Para Rafael Mondragón
El utopismo socialista es afín con la ciencia ficción. Fourier pensaba que si los cuerpos celestes se alineaban de determinada manera mejoraría la vida en la Tierra y, nuestros cuerpos en el más allá, pasarían de terro-acuosos a éter-aromales. Blanqui creía en la existencia de mundos paralelos al nuestro en otros astros. Ursula K. Le Guin elaboró una utopía cósmica que interrelacionaba los planetas gemelos (Urras y Anarres), el uno donde imperaba el “propietariado” y, el otro, una comunidad de inmigrantes de Urras, quienes, siguiendo la doctrina de Odo (figura femenina visionaria), se sobreponían en Anarres a una naturaleza hostil con las herramientas societarias del anarquismo colectivista.
Empero, Louis-Auguste Blanqui (1805-1881) no fue ni un novelista ni un teórico social, sino un hombre de acción. Revolucionario siempre, abstemio y vegetariano, la rebelión popular contra el régimen de los Borbones de julio de 1830 le permitió afinar sus tesis acerca del combate callejero. En adelante, el socialista francés participaría en todas las insurrecciones posibles. Si él no estaba al frente de la rebelión, era porque purgaba alguna condena en la cárcel, confinamiento que aprovechaba para fraguar nuevas conspiraciones. La bella tumba de Blanqui en Père Lachaise, con un relieve de cuerpo entero, todavía recibe flores.
La última estadía carcelaria del Viejo, como le conocían sus seguidores, inició en la víspera de la proclamación de la Comuna de París en marzo de 1871, abandonando la prisión en junio de 1879, tras una intensa campaña por la amnistía del Comité pro-Blanqui. Garibaldi llamó a excarcelar al “heroico mártir de la libertad humana”, mientras que en la Asamblea Nacional Clémenceau dijo que Blanqui había sacrificado 36 años de su vida en prisión por defender la república. En la soledad de la prisión política del Fuerte de Taureau, el Viejo divagaría acerca del mundo celeste en La eternidad a través de los astros. Hipótesis astronómica (París, Librairie Germer Bailliére, 1872; México, Siglo XX, 2000, traducción y nota preliminar de Lisa Block de Behar). “Me refugio en los astros donde uno puede pasearse sin límites”, escribió a su hermana el revolucionario enclaustrado, quien a lo largo de su vida pública había sido sentenciado tres veces a muerte.
La hipótesis astronómica de Blanqui era en sí misma perturbadora: nuestro mundo tendría cientos o miles de réplicas en el Universo. La razón subyacente a esta presunción era que los elementos constitutivos de la Tierra eran limitados (habla de cien “cuerpos simples”). Por extensión, todos los cuerpos celestes, cuyos elementos son “idénticos en todas partes”, al agotarse todas las combinaciones posibles —múltiples, aunque limitadas—, produciría réplicas o copias (“Tierra-sosias”) de cada uno de los tipos particulares, la única manera posible de “poblar el infinito”. Esto conllevaría la repetición de la historia humana en espacios y tiempos distintos, si bien idéntica o semejante en sus diferentes vertientes de acuerdo con cada uno de los tipos. Blanqui no contempla la extinción, pero esa podría ser una posibilidad de su hipótesis cósmica; en esa dirección podrían avanzar algunos de los tipos originales con sus réplicas respectivas. El perpetuo recomienzo en cada una de estas réplicas, procedentes cada una de una matriz original o tipo, significaría la eternidad: “el Universo es eterno, los astros son perecederos y, como forman toda la materia, cada uno ha pasado por miles de millones de existencias”. Todos proceden de la misma materia, “cada pulgada de terreno que pisamos formó parte del Universo entero”, recompuesta incesantemente por los accidentes y las colisiones cósmicas.
La hipótesis cósmica incluye también a la sociedad humana. “Cada uno de nosotros —señala Blanqui— ha vivido, vive y vivirá sin fin, bajo la forma de miles de millones de alter ego”. Sin embargo, las historias particulares no son sincrónicas, dado que no comenzaron simultáneamente, pero de todas formas el devenir será el mismo para cada uno de los tipos originales y sus respectivas “sosias”. Los distintos cuadros de una película. No obstante, la variedad es amplia: “una Tierra nace con nuestra humanidad, que desarrolla sus razas, sus migraciones, sus luchas, sus imperios, sus catástrofes”. Cada hito da ocasión al desvío, “a derecha o izquierda”, altera la ruta, abren posibilidades múltiples, “modifican a los individuos, la historia”, ofrecen direcciones diferentes “a este género humano, a cada minuto, a cada segundo”. Toda opción supone abandonar “para siempre todas las demás”. Ahora bien, un mismo individuo puede vivir en copias distintas, por el cambio de itinerario, provocando “cambios que desdoblan la vida, sin tocar la personalidad”. De esta manera, “no hay un ser humano que no haya figurado en miles de millones de globos y no haya entrado en el crisol de refundiciones desde hace mucho tiempo”.
En la sombría perspectiva de Walter Benjamin La eternidad a través de los astros condenaba la historia a la clausura, a la imposibilidad del progreso, al eterno retorno, a copiarse a sí misma. Antes bien, las diferentes combinaciones, los diversos tipos, las rutas alternas posibilitadas por el desvío podrían considerarse también parte de una historia abierta, la oportunidad perpetuamente renovada de un mundo distinto y mejor, de la Tierra-sosia donde habita la utopía.
Carlos Illades
Profesor distinguido de la UAM y miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Autor de 'Vuelta a la izquierda' (Océano, 2020).
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