En los años sesenta, el “arte comprometido” propagó en Occidente un mensaje de reflexión política sobre el sufrimiento humano, las injusticias sociales, los conflictos bélicos. Se combatía al individualismo y al ideal del arte por el arte, las obras se volvían un instrumento para la concreción de una causa colectiva. Contribuyeron a replantear la función del arte el auge de la contracultura, la eliminación de los géneros tradicionales, el surgimiento del arte de acción, la búsqueda de un potencial expresivo que fuera directamente vivencial, etcétera.
En el México moderno, la plástica propagandística cundió en el muralismo administrado por el Estado posrevolucionario, y en los grupos que en los años setenta intentaron, con recursos rudimentarios, sacar el arte a las calles. Con mayor o menor fortuna, el arte de protesta retoña hoy en una uniformización del discurso bajo la consigna de lo políticamente correcto.
Santiago Robles
#RiveradelAtoyac #Instagood #BlueRiver
Pintura al óleo sobre lienzo, 105x105 cm, 2022
Sería interesante investigar la recrudescencia de este fenómeno en la creación actual y su repercusión en el contexto museológico que lo oficializa. Por lo pronto, que nos sirva de ejemplo el texto de sala de la exposición Estas ruinas que ven, la cual empareja hasta el 28 de febrero a dos artistas en vías de consolidación: Rodrigo Ímaz y Santiago Robles (Palacio de la Autonomía/ UNAM, a un costado del Templo Mayor). Transcribo un extracto de lo escrito por Fernando Gálvez de Aguinaga: “Retomamos el título de Jorge Ibargüengoitia, Estas ruinas que ves, para subrayar el arco histórico de 500 años que estas visiones diseccionan poniendo énfasis en nuestra crisis climática, cultural, económica y social derivada de la gradual degradación del sistema-mundo a causa de un modelo de pensamiento impuesto desde la Colonia y que se ha profundizado en el capitalismo tardío, donde no hay más valor que la ganancia económica explotando irracionalmente los recursos naturales y humanos hasta el complejo momento que vive hoy el planeta”.
Santiago Robles
Xolotl-Quetzalcoatl
De la serie Cincalco, nuestra madre
Tinte de añil, de grana cochinilla y de pericón sobre papel montado en madera,
Díptico: 15x15 cm c/u, 2022
En un atajo supersónico, se imputa a la caída de Tenochtitlan “la construcción y expansión de un modelo económico político (que) llega a nuestros tiempos con el capitalismo neoliberal”. Al examinar las obras de ambos artistas, semejante retórica suena impostada y convenenciera. En efecto, hay algo más que tácticas de movilización en las salas donde se intercalan los dibujos y pinturas de Imaz y Robles.
Rodrigo Imaz
"Migajas y detritos"
Acrílico y mole sobre papel
198x115cm
2014
La justeza milagrosa del dibujo corresponde a Ímaz, quien a sus 40 años ha acumulado estudios en la ENAP, becas y residencias artísticas, un premio en Morelia por su cortometraje documental Juan Perros (2016), pero ha expuesto individualmente en escasas ocasiones, absorto que está en el colectivo interdisciplinario Hojarasca. La discrepancia crítica identifica lo mismo a Ímaz que a Santiago Robles (Ciudad de México, 1984), aunque éste la manifieste en un tono más vehemente; él posee credenciales equiparables, pero orienta su trabajo hacia la comunicación visual, produciendo carteles, diseño editorial y otros proyectos concebidos como expresión del don comunal para, en sus propias palabras, “desdibujar el hermetismo que separa el arte contemporáneo de los públicos y desarrollar experiencias que permitan avanzar en una dirección opuesta a la deshumanización, fragmentación e individualización”.
Rodrigo Imaz
"Dollars and Cents"
Acrílico, acuarela y tinta sobre papel montado en tela
156x113 cm
2014
En cambio, Ímaz, cuando inventa parábolas apocalípticas sobre la alienación por el consumo chatarra y sobre la devastación ecológica, siempre las desglosa con una poética propia de la alegoría amparada por metáforas zoomorfas (el avión-ballena, el carro-pulpo). El dibujo es el fuerte de Ímaz, y la pintura acaso el terreno en que la capacidad experimental de Robles florezca a futuro: así lo deja prever el óleo #Zopilotl, fina parodia de los residuos del romanticismo en el paisaje rural convencional ⎯más que, por ejemplo, sus sátiras de logos de Sabritas elaborados con miles de semillas de maíz híbrido industrial.
La elocuencia de la argumentación se alimenta, en el caso de Robles, de la sobreabundancia de trazos imbricados en estructuras compartimentadas, así como de la agresividad del lenguaje; en el de Ímaz, se nutre de una ironía decantada en escenas que erradican todo barroquismo en el detalle, sintetizan sugestivamente el grafismo y se abarcan en una sola ojeada.
Rodrigo Imaz
"Litoral vertical"
Acrílico, acuarela y tinta sobre papel montado en tela
200x122 cm
2014
Un entorno urbano en acelerada descomposición, sembrado de montículos de mierda y contaminado por miasmas mórbidos, camiones de la basura y pancartas publicitarias, es el hábitat de un citadino extraviado en su decadencia, sometido por el poder y atascado en la violencia. Solo lo salvará de la autoexterminación un imaginario fecundado por reminiscencias de un pasado mítico poblado de pirámides, dioses prehispánicos, milpas y nopaleras. La tiranía anónima, las coacciones ideológicas, las normas de comportamiento consumista, la degradación del medio ambiente… todas estas denuncias sustentan las obras de Ímaz y Robles, aunque su resolución plástica supere los clichés de la resistencia con los que se quiere justificarlas.
AQ