Estoy leyendo una breve biografía de Iván Bunin, el escritor ruso que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1933. Su maestro, para enseñarle a leer, no utilizó unos cartones con letrotas donde la A va acompañada del dibujo de una abeja y la M de una manzana. Nada de eso. Gracias a que en aquel entonces la pedagogía era una ciencia que procuraba el aprendizaje y no la mediocrización, ese maestro era de la idea de que los niños no son idiotas, por lo que enseñó al pequeño Bunin sus primera letras con la Odisea y Don Quijote.
Así, mientras a los críos de hoy les celebran que digan “gallina” y “pollo”, el niño Bunin clamaba: “Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad; aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra”, o comoquiera que eso se diga en ruso. Mientras los párvulos de ahora dicen “mi mamá me mima”, Bunincito pronunciaba: “¿Qué destino te vino a abatir en la muerte penosa? ¿Una larga dolencia? ¿O bien la saetera Artemisa te mató disparando sus flechas suaves?”
Cuando Iván Bunin…
Yo les juro, estimados lectores, que éste iba a ser un fascinante artículo sobre el poder de los clásicos en los niños, pero acabo de recibir un mensaje con el asunto “Noticias tristes de México”. En él, Maru Ríos, que trabajó en Plaza & Janés allá a finales de los noventa, me cuenta que murió Juan Guillermo López. Lo busco en la prensa y me entero de que lo asesinaron.
Lo conocí en la Feria del Libro de Monterrey en 1996 o 1997 junto a Guillermo Fadanelli, pues estaban presentando La otra cara de Rock Hudson. Pronto entramos en charla y acabé publicando con él mi novela Santa María del Circo, gracias a su amorosa lectura y a un cañonazo de cincuenta mil pesos, que me hizo sentir de veras escritor.
Siento tristeza y rabia.
Hace tiempo unos criminales asesinaron en Toluca al poeta Guillermo Fernández. Luego mataron en Culiacán al queridísimo Feroz. La misma miasma de homicidas acabó con el pacífico y sabio Enrique Servín. Ahora Juan Guillermo López.
Cuando muere un hombre de letras se pierde mucho más que una vida. Los hombres de letras portan con dignidad una estafeta quebradiza que viene pasándose de mano en mano desde hace miles de años y dan la vida para que no se caiga, para que no se rompa, para que no se olvide; siempre con la fe de entregarla a alguien que sepa enaltecerla y portarla más allá. En los tiempos que corren, eso es heroísmo.
Brindo por los compañeros asesinados.
AQ| ÁSS