Balas de sentimentalismo

A fuego lento

Ya son incalculables los daños que la violencia de todo género ha dejado en México. De entre los muchos damnificados, hay que contar a la novela

'La bala de Jonnhy Deep',de Javier Zúñiga (BUAP, México, 2017)
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Ya son incalculables los daños que la violencia de todo género ha dejado en México. De entre los muchos damnificados, hay que contar a la novela. Importa muy poco si hay o no hay cuerpos colgando de un puente, si hay o no hay balaceras a la luz del día, si hay o no hay hordas de sicarios tomando a fuego y cocaína las calles de alguna ciudad ya desahuciada. La violencia se expone sin pasar por el tamiz del lenguaje, sin someterse a una arquitectura, y hasta ahí llega la cosa.

Es a lo que se atiene La bala de Jonnhy Deep (BUAP, México, 2017), de Javier Zúñiga, ganadora del VII Premio Internacional de Novela Corta Giralda, que auspicia la asociación artístico–literaria ITIMAD, con asiento en Sevilla. Frente a su premeditado ropaje ordinario, uno tiene la impresión de que hay un premio a la medida de todo improvisador de historias o de que hay jurados que fingen hacer su trabajo mientras piden otra ronda.

Estamos, como tantas veces, en un lugar a merced de las ametralladoras —Chimal—, del que no sabemos ni vemos nada. Escuchamos, eso sí, porque la acción transcurre en un departamento en el que una madre y su hijo se ocultan de los ajustes de cuentas que ocurren en las calles. A través de las paredes llega entonces el estruendo que provocan una ráfaga o una amenaza o un grito. La idea habría corrido con buena fortuna en manos de un escritor indiferente a la sola consignación de una serie de acontecimientos —murmurar, agazaparse, tener hambre, suspirar por el padre muerto— pero ni siquiera llega a perfilarse. Javier Zúñiga ha optado por la velocidad —lo que no significa vértigo sino apresuramiento—, por frases cortas que más que precisión denotan una pobre imaginación: “Ya no sé por qué juego en Chimal. Si la vida es un juego”; “No me he cortado las uñas. Están negras”; “Somos instantes y reflejos de instantes”; “Somos conejos en un valle de lágrimas”; “Escapar lejos, lejos, más libre que el sol”… y así, hasta llenar, por fortuna para el lector, 100 páginas.

Pero más que la manida intervención de la violencia y una escritura sin temperamento, es la pesada carga de sentimentalismo lo que termina haciendo naufragar a La bala de Jonnhy Deep. En mitad del relato, un personaje —que se hace llamar Jonnhy Deep— ingresa al departamento con una herida mortal. Mientras desvaría y agoniza, refiere sus tratos con el padre del joven protagonista. Qué nos espera de ahí en adelante. Una pendiente sembrada de nostalgia por los años dorados, gimoteos ahogados, lágrimas secas, exabruptos y más lágrimas secas disfrazadas de odio contra la ruindad del mundo.

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