En El asesinato de Jesse James (disponible en Apple TV), Andrew Dominik y su cinefotógrafo Roger Deakins han conseguido algunas de las imágenes más pujantes del cine de nuestros tiempos. Un tren penetra la niebla y hombres con caras cubiertas asaltan a los viajeros. El maquinista sangra de pies a cabeza, la historia de Estados Unidos se vuelve un horror.
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Con el mismo virtuosismo, Dominik embiste contra otro icono del pop estadounidense, Marilyn Monroe. Lo hace en Rubia (Blonde, disponible en Netflix) una obra hermosa y siniestra. Dominik parece empeñado en destruir a los ídolos de este país. Lo hace con martillazos certeros, para que los fetiches resuenen. No se crea, sin embargo, que el director se ensaña con Monroe. Quien eso piense, no ha visto bien la película. Los iconos que lanza Dominik a la basura son un presidente y un deportista.
Ahora bien, para ser iconoclasta en el arte, hay que producir extraordinarias imágenes. Por eso el director echa mano de todo el lenguaje del cine. Y aquí hay desde mascarillas que recuerdan al cine mudo hasta una majestuosa secuencia en que la sábana de los amantes se transforma en las Cataratas del Niágara. Cada fotograma en Rubia es una obra de arte. Sólo así es posible desenmascarar, durante el clímax, a este presidente que utiliza todo su poder para abusar de una mujer que está drogada.
En efecto, Dominik demuestra que Kennedy tiene los pies de barro. Y todo el sistema de estudio hollywoodense. Pero, lo dicho, para denunciar esta clase de injusticias es necesario que la imagen esté a la altura de aquellos retratos, películas y portadas con las que Norma Jeane Mortenson se volvió el icono en la serigrafía de Andy Warhol.
Basado en una novela de Joyce Carol Oates, el director cambia el punto de vista pasando no solo del blanco y negro al color sino también la relación de aspecto —es decir, la proporción entre ancho y largo— para conseguir un contrapunto entre lo que vive la protagonista y lo que recuerda. En cierto momento Dominik utiliza incluso lentes anamórficos que deforman los cuerpos de la estrella y dos amantes con los que, según el guión del propio Dominik, ella pudo tener una felicidad pasajera.
Visto pues el despliegue de recursos puestos al servicio de documentar desde diversos puntos de vista la vida de Monroe, uno encuentra que Dominik ha producido una suerte de cuadro cubista que superpone las máscaras de Monroe y Norma Jeane, las de su madre abusiva, su padre ausente y esos hombres que la miran como deseando un trozo de carne. Así lo dice Joe DiMaggio a quien el guión llama El Atleta. Henry Miller es El Dramaturgo y Kennedy, El Político. Todos se han vuelto arquetipos de un sistema que permite abusar de esta mujer que se llama Norma Jeane y a la que ellos, necios, le dicen Marilyn Monroe, un nombre con el que la actriz nunca consiguió identificarse y que interpreta de modo portentoso la cubana Ana de Armas.
Y resulta que este papel, paradójicamente, la está volviendo todo aquello que critica Andrew Dominik, una estrella de cine hollywoodense. De Armas es aquí el martillo con que el artista destruye el mundo idealizado del cine y la política de Estados Unidos. Ella presta su imagen para dar vida a una mujer atribulada. Y regresa la voz inocentona y provocativa de la Monroe, pero también el hambre y la sed que documenta Truman Capote en Música para camaleones. Ana de Armas ha conseguido que se entienda a Rimbaud cuando dice que, si uno tiene hambre y sed, siempre habrá uno que viene para acosarte.
Rubia
Andrew Dominik | Estados Unidos | 2022
AQ