Los curadores y artistas VIP han intelectualizado las mayores simplezas cotidianas, y eso paradójicamente, les ha impedido acceder a las diversiones que goza la masa inculta que no recibe becas, subvenciones ni premios. La vida dentro del impoluto cubo blanco de las galerías y museos, con su arquitectura estrambótica y los patrocinios de farmacéuticas que fabrican los opioides más vendidos del mundo, es una burbuja de aislamiento que los separa del mundo.
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En el Museo Tamayo montaron una conceptualizada kermés del artista Carsten Höller, ideal para los curadores, académicos universitarios, críticos a los que sus sedentarios cuerpos y anquilosada cultura les niega gozar de un parque de diversiones. La exposición tiene como objetivo humanizar a estos eruditos y dar la oportunidad de regresar al momento en que aún no eran doctorados o curadores en jefe de algún museo VIP. Montañas de pastillas, son un homenaje subliminal al OxyContin, la droga que es una epidemia en Estados Unidos, y muy popular en el arte porque los dueños del laboratorio son patrocinadores del Metropolitan Museum de Nueva York.
Los hongos de cabeza, los pasillos luminosos, la insistencia con la “alteración de la percepción”, no debemos creer que Höller está utilizando la afición a las sustancias psicotrópicas y estimulantes que tienen millones de adictos y presionando al uso indiscriminado de ellas, en absoluto, es una forma de “experimentar” algo distinto en un museo, como la legalidad de hacer publicidad de lo prohibido. El recorrido proporciona la seguridad de una guardería infantil transformada para adultos, ese sitio idílico del que fueron expulsados para enfrentarse a las dificultades del cambio de paradigma en el arte.
Las exposiciones de arte VIP deben captar consumidores y por eso utilizan las estrategias de los dealers de sustancias, y las referencias infantiles, dos elementos que actúan en nuestro cerebro primitivo, que aunque no lo crean, también lo tienen los intelectuales.
Ahora, si de verdad quieren una experiencia de riesgo que altere la percepción y las leyes de la gravedad, vayan a un parque como Six Flags, y sin retensiones artísticas ni explicaciones pseudocientíficas van a sacar del armario al sensation seeker que llevan dentro.La montaña rusa Boomerang alcanza una altura de 37 metros y hace un recorrido que deconstruye los indigeribles hot dogs que la gente come antes de subir. Olvídense de las pastillas de azúcar imitando opioides, sentirse Lucy in the Sky with Diamonds es para los que no saben ni qué es el arte y mucho menos qué es una experiencia extrema.
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