Beginning (así, en inglés) es la película del momento: arrasó en San Sebastián, en Toronto ganó el Fipresci y se presentó en Cannes. En suma, es una “joya” de los festivales más selectos del mundo. Además, se promociona en el streaming de arte, una realidad que con la pandemia llegó para quedarse. Por si fuese poco, Beginning es la obra con la que Georgia, ese pequeño país del Mar Negro, pretende ganar un Oscar. Nada mal.
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Para entender de qué va la película basta con mirar el póster promocional: vemos a una mujer recostada sobre hojarasca. ¿Duerme? ¿Recuerda? ¿Anhela? ¿Sueña? No lo sabemos. Nadie lo sabe en realidad, pero se trata sin duda de un fotograma distintivo de Beginning. Ha sido extraído de una secuencia de más de diez minutos en la que no pasa nada. Absolutamente nada. Sólo vemos a esta mujer así. El póster lanza, pues, una advertencia clara: Beginning es cine de arte por los cuatro costados, cine de autor que roza el cliché. Porque, ya se ha dicho, también esta clase de cine tiene sus fórmulas. Y son reiterativas.
Todo en esta ópera prima de Dea Kulumbegashvili forma parte de una receta que se sabe cocinada para servirse en festival. Y como en toda fórmula necesitamos algunos ingredientes muy básicos. Crítica social (algo que “visibilizar”): Yana y su marido David son testigos de Jehová. Viven en un entorno hostil pronunciando “La Palabra”. Sin embargo, la relación entre los esposos no es idílica. Ha sido escrita para mostrar que la injusticia de género se perpetúa de modo estructural. Violencia sexual: un acto terrorista desencadena una investigación gratuita que desemboca, como es natural en esta clase de cine, en una violación. Nuestra heroína interpreta este hecho, claro, como una “liberación de pasiones”. Alusiones freudiano-místico-religiosas: al igual que en Luz silenciosa de Carlos Reygadas (quien fungió como productor de Beginning), en esta película se ofrece un retrato muy sesgado de la personalidad religiosa. Basados en Freud muy a su modo, la directora y su guionista Rati Oneli caricaturizan a los hombres y mujeres religiosos como auténticos reprimidos, siempre a punto de estallar en un acto que, hacia el final, llega puntual como reloj. Igualito que en la novela Deseo, de Elfriede Jelinek o en aquel mito griego, el de Medea.
Pese a todo lo anterior y pese a que el prestigiado crítico Carlos Boyero abandonó la sala en aquella secuencia de más de diez minutos, hay que ver Beginning. Pero con palomitas y, como decían los antiguos romanos, con un granito de sal. ¿Por qué? Porque a pesar de lo reiterativo de la fórmula y a pesar de lo pausado de las acciones hay en esta película un encanto que trasciende el lugar común. Es el encanto de esta lengua que parece salida de un bosque, el de la extraordinaria actuación de la protagonista y el detective que, en este esquema místico sexoso, encarna a Satán. Porque Beginning es como una antiparábola cristiana. Es, por tanto, una suerte de parábola satánica pues, como se sabe, el diablo imita en sentido inverso todo lo que hace Dios. Así, si Dios pide a Abraham que sacrifique a su hijo para entregarle el mundo, el diablo pide a esta mujer que le sacrifique a su hijo para entregarle el placer sexual y el placer de un acto violento que estalla en forma de lucha asesina contra el sistema patriarcal. En fin, que vale la pena ver cómo Abraham se transforma en una Medea que resulta testigo de Jehová.
Beginning está disponible en Mubi.
AQ