‘Aún estoy aquí’: homenaje a una madre que ha peleado con la Historia

Cine

La película ganadora del Oscar a mejor película internacional transforma lo inaprensible (espacio y tiempo) en algo físico: una emoción.

Fotograma de ‘Aún estoy aquí’. (Sony Pictures México)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

Aún estoy aquí (ganadora del Oscar a mejor película internacional) recuerda el Retrato de la madre del artista, de James McNeill. Walter Salles, el director, trasciende la nostalgia del cine latinoamericano, pues no necesita la validación de Europa y Estados Unidos. De hecho, ganar el Oscar fue una casualidad.

Aún estoy aquí está basada en las memorias de Marcelo Rubens Paiva, un autor que hace literatura de Brasil para Brasil. Y sí, esta autobiografía se mueve entre Cien años de soledad y Roma de Cuarón, pero por sus principios estéticos no hubiera ganado el Oscar si no hubiera sido por las desafortunadas declaraciones de Audiard en torno al español (que ofendieron a la mitad de Hollywood) y las publicaciones de Karla Sofía Gascón en sus redes sociales.

Al cine de California le gusta el cine construido en tres actos, con un héroe tradicional y su arco dramático salido de un libro de superación personal. Aún estoy aquí, en cambio, produce por sus imágenes, un golpe anterior a la lógica y transforma lo inaprensible (espacio y tiempo) en algo físico: una emoción. No se trata, claro, de la felicidad de quien sale de ver Coco de Pixar, sino la de quien ha conseguido leer a Lezama Lima. Hay, por ejemplo, una mujer que llora de felicidad cuando recibe el certificado oficial que declara que alguien a quien ella amaba está muerto. ¿Cómo? Lo complejo de estas emociones se conecta con lo difícil que es vivir bajo una dictadura que lleva la narrativa latinoamericana hasta el siguiente nivel: el cine de desaparecidos.

Esta familia perfecta en tiempos de la Guerra Sucia, en efecto, ya tenía desaparecidos en los años de 1960. Marcelo, el narrador que cruza corriendo las calles ruidosas de Río de Janeiro rodeado de amigos, se transforma en la película en un hombre que sonríe, sí, pero que parece aplastado por la historia de la Guerra Fría. Se le robó su infancia. Esta transición es muy importante de notar.

Es necesario ver cómo el cinefotógrafo Adrián Teijido ha ido trabajando secuencia a secuencia con una paleta de colores que poco a poco se van deslavando. Es el fotógrafo quien nos conduce desde el paraíso de una familia como la de Lezama o la de García Márquez hasta los calabozos de familias que los ilusos creen que sólo se construyeron en Siberia o el este de Berlín. Pero no, este es otro de los testimonios importantes de Aún estoy aquí: la Guerra Fría, a pesar de lo que quiere hacernos creer la propaganda hollywoodense, cobró la vida de inocentes a uno y otro lado del muro de Berlín.

En fin, que esta película no sólo me parece obligada para el amante del cine, también para quien quiera saber un poco de cómo llegamos aquí. Como región. Como latinoamericanos. En sintonía con Nocturno de Chile, el poder que emana de Washington no tiene una cabeza visible, es un vacío que, sin embargo, todos los miembros de esta familia están queriendo documentar. Y, si en la secuencia de créditos el director se hubiese permitido volver a contar su historia con las fotos y los filmes en Super 8 de la familia Paiva la película estaría a la altura de La Jetée de Chris Marker, algo imposible de premiarse en una ceremonia del Oscar. Porque es justamente el minimalismo lo que relaciona esta película con el retrato de James McNeill. Es un homenaje a la madre. No la sumisa, no la dejada. La madre que sigue altiva y que, en la última foto, sonríe en su silla de ruedas, con la dignidad de quien se ha peleado con la Historia y, sin embargo, es capaz de decir: aún estoy aquí.

Aún estoy aquí

Walter Salles | Brasil | 2024

AQ

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