Antonio Velázquez
La representación del arte, dice Hans-Georg Gadamer, no es un mero repetir copiando, sino un conocimiento de la esencia que apela al espectador; la representación se vale de todos los recursos a su mano: la abstracción, la exageración, lo sublime y hasta lo terrorífico. ¿Por qué no llevar el arte al máximo y aprovechar la música, el paisaje y el animo que un festival como Bahidorá hace posible?
Bajo esta premisa, Céline Huerta, encargada de la curaduría del Circuito de Arte presentó una serie de instalaciones en busca de experimentar lo audiovisual en exóticos espacios de lectura, que llevó la participación del espectador al máximo y enriqueció el alma del festival.
El Circuito de Arte fue una invitación a todos los asistentes a percibir y formar parte de una escultura, ser participes del viodeoarte proyectado a la intemperie, escuchar sonidos de latitudes internacionales, nadar junto a las obras en el río, tocarlas, moverlas, charlar con los artistas creadores, cuestionarlos, beber una cerveza con ellos, dejarse envolver por una lluvia de coloridos relámpagos plásticos que se movían al ritmo del viento. Posibilidades de lujo, pues son pocos los festivales que cuidan con tal detalle el atractivo visual que acompaña la música.
“Es una posibilidad única, el encuentro entre los espectadores y los artistas, esta posibilidad de intercambio, que escuchen de la propia voz del creador de la pieza, que el espectador cuestione y sepa qué es los que nos dicen las piezas”, señaló la curadora Céline Huerta.
A Bahidorá se llega de noche, al escape de la ciudad, en busca de un fin de semana edénico; la travesía encuentra una fiesta que no para, y se adentra más y más en cada presentación, un ejemplo fue el escenario Illusio, un cono de color blanco, de cinco metros de diámetro, montado por el colectivo PinkCloud.Ca, una gran bocina para los djs Thris Tian, Thomas Church, Quixosis.
Inspirado en las esculturas del venezolano Jesús Rafael Soto, Rodrigo Olvera tuvo muy clara su participación en Bahidorá , “mediante mi pieza lograr qué los espectadores sean parte de la obra” con la intervención Bajo trueno y relámpago el artista buscó “crear un vórtice multisensorial de luz, sonido y viento; que fuera la entrada a otro mundo”, acompañado de video mapping, durante la noche, la escultura albergó gran cantidad de asistentes durante todo el fin de semana y fue una de las piezas que más llamó la atención del publico.
Los bahidoriános hicieron de su cuerpo parte de la pieza, capturando un autorretrato junto a la pieza o enviándola al infinito, a través de la red, la velocidad con que reacciona el publico resultaba apabullante, notificaciones de diversos lugares del mundo y toda clase de personas posibles se manifestaban de inmediato en línea, El circuito de arte resultó un buen trabajo de armonía estética que convirtió a Las Estacas en el tablón central del Jardín de las delicias.
El colectivo de Morelos, Le femme Gang llenó de mística el festival con una serie de tablones intervenidos con ilustraciones acerca del empoderamiento femenino, con Tarot lograron plasmar una serie de sentimientos que las une con otras mujeres; una reinvención de esta baraja que brinda más visibilidad a la mujer.
Lleno de luz y color, el paisaje, a donde sea que voltease, uno podía advertir lo mismo, el pasto convertido en una cómoda cama, los cuerpos húmedos danzando como entes rítmicos, olvidando la materialidad, se hicieron uno con la luz del sol, el agua del río y la música qué no paró ni un solo momento del fin de semana.
La mayor muestra de inmersión, a mi parecer, fue la de Victor Pérez Rul, Exoskeleton 1.2, una pieza retrofuturista, parte del trabajo del artista que explora a los seres vivos como sistemas de procesamiento de energía; la escultura que almacenaba la energía solar para encenderse durante la noche se hizo uno con quien quisiera habitarla, rodearla, seguir su curso en el río, sumergirse bajo ella o apreciar el lento oleaje que ocasionaba al moverse.