Estaba leyendo el periódico italiano L’Unitá, publicado en la fecha de mi nacimiento. Por tratarse del Organo del Partito Comunista Italiano, dedica la mayoría de sus páginas a conmemorar un aniversario más de la Revolución de Octubre. Me salté esas planas y llegué a la sección de accidentes.
Al señor Salvatore Maggiore, de 64 años, le cortó la pierna un tranvía en Porta Maggiore. Un anciano murió carbonizado al caer sobre el brasero que había colocado junto a la cama. Fue hasta la mañana siguiente cuando hallaron el cuerpo de Antonio Tozzi orribilmente ustionato. La siguiente página mostraba una buena dosis de homicidios, incluyendo el aparente suicidio del principal testigo del asesinato de sor Domitila.
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La nota curiosa era el entierro del elefante Bongo, que había tocado con su trompa un cable de alta tensión. Se había quedado pegado al cable y barritaba con el miedo de lo desconocido. Se fue muriendo rápidamente mientras el cuerpo se le quemaba. La ceremonia luctuosa se realizó en Tívoli, muy cerca de Roma, y una grúa depositó sus restos en un sepulcro de cinco metros de largo, tres y medio de ancho y cinco de profundidad.
Recordé a Jumbo, el elefante del circo Barnum que murió en una colisión con una locomotora. Dejó como herencia que a las cosas mayúsculas les llamemos jumbo.
En la Biblia no se mencionan los elefantes, pero son favoritos a la hora de pintar el arca de Noé. No sé por qué metió cerdos si no podían comerse. En cambio, acabo de leer un poema de Rolando Kattan en el que nos recuerda que Noé dejó que se ahogaran los unicornios y los centauros.
Existe la leyenda de que los elefantes van a morir adonde sus antepasados. La historia del elefante Bongo me vino justo cuando escribía sobre gente que viaja a su lugar de origen cuando siente cercana la muerte. Bongo era africano, y actualmente, la mayor población de elefantes africanos está en Botsuana. Creo que ya en Italia los circos no tienen elefantes, pero lo natural hubiera sido que Bongo quisiera volver a tu tierra natal. Sin embargo, supongo que un elefante sin papeles tendría más dificultades para transitar por el mundo que un indocumentado.
Estoy por partir a un evento en Ucrania. Muy amablemente, los organizadores me contrataron un seguro que incluye “gastos ilimitados para la repatriación”. Tal cláusula se refiere a mi cadáver. Sin duda sería caro enviarme de vuelta a Monterrey en un féretro perfectamente hermético que evite mi descomposición mientras me montan en un camión de carga a Varsovia, de ahí me vuelan a Frankfurt, luego a México y luego a Monterrey, siempre en espera de aviones con escotillas de equipaje del tamaño para que pase el ataúd.
No tiene de qué preocuparse la compañía de seguros. A mí, como al buen Bongo, échenme en el pozo más cercano.
AQ