Desde chavo, en una de tantas vecindades donde en las azoteas se aprendía a mamarle la miel a las estrellas o a jalarle duro el hilo de cáñamo al papalote, Armando comenzó a hacer rounds de sombra con Paz, Fuentes y Monsiváis. Debutando con el cuento “Ratero”, que fue premiado y al que seguiría su novela Chin chin el teporocho.
Armando Ramírez rompió el paradigma con el que Oscar Lewis había entronizado a Los hijos de Sánchez como el referente clásico del acontecer de la barriada en Tepito y anexas, donde la musa callejera y la señora pobreza amadrinan el talento y la vocación del que la quiere hacer.
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Eran tiempos en los que el Plan Tepito pretendía sustituir las vecindades con un proyecto habitacional para desmadrificar al barrio. Por lo que Armando levantó la guardia y lanzó el concepto de “Acá nosotros, allá ellos”… Lo que hizo surgir al grupo Tepito-Arte Acá, con el manifiesto Conozca México-Visite Tepito.
Mientras que los pintores del Arte Acá tatuaban con murales las paredes del barrio, Armando coordinaba la información que publicaba el periódico El Ñero para la defensa del barrio, además de seguir escribiendo novelas y debutar en los medios como periodista y cronista urbano.
Si Salvador Chava Flores, fue el cronista musical de México, Armando Ramírez se convirtió en el cronista de la barriada y de cada uno de los lugares, personajes y oficios más insospechados de la capirucha.
Con su deceso y sin proponérselo, Armando Ramírez instauró un programa de fomento a la lectura y relectura de todas sus obras, con el estilo irreverente que lo caracterizó, pues nunca dejó de ser parte del obstinado barrio de Tepito, que todavía existe porque resiste.
Armando se reía de quienes se espantan porque México ya es el Tepito del mundo y que Tepito sea la síntesis de lo mexicano...
ÁSS