Revisitar una novela varios años después de haberla escrito, dice el chileno Bruno Lloret (1990), es como mirar una vieja película ambientada en el lugar donde te criaste. “Es ver un pasado que reconoces como propio aunque nunca hayas estado ahí”.
Para Lloret, ese territorio rememorado se llama Nancy, su primera novela, publicada recientemente en México por Dharma Books. Reconocida con una mención honorífica en el Premio Roberto Bolaño de 2014, es la historia de una mujer que, con la consciencia de una muerte inaplazable, recuerda episodios significativos de su vida: la infancia al cobijo de una familia quebrada, la abrupta desaparición de su hermano —cómplice y confidente—, la revelación de un cuerpo susceptible al sexo o la muerte en circunstancias tragicómicas de un marido hosco. Todo ello cercado por un clima de violencia, religión, carnalidad y candor.
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Desde su primera publicación en Chile, Nancy encantó a críticos y lectores, entre otras cosas por su uso audaz del habla coloquial y por la introducción de un recurso gráfico disruptor. El libro está colmado de pequeñas equis que, según ha establecido Lloret en no pocas ocasiones, interpelan al lector, pero también estimulan interpretaciones de naturaleza dispar. Funcionan como silencios o como zonas de asimilación para el lector; se pueden concebir como pestañeos o lapsos de sueño de la narradora, o como un recurso que emula al montaje cinematográfico.
“No hay una respuesta fija, es algo que se abre a la interpretación de la persona que lee. La idea del montaje cinematográfico es una gran manera de verlo, porque así es como vivimos, como soñamos y como vemos las películas; tenemos una gran capacidad de corte”. Es, además de osado, un mecanismo noble. “No sólo funciona cuando la persona lo lee; incluso si no funciona, no estorba. El lector puede tomar la decisión de no leer las equis y la historia aún va a estar ahí”.
Entre las tantas cosas que Lloret relata en Nancy, hay episodios que la presentan como una novela de raigambre invariablemente chilena. “La novela transcurre en el Norte Chico, que es esencialmente una cultura de frontera. Chile en verdad es la zona central; al final del siglo XIX se constituyó el país que conocemos ahora, con las guerras con Perú y Bolivia en el Norte y la masacre de los mapuches en el Sur. Entonces al final del siglo XIX Chile se triplica. En ese sentido, se podría decir que es una novela de frontera. Por otro lado, se acusa a los chilenos de ser personas muy calladas, muy para adentro. No sé si eso sea un mito. Quizás se deba a la condición de isla que tenemos, estamos flanqueados por una cordillera, un desierto, el Polo Sur y el Pacífico. Somos una especie de isla continental. Sin tratar de definir una esencia chilena, porque siento que muchas de esas cosas pasan en otros sitios, esos son los aspectos más chilenos de la novela”.
Aquella tendencia al ensimismamiento es un rasgo perenne de la protagonista. Cuando describe a su padre, Nancy dice: “Su paciencia y silencio eran formas de sobrevivir a la esposa que había elegido para construir el hogar. Una huida hacia adentro”. La misma frase podría describir el carácter general de la novela. Toda la historia es un viaje hacia el interior de la narradora, una travesía hacia sus adentros. “En la situación cero estamos con Nancy, acostados con ella, escuchándola recordar. De modo que casi podemos hacer lo que ella hace. Es como hundir la cabeza en alguien y ver la vida a través de su cuerpo”.
La historia íntima de la protagonista convive con una feroz crítica al sistema sociopolítico del país sudamericano.
“Nancy y el resto de los personajes recorren lugares que son ruinas a causa de las incompetentes decisiones históricas de las élites. En el fondo ellos son los culpables de haber transformado a Chile en un desierto. Somos ejemplo de un capitalismo extractivista de la peor calaña. La gran pregunta es cómo nos hemos transformado en este desierto”.
Nancy
Bruno Lloret | Dharma Books |México | 2021 | 184 páginas
ÁSS