Nadie logró disuadirlo.
Debía cumplir cabalmente su papel
y llegar a buena hora.
Un minuto antes el maleficio
lo hubiera traspasado con sus espinas.
Las rosas silvestres
le abrieron paso
y besaron sus labios.
Todo beso es misterioso,
indispensable.
A los sin ventura
el perfume de las rosas silvestres
los dejó sin aliento.
A falta de un dragón de dos cabezas.
LVC