En Asteroid City (disponible en Apple TV), Wes Anderson retoma el virtuosismo, el corte justo, el movimiento brillante. Como nunca Anderson produce una declaración de principios que hay que pensar. El elenco de famosos, por ejemplo, está ahí para ser olvidado. He aquí el primer punto de esta declaración: la estrella debe ser olvidada, el arte no.
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En cuanto a la historia, es un juego de espejos que puede resumirse más o menos así: Asteroid City es una película sobre otra película que trata de una obra de teatro que trata de otra obra de teatro. Pero, ¿hay alguna fábula? Tal vez más bien un espíritu, el de una juventud estadunidense que entre 1950 y 1990 se imaginó que su país conquistaría el universo; que eran los héroes de Perdidos en el espacio, los justicieros de La Guerra de las Galaxias o el pequeño filántropo del E.T.
Pero despertamos. Y la bomba atómica seguía ahí. Frente a los pilares que sostienen al cine como arte (el que entretiene y el que hace política) Anderson ha elegido el segundo: “si se quieren entretener métanse a un bar de jazz”, dice Ulrich, en El hombre sin atributos, de Musil.
El cine político de Anderson trasciende, por supuesto, el de quien, con inocencia rayana en la estupidez “hace denuncia”. Wes Anderson no. Su película tiene conciencia del poder político de la belleza, de que la belleza nos salvará y de que, ante la realidad miserable de Estados Unidos en los años de 1950 lo único que puede salvarnos es el amor adolescente de estos niños genio que han venido a Ciudad asteroide a ver una piedra, realmente quién sabe por qué.
En Asteroid City, Wes Anderson retoma el amor erótico como vacuna ante el estado lamentable de las cosas como hizo en La crónica francesa o en Un reino bajo la luna, hermosísima película que ha producido una generación de seguidores que son conscientes de que, en efecto, la inocencia puede salvar al mundo. En fin, lo que menos importa en Asteroid City es lo que suele identificarse con él: el encuadre que atenta contra el clasicismo de Ford, la narrativa en tres actos y sobre todo que el director de culto se niegue a entretener.
Un destacado crítico mexicano escribió “[en Cannes], le tocó turno a la estadunidense Asteroid City, la última excentricidad de Wes Anderson”. Otro ha dicho: el de Anderson es un surrealismo fatigoso que la crítica elogia porque vivimos una “sobredosis de autor”. Otra más lo compara con Buster Keaton y uno de los críticos más en el mundo hispanoparlante dice que el de Anderson es un universo dominado por “un humor seco, habitado por personajes […] inexpresivos, tiesos, que parlotean diálogos caricaturales en paisajes decorados con paletas de color tan consistentes y dominantes que ni un detalle escapa de su homogeneidad”. Ni hablar de Carlos Boyero que más honesta y simplemente dice: “no lo he pillado”, es decir, no entiendo nada de nada.
Salvo quien lo compara con Keaton, ¿los otros no han visto cine de antes de 1939? ¿No saben de la polémica que busca resolver la tensión entre cine como entretenimiento y cine como detonador político? En dicha polémica, que cruza la historia del cine, Anderson es claro. Su cine podrá no gustarnos, pero obras como Asteroid City declaran una posición muy bien pensada. Para ser políticos, parece decir el director, no es necesario tomar las armas. Resulta suficiente con abrir los ojos y recordar un primer beso y una palabra de amor. Preguntarnos: ¿En qué realidad estamos viviendo? ¿En qué realidad queremos vivir?
Asteroid City
Wes Anderson | Estados Unidos | 2023
AQ