A los treinta, David Bowie se percibía al borde de la insania. Su inefable adicción a la cocaína, la soledad y la obsesión por hallar un sentido espiritual, empeoraban con el hedor satánico que respiraba en Los Angeles, donde vivía, un temperamento oscuro que azufraba a la ciudad desde los crímenes de la familia Manson y el asesinato de Sharon Tate. Bueno, así lo veía él, lo comentó en una entrevista con Tony Parsons para la revista inglesa Arena en 1993, aunque no por ello pasó por alto un peligroso condimento para el colapso mental que lo aterraba. Sus tías maternas fueron suicidas y maniaco depresivas, mientras que su hermanastro Terry era, incluso, esquizofrénico (estuvo en el manicomio de alta seguridad de Cane Hill, de donde escapó para matarse).
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Bowie intentó la cura con entretenimientos menos perjudiciales. Canceló las fiestas y se dio unas vacaciones del estudio a donde iba todos los días a rehacer la misma rola. Buscó refugio en los libros, en el arte. Investigó la teoría de que, antes de la guerra, los nazis hicieron una expedición a Glastonbury Tor para encontrar el Grial; se trasladó a Suiza para estudiar el Expresionismo; se mudó a Berlín Occidental, con la expectativa de presenciar el florecimiento del Neo Expresionismo. Ahí, en un espacio compartido con Iggy Pop, pudo liberarse un poco del dominio la coca, quizá porque ese Berlín de la segunda mitad de los 1970, le prodigó un shock más fuerte que la California post Charles Manson: “Me mudé a Berlín sin tener idea de que era la capital heroinómana de Europa. Fue bastante abrumador llegar allí y encontrar a todos esos niños pasando el rato en la estación del Zoo, todos esos rent boys y prostitutas de 13 o 14 años, en busca de algo de dinero”. Eso le dijo a Tony Parsons.
En 1978, el libro Christiane F. –Wir Kinder vom Bahnhof Zoo fue un éxito de ventas en Alemania, mucho más que el abominable best seller llamado Pregúntale a Alicia, que en EU y en México se vendió a montones. Se trata del testimonio de una adolescente que sobrevivió a las drogas duras. A los trece, Christiane F. tomó la línea del hachís, los ácidos, la cocaína, hasta llegar a la estación de la heroína. La estación como punto extremo del trayecto, porque la del Zoológico era la parada del metro en la que se concentraban los yonquis de Berlín para robar, contactar un dealer, pincharse en los baños públicos o prostituirse, como refirió David Bowie, y que Christiane F. les narró a Kai Herrmann y Horst Rieck, los redactores del volumen.
Los escenarios de Christiane F. son la discotheque. Las calles cochambrosas. Los lavabos callejeros, garitos donde ocurren todo tipo de transacciones. Los departamentos hechos comuna de indigentes. Las jeringas compartidas. Los autos y los cuartos de hotel, en los que ella y su novio sacan dinero, los pisos andrajosos donde sufren el indescriptible dolor de la carencia. La postal de Christiane F. es la niña de 14 años en la portada del diario Berliner Zeit. El motivo, sobredosis.
En 1981, Uli Edel adaptó Christiane F. al cine. No solo la banda sonora es de David Bowie, sino que también aparece en el filme dando un concierto. Edel consigue personajes honestos en su decadencia, no romantiza al yonqui. Su Berlín es un páramo marchito, desolador. Ambiente que subraya el tenebroso hado de la insania, ese mal que atormentaba a Bowie tan solo como conjetura.
En la película de Uli Edel, Christiane F. fue interpretada por Natja Brunckhorst. A la premiere, esa niña acudió en la limusina de David Bowie, y durante el trayecto compartió con él unas rayas de coca para el ataque de nervios. Tiempo después diría que la experiencia solo le sirvió para advertir lo pequeño que Bowie se veía en el asiento trasero. (La película de Edel está disponible en MUBI, no confundirla con la serie cursi y acartonada que transmite Prime Video).
AQ