Hace ocho años, cuando el mortífero huracán Sandy llegó a Nueva York, el artista mexicano Bosco Sodi aprendió las dimensiones de la palabra resiliencia. “Mi estudio se destrozó totalmente, estuvo bajo dos metros de agua. Me vi obligado a parar durante cuatro meses. Y fue una tragedia porque perdí 17 piezas que ya estaban vendidas”, cuenta desde Atenas en videoentrevista con Laberinto.
Esa experiencia le enseñó que “hay que tomarse las cosas con más calma, porque la vida se va muy rápido; hay que olerla, disfrutarla, beberla, digerirla…”. Por eso, cuando la pandemia de covid-19 comenzó a extenderse por el mundo, Sodi no caviló demasiado. Decidió que, con su familia, pasaría los meses próximos en Casa Wabi, la fundación inaugurada por iniciativa suya en 2014 para impulsar y promover el arte en Oaxaca.
Instalado en el confinamiento, se reencontró con una parte de su pasado: una colección de notas escritas en el transcurso de 20 años en servilletas, manteles de hotel o papeles sueltos apilados en un cajón. Son reflexiones sobre su obra, su filosofía artística, la acción del tiempo, la percepción o los misterios del color y la luz.
Rebobinar su memoria, revisitar sus apuntes, ordenarlos y perpetuarlos en archivos digitales significó para Sodi el redescubrimiento del hombre que ha sido durante las últimas dos décadas. “Es como encontrarte con viejos amigos. Fue algo emotivo y muy íntimo”.
En este tiempo de inactividad forzada, las ideas de Bosco Sodi —editadas por Dharma Books bajo el título En cuarentena— adquieren un sentido distinto: son la versión más vanguardista del mensaje embotellado que envía un náufrago desde su isla desierta. Quien lo encuentre debe ser capaz de entenderlo sin demasiadas complicaciones, de modo que el lenguaje aspira siempre a la simpleza.
Lo mismo ocurre con este libro, explica el artista. “No quería que fuera dirigido a un público del arte o a un público intelectual, sino a cualquier tipo de ser humano. Quería que fuera un libro muy sencillo, muy fácil de leer, que una persona que conociera o no de arte no conociera de arte, o que conociera o no de mi obra, pudiera entenderlo. Se trataba de hacer algo muy democrático”.
En numerosas entrevistas, Sodi ha dicho que su proceso busca ser orgánico, desde la elección de los materiales hasta la confección de la obra. Imposible pensar en algo más orgánico que un virus infatigable que se multiplica a la menor provocación. ¿Cómo estimula el covid-19 a un artista que ha perfeccionado el arte de la exploración de la materia?
“Te obliga a darte cuenta de que lo relevante es la conexión entre tú y tu obra. También te enseña que no son necesarias grandes producciones, grandes telas o grandes cantidades de material, como las que yo utilizo; que se pueden hacer cosas bellísimas con muy pocos recursos. Te enseña que el arte lo puede hacer cualquiera y con cualquier material”.
Un arte que —sostiene el artista— no debe anhelar la perfección. “Hay una belleza en la imperfección, en el paso del tiempo, una belleza irrepetible. Creo que eso es lo que hace a la vida única y nos enseña que está llena de esta magia”.
En 2017, Sodi instaló en Nueva York un muro “hecho por mexicanos”, condenado al desmantelamiento. Se trataba de un símbolo de resistencia ante la discriminación que padecen los indocumentados mexicanos en Estados Unidos, además de una provocación al discurso violento de Donald Trump. Ahora son otras las barreras que nos dividen: los muros de la casa que nos confina, pero también las mascarillas, las caretas y los anteojos que usamos para protegernos de los fluidos ajenos. Repelemos el contacto con el otro —y con incuestionables razones— aunque ese gesto atente contra la idiosincrasia mexicana que atesora el apapacho.
“Es muy triste”, lamenta Bosco. “Una de las partes bonitas del convivio entre los seres humanos son los gestos: ver la sonrisa o mirar a los ojos. Pero es la barrera que nos tocó vivir y debemos tener paciencia. Hay que sacarle el mayor provecho a esto, hay que aprender en qué fallamos antes, en qué podemos mejorar, para no lamentarnos la próxima vez. Entre más le demos apertura al arte y a la naturaleza, nos vamos a reconectar más con otros seres humanos. Hay que entender que no somos nosotros y nuestro celular, sino nosotros y los que están a un lado. De lo contrario, seguiremos condenados a una terrible soledad”.
ÁSS