Los dioses nos atemorizan cuando cumplen nuestras necias plegarias. Dice Nietzsche que esa es su venganza. El terror es porque significa que nos escuchan y es preocupante pensar que algo tan grande se ocupe de nuestras humanas obsesiones. Los dioses escuchan al poder, le consienten sus caprichos, lo hemos comprobado, iniciamos con la austeridad como guía redentora de los pecados del despilfarro, y eso se prolongó al concepto de “cultura y arte para el pueblo” o los creyentes. Entonces la cultura se empobreció: se acabaron las exposiciones con obras de otros museos del mundo; se cancelaron los ballets, conciertos y las funciones de ópera con artistas internacionales de la música clásica; el Festival Internacional Cervantino se redujo a un festival de cine y talleres de reguetón y grafiti, se debería llamar Festival Popular Cervantino.
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Llegaron a la conclusión de que el pueblo no merece los lujos de grandes exposiciones ni espectáculos artísticos, no, el pueblo merece pobreza cultural, que eso purifica el alma, nos hace más sencillos y menos pretenciosos. La pandemia consagra esas decisiones, y cumple el sueño de esta administración cultural: todos los museos, los teatros, las actividades, todo está detenido. El ahorro es fenomenal, el pueblo no está recibiendo las malas influencias del arte y la cultura que lo vuelven contestatario y lo orillan a cuestionar la realidad. El virus de la austeridad se unió al virus de la pandemia, una pareja perfecta.
Pensemos en el día después, cuando la emergencia sanitaria termine, ¿van a volver a abrir los teatros y museos? ¿La cultura va a entrar en un grado de pauperización más grave? ¿Los museos serán centros de proselitismo? Ahorran en el arte y cultura porque los consideran no esenciales, son gastos superfluos, vanidad que nos aleja de la senda de la bondad.
Los dioses que cuidan del poder han sido muy hábiles, la crisis económica por la pandemia va hacer más daño que la enfermedad, a los Jinetes del Apocalipsis se unirá uno más, que cabalgará junto con el hambre y la peste, será la ignorancia, que triunfante mostrará su estandarte. Los recintos abandonados pueden tener usos más “populares”, como en el Museo del Barroco en Puebla, donde montaron un tianguis, cancelaron exposiciones, y llevaron un ring de lucha libre con luchadores y demás, porque eso le "gusta al pueblo”. El arte “elitista” se cambia por acciones proselitistas, la fe es más importante que el conocimiento. Revelen la verdad, el último mandamiento será: la ignorancia los hará felices.
El amor que el poder tiene por el pueblo es peor que el odio por sus enemigos. El pueblo ignorante es más leal que el sabio.
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