Borges visita el zoológico

Ensayo

Este ensayo, publicado con autorización del autor, aborda la relación de algunos artistas con el caballo a lo largo de la historia, que va de lo real a lo mitológico.

El zoológico es la fascinación de los niños porque ahí están los míticos animales que aparecen en los libros, la televisión y los cuentos.
Marcos Daniel Aguilar
Ciudad de México /

Durante la época medieval, cuando la cultura y las artes estaban regidas principalmente por las órdenes religiosas, fueron redactados bellísimos libros con ilustraciones de criaturas que la gente creía que existían en regiones remotas en relación con Europa. En estos antiguos textos se pueden hallar ilustraciones de seres que cobraron vida en la imaginación de las personas de hace más de 500 años, en donde la realidad, la mitología y las exageraciones propias de los temores más humanos se materializaron en figuras como el dragón, el temible monstruo marino conocido como kraken, entre otros más.

En algunos de los dibujos de estos libros, conocidos como bestiarios, se pueden apreciar enormes serpientes, más altas y fornidas que un elefante. ¿Quién no se asustaría al consultar estos textos y enterarse de que ese animal podría ser real? En la mayoría de los estudios realizados recientemente en torno a dichos bestiarios, los académicos señalan que estas representaciones fueron hechas por ilustradores a quienes los viajeros les contaron lo observado en América, África, Medio Oriente o Asia.

Ahí mismo sucedió el efecto de teléfono descompuesto hasta llegar a la mente de un dibujante que manifestó todas sus inquietudes y miedos por lo desconocido en estos extraordinarios bestiarios. Dicha idea, en el siglo XX, fue tomada de alguna manera por el escritor Julio Cortázar para escribir su primer libro de cuentos, titulado Bestiario, en donde los protagonistas deben enfrentarse a seres con una característica fuera de lo natural: un hombre que vomita conejitos, un feroz tigre que habita la casa de una familia argentina, o un animal sin forma, sin rostro, pero que se instala en la conciencia de un par de hermanos quienes deben huir de él, una y otra vez.

El tema de la catalogación o reunión de las criaturas, dice Jorge Luis Borges (1899-1986), es una necesidad que surge de la curiosidad del niño por conocer lo que sus padres o mayores le han contado, pero que ellos nunca han visto en persona. Por ello el zoológico es la fascinación de los pequeños, porque ahí está el mítico león que aparece un sinfín de ocasiones en los libros, la televisión, en los cuentos, y de un momento a otro se materializa después de haber sido por años solo un producto de la fantasía. Los adultos, también son atrapados por las películas y novelas de caballería en donde aparecen mundos ficticios con seres que la vida no ha podido brindar.

Sin embargo, dice Borges, la arquitectura del mundo, hecha por la mente de Dios, es mucho más rica y completa que cualquier mundo fabricado por la cabeza humana, ya que los seres fantásticos de la creatividad son una combinación, mezcla o hibridación de otros que en la tierra se dan de manera simple y natural, como el minotauro, mitad toro mitad humano. A pesar de esto, la alegría o el terror producido al leer, ver o escuchar la descripción de estos nuevos animales siempre será una pasión. Por ello, el mismo Borges, uno de los grandes exponentes y conocedores de la literatura de ficción en el siglo XX, publicó su propio Manual de zoología fantástica, el cual contiene la descripción de las bestias que pudo encontrar en las letras universales, ya sean estos libros de historia, mitologías, crónicas de viaje o meras ficciones diseñadas para cautivar y engañar un poco la mente de un curioso lector. En este libro no podían faltar los arquetipos con formas equinas, imágenes que han acompañado por miles de años los sueños en todos los continentes del planeta.

 El kraken© Francisco Toledo, 1983, Foto: D.R. © Jorge Vértiz, en Jorge Luis Borges, Francisco Toledo. Zoología fantástica. Artes de México/Galería Arvil, Mexico: 2013.


En Manual de zoología, el creador de mundos laberínticos y universos en forma de bibliotecas detalló las características de un personaje que otros bestiarios y diccionarios de símbolos mitológicos no recogen: se trata del asno de tres patas. Este relato comienza con la historia del reformador de la región de los persas, Zarathustra, quien vivió hacia el año 580 antes de Cristo. Este místico que habitaba lo que el día de hoy es la India, escribió cientos de poemas que fueron traspasados de su voz a hojas fabricadas con cueros de vaca. Sin embargo, en el siglo III a.C., Alejandro el Grande de Macedonia mandó quemar todos los documentos de Persépolis, capital de los persas, incluidos los textos de este sacerdote. Por fortuna, algunos religiosos lograron recordar las palabras de Zarathustra, para depositarlos en una enciclopedia que está presente con la humanidad desde el siglo IX.

En uno de esos documentos se cuenta que hace siglos, un animal que tenía forma de asno pero con tres patas, habitaba en medio del océano. Este ser, además, tenía seis ojos, nueve bocas, dos orejas y un enorme cuerno. El documento contenido en el tomo llamado Bundahis asegura que el asno era una especie de dios que vigilaba el mundo, que dictaba justicia desde las profundidades del mar, y así determinaba a quién perdonaba y a quién destruía.

Además, cada uno de sus cascos, es decir, sus patas, abarcaba la extensión que ocupaba la “majada de mil ovejas”, por lo que se puede deducir que era un gigante. Su cuerno era una especie de báculo con el que dictaba justicia para vencer a los malvados. Borges también menciona un ser maravilloso, aunque no raro para la vista. Se trata del caballo de mar, cuya estructura corpórea es similar a la de un caballo común, solo que éste toma al mar y a los ríos como su morada eterna. Dicen los textos antiguos que este animal es un equino salvaje que solo sale a la superficie cuando en tierra huele el cálido humor de las yeguas.

Borges, poéticamente, afirma que el caballo marino “solo pisa la tierra cuando la brisa le trae el olor de las yeguas en las noches sin luna”. Sea por la marea baja o por la oscuridad provocada por la ausencia del astro nocturno, en este breve paseo al lado del caballo de mar, el autor también menciona que en las Mil y una noches Simbad logró ver a un potro que salía a la playa para engranarse en el vital juego erótico de la vida. Ahí fue cuando “oyó un grito” de la yegua.

El autor argentino también toma en cuenta un relato sobre este equino acuático descrito en un libro titulado Maravillas de las criaturas, a cargo de un cosmógrafo de profesión que vivió hacia el siglo XIII, Al-Qaz-winí, que en su momento dijo que esta bestia era como un caballo terrestre, solo que tenía la cola y las crines más largas, el color más brillante, con una alza menor a la de su pariente de la tierra, pero mayor a la de un burro. Escritores de China, en el siglo XVIII, recomiendan que si alguien captura a un caballo de mar, no se le debe acercar a un río porque entonces recobra la fuerza natural y se aleja corriente abajo.

La siguiente figura caballezca presente en este bestiario fantástico es el Centauro, del cual el autor de El Aleph prefiere sobre el resto de las criaturas diseñadas con formas heterogéneas, debido a que para él es el más armonioso, pues la combinación caballo-hombre le resulta una mezcla perfecta, como perfecto es el binomio cuando un jinete monta a su compañero de andanzas. El centauro, para la mitología griega, es un semidiós, cuyo padre es Ixión, rey de Tesalia (Grecia central), y cuya madre fue una nube que Zeus envió como trampa al desafortunado rey, la cual tenía la silueta de la diosa Hera, aunque algunas versiones también indican que los centauros son hijos de Apolo.

Borges explica que este ser fue producto del ensueño griego en la época homérica, cuando este pueblo aún no conocía la equitación, pues solo usaban a los equinos como animales de arrastre. Entonces, en ese instante, los antiguos griegos vieron al primer jinete venir a lo lejos, al cual confundieron con un individuo cuyas extremidades y cuerpo eran las de un caballo. Esta es la misma explicación por la que los indígenas mesoamericanos confundieron con dioses-monstruosos a los conquistadores españoles, quienes identificaron como un solo ser.

Sin embargo, Jorge Luis Borges afirma que, a diferencia de los indígenas americanos, los helenos ya conocían al animal, por lo que probablemente el centauro griego sea producto de una “imaginación deliberada, y no de una confusión ignorante”, como les ocurrió a los nativos de las tierras que hoy son México. El autor cuenta que en la mitología los centauros fueron invitados por los hombres a una boda. En el festín y con el vino, uno de los centauros ultrajó a la novia y fue ahí el inicio de una guerra que concluyó cuando Hércules, en afán de venganza, exterminó a la especie combatiéndoles a flechazos. Esta imagen la retomó el artista decadentista mexicano Julio Ruelas en algunos de sus trabajos postreros.

En otro extremo del manual se encuentra el extraño híbrido, fuerte y también equilibrado hipogrifo, cuya parentalia es obvia, pero cuya historia es misteriosa. Cuentan las crónicas del escritor sir John Mandeville, en el siglo XV, que en uno de sus viajes a la actual Turquía, observó varios grifos, que en algunos lugares tenían cuerpo trasero de león y cuerpo delantero de águila. Algunos siglos atrás, tiempo en que también se hablaba de la existencia del grifo, el comendador de Roma, Servio, describió a estos personajes, y para darle más fuerza a su narración, dice Borges, añadió el dato ficticio de que éstos odiaban sobre todo a los caballos.

Ese contraste, grifo y caballo, llegó a convertirse en aquella época en un proverbio, como decir agua y aceite, pues a partir del siglo V después de Cristo, algunos utilizaban la frase “es como cruzar grifos con caballos”. Esta oración fue tomada por el poeta Ludovico Ariosto (1474-1533), autor de Orlando furioso, que en su texto le dio forma al hipogrifo: “No es fingido el corcel, sino natural, porque un grifo lo engendró en una yegua”. Históricamente el hipogrifo es la conclusión de una incongruencia o imposibilidad, de polos opuestos que se atraen.

Por último, el escritor argentino, el autor de la Historia de la eternidad, menciona en su libro al unicornio. La primera persona que se refirió a este caballo con un cuerno fue el médico del monarca persa Artajerjes, el griego Ctesias, hacia el siglo V a. C. Él relató que el unicornio era de pelaje blanco y de cabeza púrpura, además de tener ojos azules y un cuerno tricolor que iba del blanco al negro y del negro al rojo. Por su parte, el naturalista latino Plinio (23-79 d. C.), en sus pesquisas halló a un unicornio en la India, cuyo cuerpo era de caballo y la cabeza de siervo, las patas de elefante y la cola de jabalí.

Borges no lo dice, pero probablemente el unicornio de Plinio pudo tratarse de un rinoceronte oriundo de la India. Otra hipótesis del origen de este equino sui géneris, que sí ofrece el argentino, es el momento en que los antiguos griegos recibieron bajorrelieves persas con la figura de perfil de un toro, cuyos cuernos se unieron en uno solo de acuerdo a su posición.

El Manual de zoología fantástica de Borges, en colaboración con Margarita Guerrero, fue publicado por primera vez en México en el año de 1957 (FCE), y en él se hallan las incógnitas y temores que la civilización occidental ha tenido a lo largo de los últimos 2 mil 500 años. La mayoría de los relatos fueron escritos como meras interpretaciones y explicaciones del mundo, pero Jorge Luis Borges las extrajo de su tiempo y las instaló en el siglo XX.

Esas figuras que alguna vez fueron reales en la conciencia humana, ahora se aparecen como formas fantasmales de un mundo paralelo que vive en la fantasía y en la alegría de un sueño donde habita lo desconocido, que es el mismo fenómeno que cuando un niño mira por vez primera a la jirafa en el zoológico, instante en que jirafa e hipogrifo cobran el mismo significado.


Este ensayo está incluido en 'Gestos del centauro', coeditado por Ediciones Periféricas y el Instituto Tuxtleco de Cultura.

AQ

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