Hace 100 años, el 21 de diciembre de 1921, nació Augusto Monterroso en Tegucigalpa, Honduras. Nacionalizado guatemalteco, se exilió en México desde 1956, donde vivió el resto de su vida. Aquí escribió la totalidad de su obra, conformada por textos breves impregnados de una profundidad inmensa. El escritor Juan Villoro, discípulo de Tito Monterroso, y la académica de la Universidad KU Leuven, en Bélgica, An Van Hecke, recuerdan a este gigante de las letras, “uno de los autores más humorísticos de la literatura Latinoamericana, un autor que se vale de la sátira, la parodia, la ironía, para enfrentarse a un mundo triste y complicado”, apunta la investigadora.
Juan Villoro, quien asistió al taller de cuento que impartía Tito en la Capilla Alfonsina, recuerda: “Cuando todos nos callábamos, Monterroso decía: ‘Qué bonito es ser feliz’. Era un hombre que vivía en estado de plenitud. No lamentaba el no ser más fecundo, se burló de sí mismo como autor escaso y asumió la vida como una magia extraordinaria. Por supuesto vivió circunstancias difíciles: la represión política —estuvo detenido por sus convicciones políticas—, padeció el exilio. Se fue primero a Chile donde conoció a Pablo Neruda y luego vino a México. Fue una persona que enfrentó los claroscuros de la vida, pero en él encontramos esta bonhomía del sabio que vemos en los grandes filósofos —Sócrates, Montaigne— o en escritores como Cervantes que tienen el temple de soportar las adversidades con gran sentido del humor. Monterroso tenía eso, era un sabio”.
“El tema del exilio es complicado”, señala Van Hecke, “él veía con escepticismo todo esto de la identidad nacional, los pasaportes, las fronteras. Tenía conflictos con el concepto de exiliado. Yo prefiero verlo como peregrino, viajero, alguien en constante movimiento. Era inquieto, siempre viajando, como la mosca”. Juan Villoro añade: “No en balde escribió un libro que se llama Movimiento perpetuo donde trataba de demostrar que la vida está hecha de una danza de las ideas. La vida tiene que ver con la poesía porque sentimos muchas cosas; con el ensayo porque pensamos muchas cosas; con la novela porque tenemos muchas historias, pero el poema es algo más, un movimiento perpetuo”.
La lectura por placer
A Monterroso se le ubica como autor de cuentos, aunque se acercó a diversos géneros. “No quería repetirse —dice Van Hecke—, si publicaba cuentos, el siguiente libro era de fábulas, luego ensayos, una autobiografía, una novela que no es novela, un libro de dibujos. El dinosaurio, por ejemplo, ha sido etiquetado como cuento porque está en un libro de cuentos; como fábula, porque hay un animal; como anticuento, porque no es un cuento. Incluso se tomó por un poema y el propio Monterroso dijo que era una novela, que simplemente tomó unas tijeras y cortó el principio y el final”. Juan Villoro señala que “Italo Calvino lo consideró el mejor ejemplo en cuanto a brevedad en la literatura. Es un texto de siete palabras: ‘Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí’. En esencia, lo que nos da Monterroso es el final sorpresa de un cuento que no existe. El lector tiene que imaginar lo que ocurrió antes. Es una gran ejemplo de brevedad, pero esa brevedad dura mucho. Los textos de Monterroso son cortos, sin embargo, nos hacen pensar una y otra vez”.
“Dialogar con Monterroso es dialogar con muchos otros autores —dice Van Hecke—, para él la literatura se hace con la literatura. Casi no hay una frase o párrafo sin una referencia implícita o explícita a otro autor, pero no los considera influencias ni modelos, sino cómplices, guías. He hecho algunos estudios sobre la intertextualidad con autores mexicanos, guatemaltecos o los clásicos: Heráclito, Zenón, Kafka, Cervantes, pero es una mínima porción del universo monterrosiano. Se dice que la literatura de Monterroso es como un laberinto, una selva o un jardín. A mí me gusta la imagen del viaje porque refleja el movimiento, la literatura como un viaje”.
Juan Villoro destaca que “Monterroso se preciaba de ser autodidacta y de no haber leído jamás un libro por obligación. Ejerció una lectura hedónica, totalmente placentera. Al mismo tiempo, decía que las personas son más importantes que los libros y que nuestras historias deben estar hechas de gente no de libros. Nos hizo conscientes de que la lectura es una forma de la felicidad, la ejerces cuando puedes y cuando no, te dedicas a otra cosa. Era un hombre sabio, nunca pretendió ser algo que no era, jamás quiso convertirse en personaje”.
Entre los autores más cercanos a Monterroso, An Van Hecke menciona a Kafka. “Realizó un estudio sobre La cucaracha soñadora, una fábula muy breve donde se infiere la presencia de Gregorio Samsa. Hay un ensayo, La metamorfosis de Gregor Mendel y un dibujo donde aparece un personaje sentado en su sillón. Probablemente es Gregorio Samsa. La metamorfosis es un tema fundamental en Monterroso, Ovidio fue una de sus referencias. Por otro lado, está el Quijote, sin duda uno de los hipotextos más importantes en su obra. Le interesa estudiar ediciones críticas. Se obsesiona con el estudio de las notas, todo lo que está al margen le atrae incluso más que el texto. En una entrevista dijo que él tenía un ejemplar de el Quijote en cada habitación de su casa para poder leerlo constantemente y memorizar fragmentos. Era como si el Quijote viviera con él y con su esposa Bárbara Jacobs, como si fuera parte de la familia. También vemos el impacto de Cervantes y esto se refleja en la tristeza, la melancolía. Tito se refiere mucho al Cervantes pobre y ve en el Quijote al antihéroe, la figura del fracaso”.
“Como todo gran escritor —dice Villoro—, renovó a los clásicos. Escribió fábulas después de Esopo y de Lafontaine. Era un autor que de pronto anotaba en un papel algo y si se le perdía no le importaba gran cosa. De estos papeles perdidos fue estableciendo una estrategia dispersa para integrar algunos libros. Escribió libros autobiográficos como Los buscadores de oro, un diario como La letra e, donde apuntaba sus vivencias, sus lecturas. Lo demás es silencio, una novela fragmentaria y así sucesivamente. Concluyó una obra bastante amplia a partir de todos estos fragmentos que fueron creando un tejido muy elocuente y donde siempre pedía la complicidad del lector, porque la escritura fragmentaria tiene que ser conectada por la inteligencia de quien está del otro lado de la página”. Van Hecke agrega: “El lector tiene que llenar los huecos, como un cómplice que puede seguir inventando y creando”.
"Como todo gran escritor, Augusto Monterroso renovó a los clásicos".
El humor y los animales
Monterroso fue un maestro de la parodia, la caricatura, el doble sentido, y encontró en el lugar común un motivo para hacer literatura. Juan Villoro lo describe como “un moralista en el mejor sentido de la palabra. Quiso ilustrar al género humano y lo reflejó a través de las costumbres de los animales. En La oveja negra como en otras fábulas, más que criticar los hábitos humanos, los exhibe. En este sentido era un moralista con empatía por las carencias o limitaciones del ser humano y, al mismo tiempo, ejerció una ironía sobre sí mismo que es una de las principales labores de un autor irónico. Esta mirada, a un tiempo crítica pero comprensiva, determinó tanto sus fábulas como los demás textos que escribió. Uno de sus atributos fundamentales fue el sentido del humor y lo que nos revela es que somos criaturas risibles. Podemos tener pensamientos sublimes, pero también tenemos un retortijón y eso nos convierte en personas extrañas, cuestionables, frágiles. Monterroso supo captar esta doble dimensión del ser humano, la persona que aparentemente tiene grandes ideas y, sin embargo, es vulnerable. Ahí es donde opera esa doble faceta, indagar en la condición moral del ser humano y, al mismo tiempo, ejercer el sentido del humor. Se trata de que el humor te revele algo que no conocías, que active tu intelecto y si eso además te da risa, pues qué mejor“.
En las fábulas de Tito la mosca juega un papel preponderante. An Van Hecke dedica todo un capítulo al estudio de “este animal insignificante que él convierte en un símbolo literario. Lo vemos en los epígrafes de Movimiento perpetuo. Él explica que su intención era crear una antología de la mosca pero nunca lo logró, entonces hace un viaje por la literatura universal guiado por todas esas moscas. Es magnífico porque en las fábulas hay conejos, leones, tortugas, pero nunca una mosca, sin embargo, Monterroso la incluye en su fauna. También tiene este concepto de las frases mosca, las frases que no dicen nada, una frase mosca es caótica. Tiene siempre estos dilemas, estas paradojas, caos y orden, es un autor en constante búsqueda”.
“Los grandes escritores reinventan la realidad”, afirma Villoro. “Monterroso, por ejemplo, dijo que la literatura tenía temas esenciales como el amor, la muerte y las moscas. Decía que las moscas son eternas, están con nosotros todo el tiempo, entonces a partir del tema de la mosca, reinventa la realidad. Creo que los grandes autores nos revelan que no hay nada tan mágico, tan singular como lo cotidiano y esa fue una de las virtudes de Tito, aunque en algunos de sus textos, por ejemplo en La oveja negra, no está hablando de nuestra cotidianidad, sino de otra, la de los animales, que curiosamente se parece mucho a la nuestra. Su literatura está llena de paradojas, por ejemplo, tiene una fábula en donde habla de lo que significa irse al cielo y dice: ‘El cielo es un lugar muy agradable, hay buenos amigos, hay bebidas, cosas muy atractivas, pero el gran problema de irse al cielo es que desde ahí el cielo no se ve’. Es algo que te deja pensando y te obliga a interpretar”.
“Leer a Monterroso —dice Van Hecke— es un aprendizaje de vida. Es casi un filósofo, te abre un mundo, te hace reflexionar”. Para Villoro, “volver a Monterroso es descubrir aspectos distintos del autor, pero sobre todo de nosotros mismos. En las fábulas de La oveja negra uno va reconociendo a sus parientes. Algunos todavía no están ahí, pero denles un tiempito y todos acabarán siendo personajes de La oveja negra”.
AQ