Hace unos días un artículo del periódico decía: “Bad Bunny, el cantante más rentable de la nueva industria musical” y caí en cuenta que ni idea tengo de este sujeto ni tampoco de cómo sea la nueva industria musical.
Me quedé en la onda de los CDs, de los que tengo más de dos mil, organizados y clasificados, y hace unos pocos años dediqué varios (pesados) meses a digitalizar un buen porcentaje de ellos: no quedó más remedio que perder fidelidad al ponerlos en MP3, pero con la gigantesca ventaja de que casi cupieron en una tarjetita micro-SD de 128 GB (una cantidad inimaginablemente enorme) que cargo en el celular, con lo que el tesoro de toda una vida (música clásica, jazz y rock) me acompaña a todas partes. Por supuesto, ese celular no es de los que en forma perversamente absurda no admiten medios externos, obligando así a sus esclavos a consumir “la nueva industria musical”, lo cual nos lleva al tema de inicio.
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Lo primero fue entrar a YouTube Music a buscar al Bad éste, y luego seguir tratando de averiguar quiénes son los otros “grandes” de la música actual que mencionaba el artículo, y me topé con esta lista:
Harry Styles, Olivia Rodrigo, Drake, Kendrick Lamar, Beyoncé, Lil Nas X (!), Adele y The Kid LAROI. A la Adele sí la conocía, claro.
Bueno, pues de esos pobres (Adele aparte) no se hace ni uno: piezas industriales similares todas; primero la voz o algún instrumento electrónico y luego los ritmos... y ya. El rap no es de por sí lo más armónico ni musical, la verdad, aunque sí se debe reconocer que la película 8 Mile, del año 2002, hizo apreciarlo como fenómeno cultural.
Sucede que con la desaparición de los discos, la industria de la música se desplazó finalmente al streaming y a las listas de reproducción en las que los consumidores simplemente dejan caer las piezas que les gustan o los mueven, y que en general son tan efímeras como los tristes 15 minutos de fama que hace mucho nos vendieron como el ideal al que debemos aspirar. Las megaempresas musicales pagan unas cuantas milésimas (sí, milésimas) de dólar a los artistas cuando alguien hace clic en sus piezas, pues los anuncios comerciales incluidos alcanzan para pagarles sumas que en algunos (muy pocos) casos resultan millonarias.
No todo es así, afortunadamente, y por diversos medios uno se entera de extraordinarios valores, como Regina Spektor, por ejemplo. También de vez en cuando conviene entrar a “Tiny Desk Concerts” a ver qué hay en la escena no industrial. Y vaya que hay.
La música es una de las maravillas por las cuales sí que resulta conveniente vivir...
P.D. Y sí, ¿hará falta decir que esta no es toda la música actual, y que solo es parte del avasallamiento cultural de Estados Unidos? Esto no es malo per se, claro que no, pero debe haber más.
AQ