Bienaventurados los glotones

Toscanadas | Nuestros columnistas

Desde Homero hasta los libros de cocina del siglo XX, la literatura ha reflejado el gusto universal por el buen comer.

'La canasta de fruta', de Frans Snyders; c. 1633. (Wikimedia Commons)
David Toscana
Ciudad de México /

La Odisea es una celebración del comer y beber. Telémaco cuenta sobre los pretendientes de su madre que “nos degüellan los bueyes, ovejas y cabras lozanas, al banquete se dan y se beben el vino espumoso sin mesura y sin cuenta”. Él igual goza cuando le toca ser huésped de Néstor. “Al banquete los sentó sobre blandos vellones… les dio sus raciones de entrañas, el vino les vertió en una copa de oro”. La historia continúa con asadores en la playa para comer lengua, lomo, tasajo, muslo de res, y celestiales vinos añejados hasta once años.

El gozo por la buena comida ha existido desde tiempos remotos. Plutarco habla de Lúculo, el más famoso de los gourmets antes de Cristo; y sabemos que a Cristo también le gustaba el buen comer y buen beber, por lo que le llamaban comilón y hacía milagros dignos de un mesiánico sommelier.

Me gustan los antiguos libros de cocina que celebran los placeres de la mesa. Más allá de los clásicos de Brillat-Savarin y Pellegrino Artusi, o ya en el siglo XX los de Curnonsky, alias el Príncipe de los Gastrónomos, mis preferidos son los tomos del Almanach des gourmands, que Grimod comenzó a publicar en 1804, repletos de recetas, anécdotas, deberes del anfitrión, sabiduría culinaria, y lo que él llama morale et politesse gourmande, siempre con inteligencia, cultura y humor, y todo como parte del savoir-vivre.

Una cena para cualquier día de diciembre incluye camarones grises, consomé con profiteroles, rodaballo en salsa holandesa, turnedós a la Choron, pichón a la polonesa, lomo de liebre, ensalada italiana, velouté de espárragos, manjar blanco con almendras, además de los vinos más pertinentes y los licores finales.

Estos cuatro glotones vivieron al menos veinte años por encima de la expectativa de vida en su momento. Por suerte no había nutriólogos en sus épocas.

El gobierno de España acaba de publicar el peor recetario de la historia, más infame que aquellos que se publicaban en la Unión Soviética. Con el título de Comida rápida, barata y saludable, dicen que ha de servir “como herramienta para combatir el sobrepeso y la desigualdad”. Evidencia una promoción del veganismo y de paso busca matarle a los españoles la poca alma que les queda. Nada hay en este libro sobre el savoir-vivre.

Es difícil elegir el peor plato. ¿Carpaccio de remolacha? ¿Falso sushi de pepino? ¿Alubia confetti? ¿Olleta de arroz?

Son cosas que no se come un perro. Si en una prisión siguieran tales recetas habría un motín.

Me acordé otra vez de la Odisea. Circe convierte a los marinos de Ulises en cerdos. “Al mirarse en su encierro lloraban y dábales Circe de alimento bellotas y hayucos y bayas de corno, cuales comen los cerdos que tienen por lecho la tierra”.

AQ

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