Escucha esta conversación en el podcast Tinta y voz.
El comedor de la familia Taibo fue escenario de encuentros insólitos y, no obstante, posibles. Benito Taibo recuerda, por ejemplo, una tarde casi ceremonial en que su padre —el jefe Taibo— sentó a la mesa a Juan Rulfo (por entonces ya un autor de merecido prestigio) y a Pedro Páramo (un periodista español que, con cierta ingenuidad, portaba ese nombre).
“Señores”, les dijo, “esto es un momento solemne: Juan Rulfo, conozca a Pedro Páramo; Pedro Páramo, Juan Rulfo”.
Anécdotas como esta pueblan a raudales la memoria de Benito y ahora también las páginas de Cuchara y memoria, un libro donde ha reunido dos pasiones: las historias y la comida.
- Te recomendamos “Niños y adultos”, un poema de José Emilio Pacheco Laberinto

Como buena parte de sus lectores, conocí la obra de este escritor de sonrisa perpetua gracias a Persona normal, ese imaginativo relato de iniciación y amor por los libros. Pero al Benito-personaje lo descubrí en la televisión. En 2012, Taibo (Ciudad de México, 1960) conducía el programa “La historia se sienta a la mesa”. Era un erudito intermediario entre cronistas y chefs. En cada episodio, una tercia de alegres zampones cumplía la promesa de narrar los relatos detrás de los banquetes más célebres de la Historia.
Escuchar las disquisiciones de Benito sobre comida era una experiencia de agasajo. ¡Daban ganas de ponerse a cocinar! Cuando converso con él a finales de 2024, compruebo que la chispa de su fervor gastronómico está intacta. Cuchara y memoria (el tomo 1, puesto que el segundo está aún por publicarse en Planeta) es la suma de esas inquietudes, narradas con el encanto de quien ha convertido la degustación en su placer supremo.
Pienso que los encuentros son materia prima de este libro, porque ¿qué es la comida sino un pretexto para el encuentro?
Más que un pretexto, son la base fundamental y civilizatoria de la creación de historias. Estamos hechos de lo que comemos, de lo que leemos, del cine que vemos, de la música que oímos, de los besos que damos, de los amaneceres que compartimos con alguien. Eso se llama educación sentimental. Pero hay una diferencia importante entre alimentarse y comer. Alimentarse pueden hacerlo las ballenas azules, los teporingos, los zorros del ártico... ¡hasta las nutriólogas! Comer, en cambio, es un acto civilizatorio: tradición, memoria, recuerdos, transmisión de conocimientos, sonrisas, evolución, educación sentimental, y creación de personalidad. Lo cotidiano, que podría parecer un acto fútil, es en realidad formación de identidad.
No hay manera de hablar de una experiencia culinaria sin contar una historia.
Por supuesto. Siempre digo: sin literatura no hay historia. Y en el caso de la comida, sin comida no hay historia. Si revisas los textos fundamentales, como la Biblia, el Talmud, el Mahabharata, o el Corán, en todos ellos aparece la comida: las comidas permitidas, las comidas prohibidas. Y en la historia de la literatura ocurre lo mismo. Piensa en La Ilíada, La Odisea, El viejo y el mar, Cien años de soledad, El Quijote. La comida les da humanidad a los personajes. Un personaje que come está vivo, se vuelve terrenal.
Y no solo en la literatura, también en el cine. Pienso, por ejemplo, en el cine italiano. Muchas de las grandes escenas ocurren alrededor de una mesa.
Exactamente. Piensa en La gran comilona (Marco Ferreri, 1973) o en El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972). Todo el tiempo están comiendo alrededor de la mesa. Incluso hay frases icónicas relacionadas con la comida, como Sophia Loren diciendo: “Todo lo que ustedes ven, se lo debo a los espaguetis”. Y en el segundo tomo de este proyecto, aparecerá el cine en la letra “z”. Y tú te preguntarás: “¿qué chingados está haciendo el cine en la zeta de zapato?”. Recuerda La quimera de oro de Chaplin: en medio de la nieve, guisa un zapato y se lo come. Por eso zapato es sinónimo de cine.
Hablemos de la forma de este libro. Desde el inicio dices que no es un diccionario, aunque está organizado alfabéticamente. Noto, por ejemplo, que las palabras que eliges para organizar las historias no son las que uno esperaría.
Porque son las cosas que me gustan y sobre las que quiero hablar. Tienen que ver conmigo, con mi educación sentimental, con la formación de mi personalidad. Este libro está hecho a partir de vivencias, memorias, recuerdos. En mi casa, la comida siempre ha sido un acto especial. Mi madre cocinaba espectacularmente bien, y heredé sus recetas. Son recetas que no están escritas, sólo están dentro de mi cabeza. Son pizcas, cosas que no se pueden traducir a gramos exactos. Pero la cocina es prueba y error, es diversión, y la comida puesta en una mesa significa civilización.
Son recetas no escritas, pero en este libro nos regalas muchas de ellas. Y de ese modo te unes a una lista de autores que han explorado la experiencia culinaria. Pienso, por ejemplo, en Fernando del Paso.
Exacto. Y también en El Quijote, donde desde la primera página aparecen referencias a comidas castellanas como la ropa vieja. Luego habla de ajos. Insisto, la comida vuelve terrenales los actos de los personajes, y sentarse alrededor de una mesa implica compartir pan, sal, historias, conocimiento y tradiciones.
Este libro también es una bitácora de viajes. Está tu vena mexicana, tu vena ibérica, pero también nos llevas contigo a muchos sitios.
Somos lo que comemos, pero también lo que hemos leído y besado. A Imelda, mi esposa, la he arrastrado a muchos viajes y lugares sólo para comer. Te cuento una anécdota que no está en el libro: en Nassau, la capital de las Bahamas, decidimos evitar las atracciones turísticas e ir al mercado local a probar lo que comían los habitantes. Nos subimos a un camioncito sin techo con los habitantes de Nassau y comimos su comida. El primer plato que me dieron fue un molusco de color morado que tardé 25 minutos en poder masticar. La palabra preferida de mi padre era “prueba”. La tengo tatuada en el alma y en el corazón y yo vivo bajo ese mantra. Pruebo para ser gratificado, asombrado, para congraciarme con el mundo que está alrededor.
Siempre que te leo, tengo la sensación de estar escuchándote contar recuerdos.
Este libro está basado en mi memoria, pero también investigué mucho. La memoria es traicionera que da enormes sorpresas y a veces genera recuerdos falsos. En este caso, no mentí ni un ápice; corroboré todo lo que conté.
Hay anécdotas entrañables, como el episodio con José Emilio Pacheco en Cuba o la visita de Buñuel a tu casa.
Un día llegué a comer y ahí estaba una mujer que hablaba en inglés e italiano. Yo pensaba: “Yo sé quién es… Sé quién es…”. Y casi de inmediato: “¡Claro que sé quién es, es Isabela Rossellini”. ¡Imagina tener a Isabela Rossellini frente a ti! En ese momento estaba casada con Martin Scorsese y terminamos conociéndolos a ambos. También estuvieron José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, María Luisa Puga y muchas otras grandes escritoras del siglo XX. Es una mesa que atestiguó la historia, por lo menos la historia cultural del país. Por esa mesa pasó toda la inteligencia mexicana e iberoamericana del siglo XX. He tenido una enorme suerte.
ÁSS