Esta semana se anunció que El callejón de las almas perdidas de Guillermo del Toro compite por cuatro premios Oscar. Se ha dicho que a la película se le notan las costuras y que tal vez por eso las categorías en las que participa este año son menores en comparación con los premios que el cineasta ha recibido en el pasado. En todo caso, decir que a esta película se le ven las costuras implica creer que el cine debe ser una ilusión, lo cual a todas luces es falso. La cinematografía, se ha visto una y otra vez, no existe para adormecer, sino para despertarnos. Y es que el gran cine (como El callejón de las almas perdidas) no aletarga, nos hace conscientes de la hermosura del arte que es también la belleza de esta vida con todo lo que en ella hay de monstruoso.
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Según del Toro, la vida vale la pena, para comenzar, porque está llena de posibilidades. Como las del héroe en esta película, interpretado por Bradley Cooper, que al inicio de la obra ha dejado atrás un pasado que se irá revelando poco a poco, en el momento justo. Es hermosa también porque hay circo y el circo (como sabía Fellini) es el lugar de encuentro entre lo grotesco y lo sublime, lo artificioso y lo humano.
El protagonista de El callejón de las almas perdidas se une a una compañía circense para la cual Del Toro ha creado un extraordinario diseño de producción. Porque el cine es, ante todo, arte visual y golpe de teatro; sorpresa y tensión. Es Hollywood, pero también Wagner. La narrativa se mueve en modo vertiginoso. Todo el tiempo estamos al borde del asiento queriendo saber qué sucederá con este estafador dispuesto a sacrificar el amor a cambio del reconocimiento que su padre nunca le dio.
Así, Bradley Cooper se embarca en la aventura de unirse al circo para atreverse a vivir lejos de la vida mediocre a la que fue condenado. Y se lanza sin darse cuenta en este universo de suspenso y asombro. Muy a la Hitchcock. Esto es el cine, personajes llenos de cicatrices. Héroes y heroínas cuyo pasado apela a una tradición que exige entretener, pero que no se contenta con ello. La película salta de peripecia en peripecia, pero construye a un protagonista al borde del abismo; uno capaz de seducir a tres mujeres bellísimas y llegado al clímax batirse a puño limpio con el malo del filme. Pero la obra va más allá. Esta legión de personajes condenados no está sólo al servicio de un truco de magia vulgar sino más bien al de un truco como los que hace Del Toro, este autor que siempre trasciende lo cotidiano y que ha construido para nosotros un collage en el que reconocemos su inmensa cultura visual.
Al detallismo de autores estadounidenses como Edward Hopper, Guillermo del Toro ha unido la aspiración monumental del muralismo mexicano. Con base en una película de 1947 construye una obra tan suya como El laberinto del fauno o La forma del agua.
El callejón es, además, una crítica al psicoanálisis y un elogio al viejo cine. Sin embargo, lo más llamativo en esta película es la capacidad del director para centrar su atención en el personaje más desafortunado. Es un nuevo tipo de monstruo que nadie quiere ver y que resulta tan humano como todos los de Del Toro. El modo entrañable en que el director retrata al personaje más ínfimo de este circo merece toda nuestra atención porque, ¿quién es el engendro que la gente contempla con asombro y miedo? Toda la película es un pretexto para la magnífica actuación del final.
El callejón de las almas perdidas
Guillermo del Toro | México, Estados Unidos, Canadá | 2022
AQ