‘Belfast’: el cine de la nostalgia

Cine

Kenneth Branagh transporta al espectador a los últimos momentos de la infancia, justo antes de tener que elegir un camino en la vida.

Buddy en 'Belfast', alter ego de Kenneth Branagh interpretado por Jude Hill. (Foto: Rob Youngson | Cortesía de Focus Features)
Fernando Zamora
Ciudad de México /

El cine de la nostalgia es un género aparte. Está hecho de películas que aman el recuerdo. Como Amarcord, de Federico Fellini. Estrenada en 1973, Amarcord es un neologismo formado por las palabras “amor” y “recuerdo.” Es, además, todo lo que el cine de la nostalgia puede llegar a ser, elogio de una infancia en que el director se pone en paz consigo mismo.

Kenneth Branagh acaba de estrenar Belfast, una delicada película que recuerda, sobre todo, aquel año de 1989 en que el director saltó a la fama con Enrique V, una espectacular adaptación de Shakespeare a la que siguieron obras mucho menos brillantes. Y extrañábamos a Branagh o, mejor, su promesa. Una promesa incumplida. Hasta hoy. Belfast es la obra que nos debía. La que se debía él mismo. En ella el director demuestra que sigue siendo un maestro del arte visual.

Belfast inicia con un prólogo en que la música nos mete en una urbe saturada de colores chillantes. De pronto nos detiene un muro. Cámara sube. Inicia el blanco y negro. Estamos ahora en el año de 1969 y encontramos a Branagh. Su alter ego se llama Buddy. Es un niño que juega a matar dragones con una espada de aluminio y como escudo la tapa de un basurero. La primera sorpresa nos cae cuando comienza la guerra. Una batalla de verdad. Hasta la casa de Buddy han llegado los conflictos entre unionistas y republicanos, entre fieles a la monarquía y republicanos irlandeses, entre católicos y anglicanos. El niño se congela en mitad de la calle. Parece un pequeño Don Quijote cuya fantasía se ha materializado, pero en lugar de dragones tiene, frente a él, terroristas que quieren matar católicos. Y lanzan bombas molotov.

El trasfondo histórico y político sirve no sólo para que el director se permita reconstruir su infancia como han hecho Alfonso Cuarón en Roma (2018) o Ingmar Bergman en Fanny y Alexander (1982). Sirve sobre todo para presentar a dos personajes que unidos presentan al auténtico amor de Branagh: el idioma inglés. El primero de estos personajes es el abuelo. Lanzando a diestra y siniestra frases de Yeats, el hombre enseña a su nieto cómo hacer trampa en las matemáticas y cómo enamorar a una niña que resulta católica. Y, visto que el propio Buddy es protestante, las referencias a Shakespeare (particularmente a Romeo y Julieta) resultan más que evidentes. Pero, como sucede con el cine de la nostalgia, las influencias del director son sólo un ingrediente.

Hay más. Mucho más. Belfast trata en realidad del reconocimiento del otro, de la humanidad que trasciende la raza, el género o incluso la religión. He tenido demasiado Dios para un día, espeta Buddy desesperado. Como sea, le dice el padre en otro momento, si amas a esa niña y si esa niña resulta hindú, judía o vegetariana, va a ser bienvenida. Se trata, sin duda, de un mensaje que cae bien en los tiempos que corren. Tiempos en que la humanidad se encuentra, como Buddy, en una encrucijada similar a la que plantea Terrence Malick en otra película hecha de recuerdos y nostalgia. El árbol de la vida comienza diciendo: las monjas nos enseñaron que en la vida existen dos caminos, el camino de la naturaleza y el camino de la gracia. Algo muy similar afirma el pastor del templo al que asiste Buddy. Y el niño dibuja con lápiz esos caminos en su cuaderno. Y se pregunta cuál debe seguir. Nosotros adivinamos que Buddy, enamorado del idioma de Yeats y de Shakespeare, está por crecer para abandonar la infancia, abandonar Belfast y transformarse en todo lo que Kenneth Branagh ha conseguido ser.

Belfast

Kenneth Brannagh | Gran Bretaña | 2021

AQ

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