'Blackbird': la tentación de creer

Reseña

¿Cómo fue que miles de jóvenes adoraron a Marcial Maciel hasta el final de sus días? Para entenderlo, es fundamental la lectura de Blackbird, de Elena Sada.

'Blackbird', relato autobiográfico de Elena Sada. (Cortesía)
Ciudad de México /

La historia del padre Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo esconde al Eros y al Tanatos de los más bajos instintos humanos tras el velo de las más puras y nobles aspiraciones espirituales. El padre Maciel era un hombre guapo, carismático y astuto que durante 64 años (fundó los Legionarios de Cristo en 1941, a los 21 años de edad, y fue separado de la dirección en 2005) y hasta su muerte (ocurrida en 2008) gozó de impunidad por parte de la justicia civil y eclesiástica para violar muchachos a su antojo, tener hijos con dos mujeres siendo sacerdote, hacer uso excesivo y constante de la morfina y el alcohol, y llevar una vida de lujos a costa de donaciones monetarias dirigidas a la Iglesia católica.

¿Cómo logró la organización creada por su mente maestra un presupuesto anual, verificado en 2004, de 650 millones de dólares, y bienes con valor de mil millones de dólares, incluyendo cientos de escuelas, seminarios y universidades esparcidas por el mundo? ¿Cómo fue que miles de jóvenes lo siguieron y adoraron hasta el final de sus días? ¿Por qué nadie tomó en serio las docenas de denuncias y pruebas contundentes?, y ¿por qué hoy en día, a pesar de que 61 sacerdotes capitulares decidieron en 2014, desde Roma, la refundación de los Legionarios de Cristo, aceptando las culpas del padre Maciel, hay seguidores fieles que meterían las dos manos al fuego para preservar limpia su memoria?

Para tratar de comprender cómo un sistema de purificación espiritual conduce al resultado perverso de la alienación y la esclavitud es invaluable el testimonio que Elena Sada, una de las “consagradas” del Regnum Christi, la rama femenina de los Legionarios de Cristo, ofrece en su libro Blackbird. A Memoir. The Story of a Woman that Submited to Marcial Maciel, Became Free, and Found Happiness Again (edición de autor, 2018).

Lo primero que se necesita para cruzar esa frontera es un fajo de buenas intenciones: una fe cristiana inquebrantable y el deseo de ayudar al prójimo por parte de adinerados padres de adolescentes plenos de energía, entusiasmo y belleza, sedientos de un guía que los ayude a encontrar el camino correcto en la vida. Lo segundo es un sistema de paulatino aniquilamiento de la personalidad fundado en las enseñanzas de Jesucristo, pero en virtud de que se trata de una comunidad laica, con ciertas hábiles adecuaciones que garanticen el sometimiento secreto, con tal nivel de eficacia que el muchacho quede convencido de que la degradación moral y física en la que ha caído tiene su origen en una iniciativa personal, que es por el bien de su comunidad y ha sido dictada por la voluntad de Dios.

“Marcial Maciel era un pervertido —escribe Elena Sada en Blackbird—, y como todos los pervertidos era extremadamente carismático. Sabía qué decir, cuándo decirlo, a quién ganarse y de quién alejarse. También escogía cuidadosamente de quién abusar sexual o emocionalmente, y cuándo parar. Nos engañó a todos. También convenció a gente buena. Nunca fue vulnerable ni accesible para la mayoría de nosotros —siempre había un intermediario que, afortunada o desafortunadamente, era mejor que él—. Se valía de embajadores que eran genuinos. Algunos de ellos se volvieron abusadores también, pero la mayoría no”.

Durante 18 años, Elena Sada siguió los votos de aislamiento, castidad y pobreza reservados a las “consagradas”. Practicó la llamada “obediencia perfecta”, que implicaba la sumisión del propio juicio, la nulificación de su individualidad; jamás cuestionó ni habló mal de sus superiores (lo cual era considerado explícitamente como una falta grave). Proveniente de una familia rica de Monterrey (los creadores de la cervecería Cuauhtémoc), dentro de la orden no era propietaria ni siquiera del par de zapatos duros y baratos que la cargaban durante el ir y venir diario. Cuando tuvo pensamientos ajenos a la castidad, fue invitada a utilizar el cilicio en uno de sus muslos. Fue industriosa y productiva, como insistía obsesivamente el padre Maciel, al grado de sufrir una degradación física de la que no fue consciente hasta el último día de su encierro. Todo eso habría valido la pena porque, positivamente, Elena se nutrió profesional e intelectualmente dentro de la orden, de no ser porque descubrió el engaño. “Yo era... una monja... o casi una monja... o más que una monja [...] y Maciel era, en mi opinión, un perverso, un megalomaniaco diabólico y un narcisista abusador”.

Blackbird es un libro hermoso, ya que a cada paso la protagonista (porque Elena atraviesa las brumas de un mal sueño ajena a sí misma, como si formara parte de una ficción) rectifica su camino y conscientemente, despertando de manera paulatina su adormilado libre albedrío, abre una puerta, y eso nunca puede considerarse “bueno” o “malo”, pues lo importante es el regalo que espera detrás de esa puerta, aquello que puede uno hacer propio de cada experiencia para seguir adelante, y continuar abriendo puertas que lo conduzcan hacia su propia vida.

ÁSS

  • Juan Manuel Gómez

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