas que cantaban Enrique Guzmán, César Costa, Angélica María y Carlos Lico se habían convertido en una especie de anatema aborrecible dada la comercialización y la explotación de que fueron víctimas por parte de los medios de comunicación que representaban prácticamente todo lo que yo detestaba. En efecto, crecí odiando al monopolio televisivo mexicano, y menospreciando mucho del cine que entonces se hacía en este país, así como a casi la totalidad de la música que se reproducía en la radio comercial. Sin embargo, en mi fuero interno, canciones como “Adoro”, “Contigo aprendí” o “Cuando estoy contigo” todavía me hacen pensar en mis primeras novias y sin duda las aprecié secretamente, pues aparecen en mi memoria como parte fundamental de aquellos noviazgos de manita sudada y primeros besos.
Igual aquel aprecio escondido también tuvo que ver con una vertiente familiar con antecedentes en la música romántica yucateca de principios del siglo XX, que mi abuela y mi tío Rafael se dedicaron a cultivar en reuniones familiares. De pronto entre chacareras, cuecas, yaravís, zambas, sones cubanos y canciones de Bob Dylan, Peter Paul and Mary, Joan Baez y Óscar Chávez, se colaron los bambucos y las claves de Guty Cárdenas, Ricardo Palmerín y sobre todo de un trio de personajes que luego conocí y aprecié personalmente: Luis Demetrio, Pastor Cervera y Juanito Acereto. A los tres los pude escuchar en Mérida siendo muy joven en casa del doctor Álvaro Bolio Cicero, conocido anfitrión y hombre de bien, médico patólogo, bohemio yucateco que era muy amigo de mis padres. Tal vez por eso no me fue difícil aceptar la música de Armando Manzanero, dado que sus orígenes, como bien apunta Enrique Martín Briceño, coincidían con los de los tres compositores románticos antes citados. Aquella Mérida de mis abuelos paternos fue sin duda un semillero de extraordinarios compositores y cancionistas, y de ahí salió también Armando Manzanero. Solo que él sí buscó ampliar sus horizontes, al igual que Luis Demetrio, en la capital mexicana de fines de los años cincuenta del siglo XX, siendo catapultado a la fama por aquellos medios perversamente comerciales una década después. Y hay que señalar también que si bien viniendo de una tradición yucateca de trova y bolero, Manzanero rompió con esa tradición y se agringó convirtiéndose, como el mismo lo reconoce, en baladista. Eso se lo dijo a Pavel Granados quien lo consigna en el excelente prólogo de este libro y también lo constata quien escribe su biografía y el texto principal de este libro: Enrique Martín Briceño.
A diferencia de Pastor Cervera y Juan Acereto, Luis Demetrio y Armando Manzanero al convertirse en trasterrados yucatecos en la Ciudad de México cupieron muy bien en la industria del disco y en el negocio de los medios. El propio Armando confiesa en una de los testimonios que aparecen en este libro:
“Yo creo que indudablemente la industria del disco es una industria, como su nombre bien lo dice, y que no son casas de beneficencia. Que la persona que vende discos es a la que más aman y al que deje de venderlos, aunque lo amen, ya no le dedican mucho tiempo, porque es su negocio… Como que se nos ha olvidado un poco hacer cosas bellas, además de que con esas cosas bellas se puede ganar dinero. Como que en la industria últimamente nos preocupamos por hacer cosas de material desechable, rápidas y fáciles de vender… (pero) la palabra comercialidad no está peleada con la palabra belleza”. (p.240)
Pero independientemente de si uno está de acuerdo con ese punto de vista, no cabe duda que el maestro Manzanero y también Luis Demetrio, lograron producir cierta belleza que fue endiabladamente comercial. Y múltiples pruebas de ello no solo al evocar su música, sino también en la espléndida iconografía que forma parte central de este libro. Además de las imprescindibles fotos y notas del compositor, una gran cantidad de carteles, piezas periodísticas, portadas de discos, fotos de conjunto con cientos de artistas, stills cinematográficos, y desde luego imágenes con un connotado compromiso tanto artístico como político, muestran la gran trascendencia que Manzanero tuvo en la evolución, popularización y comercialización de una música para la cual él fue uno de los pilares más conspicuos.
Pero hay otros aspectos de su vida que aparecen en este libro y que habría que destacar finalmente. Manzanero fue sin duda una figura importante en la difusión de la música mexicana como anfitrión en innumerables producciones radiofónicas y televisivas. También tuvo un importante papel en la Sociedad de Autores y Compositores de México, defendiendo los derechos y las primas de los autores en momentos en que los procesos de comercialización se complicaron por la digitalización y el boom de las plataformas musicales multinacionales. Y como bien reconoce Enrique Martín Briceño, tuvo indiscutiblemente su espacio de poder logrando que las élites políticas de este país les pusieran un poco más de atención a los compositores mexicanos. A ello también contribuyeron la infinidad de premios que recibió a lo largo de su vida productiva que fue impresionantemente dinámica. Entre serenatas, viajes, grabaciones, producciones, presentaciones, entrevistas, romances y matrimonios transcurrieron, pues, los 86 años que Armando Manzanero vivió entre nosotros y cuyo testimonio más completo puede apreciarse en este libro. Tan fue así que su nombre está indiscutiblemente asociado a la música popular mexicana desde hace por lo menos 60 años, y probablemente seguirá por quién sabe cuánto tiempo más.
* Título de la Redacción
(1) Juan S. Garrido, 'Historia de la música popular en México (1896-1973)', Editorial Extemporáneos, México, 1974(2) 'Armando Manzanero y sus canciones “A mi amor…con mi amor”' Disco LP RCA Víctor, México, 1967, MKL-1760
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