Hoy sabemos que todas las mujeres son igualmente bellas. Pero esto no fue siempre así. En las novelas del siglo XIX, sobre todo en las rusas, se puede leer mucho sobre la dote de las muchachas casaderas, ricas o campesinas. Las mujeres que se ajustaban a aquellos modelos de belleza, hoy caducados, requerían menor dote para hallar marido; las que no, más, pues, como decían entonces: “A un caramelo no hace falta endulzarlo”.
Esos usos son muy antiguos. Hace dos mil quinientos años, cuando Heródoto habla de las costumbres babilónicas, señala una que le parece “la más acertada”, y pasa a describir una subasta de doncellas núbiles.
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“El pregonero las iba poniendo en venta; empezaba por la más agraciada y, una vez adjudicada a alto precio, subastaba a la que seguía a aquella en hermosura”. Deja en claro que la compra-venta tenía fines exclusivamente matrimoniales. Los más ricos “se hacían con las más bonitas; en cambio todos los plebeyos en edad casadera… recibían por su parte a las doncellas más feas”, acompañadas de ciertas sumas.
El dinero que el licitador había recaudado por “las doncellas más agraciadas”, ahora lo utilizaba como dote de las que se iban rezagando. “Y así, las hermosas casaban a las feas y lisiadas”. Heródoto concluye: “Ésta era, pues, la acertadísima costumbre que tenían”.
Edwin Long pintó un cuadro sobre este mercado de casaderas en 1875. La escena muestra el momento en que están subastando a una mujer, mientras otras doce esperan en la fila que, según Heródoto, iría de la más bella a la menos agraciada. Hoy ya no contamos con las tasaciones estéticas del pasado, por lo que no sabemos si la fila avanza de derecha a izquierda o en sentido contrario.
Heródoto también cuenta sobre otra usanza babilónica que le parece ignominiosa. “Toda mujer del país debe, una vez en su vida, ir a sentarse a un santuario de Afrodita y yacer con un extranjero”. Ellas deben permanecer en el templo hasta que “algún extranjero le echa dinero en el regazo y yace con ella en el interior del santuario”. Entonces la mujer puede volver a casa y “por mucho que le des no podrás conseguir sus favores”. Heródoto remata con una aclaración inquietante: “Como es lógico, todas las mujeres que están dotadas de belleza y buen tipo se van pronto, pero aquellas que son poco agraciadas esperan mucho tiempo sin poder cumplir la ley; algunas llegan a esperar tres y cuatro años”.
De esta escena no conozco ningún cuadro. Si algún artista quisiera pintarla, ¿cómo haría para distinguir entre las que se van de inmediato y las que duran ahí varios años? No tengo la menor idea.
AQ