¿Por qué dedicar una vida entera a los libros? Porque es algo vital. Así lo demostró cada día el periodista francés Bernard Pivot. Célebre por su programa televisivo Apostrophes que durante quince años colocó los libros al centro del debate público, su desaparición marca el fin de una época. Difícil imaginar hoy, en efecto, un espacio de palabra semejante, setenta minutos en horario estelar y en directo, capaz de reunir entre tres y seis millones de espectadores. Un espacio que hizo de la conversación en torno a la literatura un verdadero acontecimiento.
La idea era muy sencilla, Pivot la presentó resumida en una página al director del principal canal de entonces: producir “un magacín de ideas a partir de los libros” y reunir gente que, de otra manera, jamás coincidiría y que, incluso, todo oponía. Algo de salón literario hay en la manera en que Pivot conducía las intervenciones de sus invitados. Influencer antes de tiempo, figurar entre los elegidos permitía acceder a la notoriedad y aumentaba el número de ventas. No por nada lo llamaron “el primer librero de Francia”. Incluso obras que no se destinaban al público en general, como la del filósofo Vladimir Jankélévitch, se volvían un éxito de ventas después del paso por la emisión.
- Te recomendamos Las elecciones según Ibargüengoitia Laberinto
Numerosas son las secuencias memorables de Apostrophes, como cuando Charles Bukowski abandona el plató después de tres botellas de vino blanco, harto de todos, no sin dejar de meter la mano bajo la falda de la escritora Catherine Paysan. O el enojo de Muhammad Ali cuando uno de los invitados le reprocha sus “fanfarronadas”: “eso que llama usted así molesta más a los blancos que a los negros… más bien piensa ¿quién se cree este negro que se permite abrir su bocota y afirmar que es el mejor?” Pese a la tensión y el tono amenazante de la leyenda del box, Bernard Pivot decide no intervenir para rescatar al impertinente cuestionador. En eso consistía su secreto, en saber mantenerse a distancia, pero también en atizar con juguetona malicia prometedoras polémicas, en ayudar a los tímidos y clarificar las palabras de los confusos, como supo hacerlo con Patrick Modiano, conocido por no concluir sus frases y titubear a cada palabra. Pero Pivot siempre le permitió ser él mismo y desde el inicio supo reconocer su singularidad. Algo que le reconoció el escritor cuando recibió el premio Nobel al pedir su presencia durante la entrega.
Aunque tal vez fue en las entrevistas cara a cara donde mejor apreciamos el singular estilo de Bernard Pivot. Inolvidable es su conversación con Marguerite Duras y los largos silencios que dejó instalar entre sus respuestas. Sorprendente su encuentro con Claude Lévi-Strauss, en el domicilio del antropólogo, o con Marguerite Yourcenar, ambos dando respuestas tajantes y contundentes, sin ceder en nada a la complejidad de su pensamiento. Emotiva resulta también su entrevista con Georges Simenon quien evoca el suicidio de su hija. Momento que figura entre sus grandes arrepentimientos, “no debí insistir en hacerlo hablar de algo tan doloroso”. “Hay algo del predador en quien entrevista en casa de los autores”, afirmaba, “uno presiente el valor de lo dicho en ese entorno tan íntimo y simplemente se marcha con el trofeo”.
Fue igualmente un gran artífice de exclusivas, como la que le concede el escritor disidente ruso Aleksandr Solzhenitsyn, cuando le permite visitarlo en su exilio americano y grabar su vida cotidiana en familia. O la aparición de Nabokov, un año antes de su muerte, famoso por su negativa a toda entrevista, solo concedía que lo filmaran cazando mariposas. Tras arduas negociaciones, el gran escritor ruso acepta la propuesta, aunque establece sus condiciones: le tienen que enviar las preguntas con antelación —“algo que un periodista nunca debe aceptar”, afirmaba Pivot, a lo cual accedió para contarlo entre sus invitados— y tienen que dejarlo leerlas ante la cámara. Era imposible para Nabokov, capaz sin embargo de expresarse en un francés perfecto, imaginar el más mínimo titubeo o una respuesta aproximativa. Su última condición era poder beber whisky durante la entrevista, pero, como no quería ofender a los telespectadores, pidió que lo disimularan en una tetera. “¿Un poco más de té, señor Nabokov?”, le preguntaba Pivot con divertida complicidad. “El té está un poco fuerte”, se exclamaba el escritor fingiendo seriedad. Y ahí, detrás del muro de libros que la producción instaló para ocultar sus notas, Nabokov corrigió con firmeza la interpretación del periodista, compartida aún hoy por muchos, de su polémica Lolita: “no, señor Pivot, se equivoca, mi personaje no es una jovencita perversa, es una pobre niña que sufre los intentos de Humbert Humbert por corromperla”.
Así, quizás demasiado inmerso en su tiempo, en 1982, Bernard Pivot no reacciona ante la defensa emprendida por el icono del 68 francés, Daniel Cohn-Bendit, de la sexualidad de los niños: “es fantástico cuando una niña de cinco años comienza a desvestirte, es un juego erótico maniaco”. Ni tampoco lo hace en 1990 cuando Gabriel Matzneff relata con detalle sus relaciones sexuales con Los de menos de dieciséis años, título de su hoy polémico libro autobiográfico. “Me faltó lucidez y fuerza de carácter”, confesó Pivot tras la publicación en 2020 del libro de Vanessa Springora, El consentimiento, “para sustraerme de las derivas de una libertad con la que sabían arreglárselas tanto mis colegas de la prensa como del radio. Lamento no haber encontrado las palabras que eran necesarias en aquel momento”.
Sin embargo, Bernard Pivot siempre fue capaz de cuestionarse, de reinventarse sin abandonar su amor por los libros. A Apostrophes, siguieron otros proyectos, su programa Bouillon de culture con su famoso cuestionario, su pasión por el antiguo Twitter y su entrada al jurado del prestigioso premio Goncourt. Su compromiso con los libros fue total. Y nunca cedió a la tiranía que su posición mediática le hubiera permitido ejercer en el medio cultural, como otros lo hicieron. “Nunca he sido un hombre de poder, sino de influencia. Mi profesión es despertar la curiosidad de los espectadores. Solo soy un alborotador de cabezas”. Con pasión y esfuerzo —Apostrophes le exigía diez o doce horas de lectura cotidiana—, defendió la literatura y el pensamiento crítico al hacerlos menos intimidantes, al volverlos accesibles y amenos para quienes, como él, crecieron sin libros en casa. En 2021, en una de sus últimas apariciones en la televisión, responde a la pregunta sobre su relación con la muerte: “Me gustaría morir mientras leo un libro de La Fontaine o de Giono. Leo y de pronto mi corazón se detiene. Sería magnífico”.
AQ