Bogart o la invicta ceniza

Personerío

Algunos cineastas han querido reciclar el personaje que Bogey reiteró, enriqueció, perfeccionó, pero que quizá se llevó con él a la tumba.

Bogart como el detective Sam Spade en 'The Maltese Falcon'. (Foto: AP)
José de la Colina
Ciudad de México /

Había nacido con el nombre de Humphrey Deforest Bogart el 25 de diciembre de 1899, pero los publicistas de la Warner Bros quisieron fecharlo en el día de Navidad de 1900, insinuando que un hombre llegado al mundo en día tan cristiano no podía ser tan malvado como aparecía en sus primeros filmes de los años treinta, en que solía hacer de hombre duro y de canalla, de gangster implacable, de traidor cínico. El desarrollo posterior de su carrera fílmica lo fue madurando en hombre de conciencia, esencialmente honrado, aun si vivía a través de los ambientes turbios, del pantano social, de los altos o bajos espacios de corrupción y crimen, en los cuales, siempre al filo del peligro, mantenía la básica honradez interior.

Se le recuerda con el sombrero gris, el impermeable oscurecido por la lluvia, el cigarrillo entre los labios, la pistola en la diestra, el rostro prematuramente marchito, como hecho de cicatrices, y el habla metálica y ceceante: Bogey, un personaje del cine, que existía en las 24 imágenes por segundo enviadas por los proyectores a las pantallas.

Tal como en sí mismo lo transformaban sus grandes películas: The Maltese Falcon, Casablanca, To Have and to Have Not, The Big Sleep, In a Lonely Place, The Barefoot Contessa, The Harder They Fall, etcétera, Bogey fue el hombre crecido bajo castigo, madurado en las derrotas, o en las victorias con sabor a derrota: el hombre con una estoica e irónica sabiduría. Norteamericano cien por cien, parecía hallarse a sus anchas en cualquier geografía, siempre que en el rincón más oscuro u olvidado pudiera fumar un eterno cigarrillo, paladear el imprescindible whiskey, encontrar a Ingrid o a Lauren, y, acaso, oír pianotear y susurrar una canción, digamos “As time goes by”, para luego, y pese a la interior desesperanza, dar contra el mal una última pelea. Ya para siempre como hecho de compacta ceniza (“mas ceniza enamorada”, diría Quevedo), y sonriendo amargamente con el inmóvil labio superior y acaso susurrando una frase cínica (a veces insincera), se mantenía en pie, combatiendo. Un Sísifo camusiano avant la lettre.

Algunos cineastas grandes o pequeños han querido reciclar el personaje que Bogart reiteró, enriqueció, perfeccionó, quizá se llevó con él a la tumba. Actores de fuerte y atractiva presencia como Robert Mitchum, o guapos semintelectuales como Robert Redford, o duros conflictivos como Jack Nicholson y Robert de Niro, o buenos actores-directores como Clint Eastwood han intentado los personajes “a lo Bogart”. Las aproximaciones han dado a veces resultados interesantes, pero los reflejos del mito no tienen la virtud de presencia del mito. Acaso el que ha estado más cerca de la textura bogartiana es Harrison Ford en esa portentosa joya, Blade Runner, realizada por Ridley Scott entre el cine negro y el de ciencia-ficción.

Pero no es posible llegar a ser Bogart repitiendo meros personajes de Bogart, o personajes basados en Bogart. En el cine el personaje mítico existe, sobre todo, por una particular, una insustituible intensidad de presencia, más que por varias interpretaciones sobresalientes de diferentes personajes. Bogart era apenas actor, no era capaz de representar una variedad de personajes, pero intensamente los habitaba todos con Bogey, y los bogartizaba. Fue único e irrepetible y pertenece ya a la gran mitología del cine.

ÁSS

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