Para el arte audiovisual la literatura ha sido como un viejo que a veces el joven cine logra descifrar. Si lo consigue o no en Burning es algo que al espectador le corresponde decidir. Basada en el cuento Quemar graneros de Haruki Murakami, Burning cuenta la historia de Jong-su, un chico melancólico que un día se encuentra en la calle con una antigua compañera escolar. Hae-mi trabaja como modelo de supermercado y usa el dinero que gana para pagar sus clases de pantomima y para ahorrar e irse a viajar por África del Norte.
A partir del éxito de Parásitos, el cine surcoreano ha atraído la atención del mundo. Como sucede con sus grandes pianistas y violinistas, Corea del Sur se ha instituido a sí misma como heredera de una tradición que Occidente no quiere —o no puede— continuar. Así pues, heredero de Raymond Carver, Scott Fitzgerald y John Irving en la literatura, Chang-dong Lee, director de Burning, se hizo famoso primero como novelista y a partir de este éxito se lanzó a dirigir cine. Burning atrajo la atención del Festival de Cannes, donde fue nominada para la Palma de oro y resultó ganadora del premio FIPRESCI que otorga la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica.
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Cuando, finalmente, Hae-mi vuelve de África del Norte, contacta otra vez a Jong-su, quien entusiasmado va por ella al aeropuerto. Ahí se encuentra con el personaje principal, tanto del cuento como de la película. Y es que la hermosa Hae-mi ha conseguido en su viaje a un novio: “era el único coreano”, dice como disculpándose ante la decepción del enamorado Jong-su. El novio en cuestión se llama Ben. Murakami dice de él en Quemar graneros: “Me lo imaginé como una suerte de Gran Gatsby. Nadie sabe a qué se dedica, pero tiene mucho dinero. Un joven enigmático”.
En efecto, Ben, como Gatsby, es un seductor de tiempo completo que maneja autos de lujo y una tarde en que mira el atardecer confiesa con una suerte de tristeza: “a veces quemo graneros”. ¿Qué significa esto? El cuento lo deja abierto por completo, mientras que la película apunta hacia una inquietante interpretación. Y tal vez sea justo por ello, porque el cine interpreta algo que la literatura prefiere mantener oculto, que a Murakami la película no le gustó.
Y sin embargo es una gran película. Se mueve a un ritmo lento que nos infla la mente como una rueda de bicicleta. Sí, obsesionado con el misterio, escribe el protagonista en el cuento: “llegué incluso a pensar que lo que [Ben] quería, en realidad, era que lo quemase yo. Quizá me había metido esa idea en la cabeza para que se me hinchara poco a poco como la rueda de una bicicleta”. En la película esta obsesión se nos transmite en escenas tan pausadas que dan pie a la gran escena onírica en que el protagonista se sueña niño y desnudo frente a un granero que arde.
Más que una historia de amor o desamor, Burning es una gran historia de soledad. Es la soledad de ella cuando afirma que quiere ser como el Sol que se disuelve todas las tardes, es la de Ben que se compara con un fenómeno de la naturaleza que cobra una justicia moral que, por otra parte, queda del todo indeterminada, o este joven coreano que vaga sin rumbo fijo por su casa solitaria. Y es en este sentimiento donde se juntan cine y literatura, en la sensación de una soledad que consume a esta generación que, atada todo el día a su celular, no encuentra, sin embargo, motivos para seguir viviendo. Cada quien debe quemar su propio granero.
'Burning' puede verse en México a través de Netflix.
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